viernes, 30 de marzo de 2012

JUAN PABLO II, EL PAPA DE LA FAMILIA Y DE LA VIDA. 4/11

4. Comenzar sin medios
Stanislaw Dziwisz
Juan Pablo II, y antes Karol Wojtyla, siempre pensó que la pastoral familiar es un campo enorme y, por tanto, siempre es posible realizarla aún no contando con medios para ello. Solamente es necesario tener cierta sensibilidad y clara convicción respecto al importante papel que la familia ocupa en la Iglesia: es el camino de la Iglesia. De lo que se deduce que una de las esenciales tareas de la Iglesia se concreta en el servicio a la familia. Las iniciativas concretas proceden de la inspiración Divina, que descubrimos en nuestro interior -ya nos hemos referido a ello- cuando perseveramos en la oración, en la doctrina de los apóstoles y en la comunión.
La primera actividad siempre tendrá como objeto aquellas familias que nos son más cercanas. Por lo tanto hemos de comenzar siendo agradecidos con nuestros propios padres y hermanos por el hogar que nos han preparado y por la fe que nos han transmitido. "El trato que tienes con tus padres (....), te acompaña y se convierte en el que tus hijos tendrán contigo". Juan Pablo II habló de ellos en muchas ocasiones. Aún más, nos ha dejado un buen ejemplo de lo importante que es tener conciencia de las propias raíces.
En segundo lugar: si estamos en condiciones de realizar algo por cuenta propia no esperemos a las decisiones que vengan de arriba. Sirvamos discretamente y con gran respeto a la dignidad de las personas que ayudemos. Me refiero en estos momentos a las familias que pasan por situaciones difíciles: indigencia, pobreza, paro, falta de unidad o bien problemas relacionados con alguna adicción (alcohol, narcóticos, etc.). De esta manera se recuerda a Karol Wojtyla, como sacerdote y como obispo, en la archidiócesis de Cracovia. Por ejemplo en su primera parroquia en encontró con la muerte de una madre de familia que dejaba a tres niños pequeños. Sin necesidad de hacer ruido sobre el tema, se ocupó de su atención. Puedo personalmente confirmar la alegría que Le daba saber ya siendo Papa, que en el Vaticano funcionaba un centro de ayuda a personas abandonadas o sin domicilio.

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