Dios habitará con ellos; ellos serán su pueblo».
(cf. Ap 21, 3)
«¡Ésta es la morada que Dios ha establecido entre los seres humanos!
Él habitará con ellos,
ellos serán su pueblo
y Él será el Dios-con-ellos» (Ap 21, 3).
La Palabra de Dios de este mes nos interpela. Si queremos formar parte de su pueblo, deberemos dejarlo vivir entre nosotros.
Pero ¿cómo puede ser eso? Y ¿cómo saborear un poco ya desde esta tierra esa alegría sin fin que brotará de la visión de Dios?
Eso es precisamente lo que Jesús nos reveló; ése es precisamente el sentido de su venida: comunicarnos su vida de amor con el Padre para que la vivamos nosotros también.
Los cristianos podemos vivir esta frase ya desde ahora y tener a Dios entre nosotros. Tenerlo entre nosotros requiere ciertas condiciones, como afirman los Padres de la Iglesia. Para S. Basilio es vivir según la voluntad de Dios; para S. Juan Crisóstomo es amar como amó Jesús; para S. Teodoro Estudita es el amor recíproco; y para Orígenes es el acuerdo de pensamiento y de sentimientos para llegar a la concordia que «une y contiene al Hijo de Dios»
En las enseñanzas de Jesús está la clave para que Dios habite entre nosotros: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (cf. Jn 13, 34). El amor recíproco es la clave de la presencia de Dios. «Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros» (1 Jn 4,12), porque «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20), dice Jesús.
«Dios habitará con ellos; ellos serán su pueblo».
Por lo tanto, no está tan lejos ni es inalcanzable el día que marcará el cumplimiento de todas las promesas de la Antigua Alianza: «Mi morada estará junto a ellos. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo». (Ez. 37,27).
Todo se cumple ya en Jesús, que después de su existencia histórica, sigue estando presente entre los que viven la nueva ley del amor mutuo, es decir, la norma que los constituye en pueblo, el pueblo de Dios.
Esta Palabra de vida es, pues, una llamada de atención apremiante, sobre todo para nosotros los cristianos, para que demos testimonio de la presencia de Dios con el amor. «Vuestro amor mutuo será el distintivo por el que todo el mundo os reconocerá como discípulos míos» (Jn 13, 35). Vivir el mandamiento nuevo de esta manera pone las premisas para que se concrete la presencia de Jesús entre los hombres.
No podemos hacer nada si esta presencia no está garantizada, una presencia que da sentido a la fraternidad sobrenatural que Jesús ha traído a la tierra para toda la humanidad.
«Dios habitará con ellos; ellos serán su pueblo».
Pero nos corresponde especialmente a los cristianos, aunque pertenezcamos a distintas comunidades eclesiales, mostrar al mundo el espectáculo de un solo pueblo compuesto por todas las etnias, razas y culturas, por mayores y pequeños, enfermos y sanos. Un único pueblo del que se pueda decir, como de los primeros cristianos: «Mira cómo se aman y están dispuestos a dar la vida el uno por el otro».
Éste es el "milagro" que la humanidad aguarda para poder seguir teniendo esperanza, y una aportación necesaria para el progreso ecuménico, para el camino hacia la unidad plena y visible de los cristianos. Es un "milagro" a nuestro alcance, o mejor dicho, al alcance de Aquel que, habitando entre los suyos unidos por el amor, puede cambiar la suerte del mundo y llevar a la humanidad entera hacia la unidad.
Él habitará con ellos,
ellos serán su pueblo
y Él será el Dios-con-ellos» (Ap 21, 3).
La Palabra de Dios de este mes nos interpela. Si queremos formar parte de su pueblo, deberemos dejarlo vivir entre nosotros.
Pero ¿cómo puede ser eso? Y ¿cómo saborear un poco ya desde esta tierra esa alegría sin fin que brotará de la visión de Dios?
Eso es precisamente lo que Jesús nos reveló; ése es precisamente el sentido de su venida: comunicarnos su vida de amor con el Padre para que la vivamos nosotros también.
Los cristianos podemos vivir esta frase ya desde ahora y tener a Dios entre nosotros. Tenerlo entre nosotros requiere ciertas condiciones, como afirman los Padres de la Iglesia. Para S. Basilio es vivir según la voluntad de Dios; para S. Juan Crisóstomo es amar como amó Jesús; para S. Teodoro Estudita es el amor recíproco; y para Orígenes es el acuerdo de pensamiento y de sentimientos para llegar a la concordia que «une y contiene al Hijo de Dios»
En las enseñanzas de Jesús está la clave para que Dios habite entre nosotros: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (cf. Jn 13, 34). El amor recíproco es la clave de la presencia de Dios. «Si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros» (1 Jn 4,12), porque «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,20), dice Jesús.
«Dios habitará con ellos; ellos serán su pueblo».
Por lo tanto, no está tan lejos ni es inalcanzable el día que marcará el cumplimiento de todas las promesas de la Antigua Alianza: «Mi morada estará junto a ellos. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo». (Ez. 37,27).
Todo se cumple ya en Jesús, que después de su existencia histórica, sigue estando presente entre los que viven la nueva ley del amor mutuo, es decir, la norma que los constituye en pueblo, el pueblo de Dios.
Esta Palabra de vida es, pues, una llamada de atención apremiante, sobre todo para nosotros los cristianos, para que demos testimonio de la presencia de Dios con el amor. «Vuestro amor mutuo será el distintivo por el que todo el mundo os reconocerá como discípulos míos» (Jn 13, 35). Vivir el mandamiento nuevo de esta manera pone las premisas para que se concrete la presencia de Jesús entre los hombres.
No podemos hacer nada si esta presencia no está garantizada, una presencia que da sentido a la fraternidad sobrenatural que Jesús ha traído a la tierra para toda la humanidad.
«Dios habitará con ellos; ellos serán su pueblo».
Pero nos corresponde especialmente a los cristianos, aunque pertenezcamos a distintas comunidades eclesiales, mostrar al mundo el espectáculo de un solo pueblo compuesto por todas las etnias, razas y culturas, por mayores y pequeños, enfermos y sanos. Un único pueblo del que se pueda decir, como de los primeros cristianos: «Mira cómo se aman y están dispuestos a dar la vida el uno por el otro».
Éste es el "milagro" que la humanidad aguarda para poder seguir teniendo esperanza, y una aportación necesaria para el progreso ecuménico, para el camino hacia la unidad plena y visible de los cristianos. Es un "milagro" a nuestro alcance, o mejor dicho, al alcance de Aquel que, habitando entre los suyos unidos por el amor, puede cambiar la suerte del mundo y llevar a la humanidad entera hacia la unidad.
Chiara Lubich
Del 18 al 25 de enero en muchas partes del mundo se celebra la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, mientras que en otras se celebra en Pentecostés.
ResponderEliminarChiara Lubich solía comentar la cita bíblica elegida cada año para esta ocasión mediante la Palabra de vida del mismo mes.
Este año la frase bíblica para la Semana de Oración es «Vosotros sois testigos de todas estas cosas» (Lc 24, 48). Para ayudamos a vivirla proponemos este texto de Chiara como "llamada apremiante" a que nosotros, cristianos, demos juntos testimonio de la presencia de Dios en el mundo.