martes, 24 de julio de 2012

LA VERDAD DEL AMOR HUMANO. ORIENTACIONES SOBRE EL AMOR CONYUGAL, LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO Y LA LEGISLACIÓN FAMILIAR.

FUENTE ZENIT (jueves 5 de julio de 2012)


La Conferencia Episcopal Española (CEE) acaba de hacer público el documento “La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar”. El texto fue aprobado por la XCIX Asamblea Plenaria y lleva fecha de 26 de abril de 2012. Ha sido revisado, para su publicación, por la última Comisión Permanente, celebrada los días 19 y 20 del pasado mes de junio. El documento fue presentado este miércoles en rueda de prensa por el secretario general de la Conferencia Episcopal, monseñor Juan Antonio Martínez Camino.
A lo largo de seis capítulos, los obispos anuncian el evangelio del matrimonio y de la familia como un bien para toda la humanidad. En una breve introducción, ofrecen el contexto para comprender mejor el documento, con menciones particulares al Concilio Vaticano II, la exhortación apostólica “Familiaris consortio” (Juan Pablo II, 1981) y el magisterio que sobre la familia y la vida han publicado los obispos españoles en los últimos años.
Fue aprobado en abril por la XCIX Asamblea Plenaria y ha sido revisado ahora por la última Comisión Permanente

Como recuerda el texto, la CEE ya venía llamando la atención sobre “las nuevas circunstancias en las que se desarrollaba la vida familiar, y la presencia en la legislación española de presupuestos que devaluaban el matrimonio, causaban la desprotección de la familia y llevaban a una cultura que, sin eufemismos, podía calificarse como una cultura de la muerte”. El tiempo transcurrido permite advertir motivos para la esperanza en amplios sectores de la sociedad que valoran adecuadamente el bien de la vida y de la familia “Hemos de reconocer –señalan los obispos- que a la difusión de esta conciencia ha contribuido grandemente la multiplicación de movimientos y asociaciones (…) Estas luces, sin embargo, no pueden hacernos olvidar las sombras que se extienden sobre nuestra sociedad” (aborto, rupturas matrimoniales, explotación de los débiles y empobrecidos, etc.). Detrás de estos fenómenos negativos, “está la profusión de algunos mensajes ideológicos y propuestas culturales; por ejemplo, la de la absolutización subjetivista de la libertad que, desvinculada de la verdad, termina por hacer de las emociones parciales la norma del bien y de la moralidad”.
Por todo ello, movidos por el deseo de contribuir al desarrollo de la sociedad, los obispos proponen de nuevo “a los católicos españoles y a todos los que deseen escucharnos, de manera particular a los padres y educadores, los principios fundamentales sobre la persona humana sexuada, sobre el amor esponsal propio del matrimonio y sobre los fundamentos antropológicos de la familia”.

1. La verdad del amor, un anuncio de esperanza
El primer capítulo trata de la revelación del amor, que permite el conocimiento completo de su origen y de su sentido. “El origen del amor no se encuentra en el hombre mismo, sino que la fuente originaria del amor es el misterio de Dios mismo, que se revela y sale al encuentro del hombre. Esa es la razón de que el hombre no cese de buscar con ardor esa fuente escondida”.
A partir de ese amor originario se descubre además, que el ser humano ha sido creado también para amar. El amor humano es una respuesta al don divino, “un amor que nos precede, un amor que es más grande que nuestros deseos, un amor mayor que nosotros mismos”. Por eso, aprender a amar consiste, en primer lugar, en recibir el amor, en acogerlo, en experimentarlo y hacerlo propio. El amor originario, que implica siempre esta singular iniciativa divina previene contra toda concepción voluntarista o emotiva del amor. Creer en el Amor divino es vivir con la esperanza de la victoria del amor.

2. La verdad del amor, inscrita en el lenguaje del cuerpo
En el segundo capítulo, se recuerda que el ser humano es imagen de Dios en todas las dimensiones de su humanidad. En el hombre “el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza: la naturaleza humana”. Entre cuerpo, alma y vida se da una relación tan íntima que hace imposible pensar el cuerpo humano como reductible únicamente a su estructuración orgánica, o la vida humana a su dimensión biológica. De ahí que la persona humana “exista necesariamente como hombre o como mujer”. Dicho de otra manera, “la persona humana no tiene otra posibilidad de existir (…); la dimensión sexuada, es decir, la masculinidad o feminidad, es inseparable de la persona. No es un simple atributo. Es el modo de ser de la persona humana. Afecta al núcleo íntimo de la persona en cuanto tal. Es la persona misma la que siente y se expresa a través de la sexualidad”.
En cuanto que imagen de Dios, el hombre es llamado al amor como persona humana sexuada. “Por eso si la respuesta a esa llamada se lleva a cabo a través del lenguaje de la sexualidad, uno de sus constitutivos esenciales es la apertura a la transmisión de la vida”.
La diferencia sexual es indicadora de la recíproca complementariedad que existe entre el hombre y la mujer, y “está orientada a la comunicación: a sentir, expresar y vivir el amor humano, abriendo a una plenitud mayor”.

3. El amor conyugal: “Como cristo amó a su Iglesia” (Ef 5, 25)
En este apartado se recogen las características del amor conyugal y se describe cómo éste es transformado en el amor divino, mediante el sacramento del matrimonio.
“El amor conyugal –se puede leer en el texto – es un amor comprometido”. Por el matrimonio se establece entre el hombre y la mujer una alianza o comunidad conyugal por la que ya no son dos sino una sola carne (Mt 19, 6). “La alianza que se origina no da lugar a un vínculo meramente visible, sino también moral, social y jurídico; de tal riqueza y densidad que requiere, por parte de los contrayentes, la voluntad de compartir (en cuanto tales) todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son. No se reduce a una simple relación de convivencia o cohabitación”.
En este sentido, el amor conyugal es una comunidad de vida y amor; un amor plenamente humano y total, que ha de ser fiel y exclusivo; fecundo, abierto a la vida; en el que tiene sentido entregar la libertad para siempre.
La luz y la belleza de este amor son deslumbrantes; pero se hallan oscurecidas por el pecado. La visión reductiva y fragmentaria de la sexualidad, tan extendida en no pocos ámbitos de la sociedad, hace que muchas personas pierdan de vista la totalidad humana que se contiene en cada experiencia. Por eso, los obispos, convencidos de la belleza de la verdad que une la dignidad humana con la vocación al amor, insisten aquí en “la importancia que tiene la rectitud en el ámbito de la sexualidad tanto para las personas como para la sociedad entera”.
Este amor conyugal del que se habla no pierde ninguna de las características que le son propias en cuanto realidad humana, al ser transformado en el amor divino. “El amor de Cristo – se apunta en el documento – ha de ser la referencia constante del amor matrimonial, porque, primero y sobre todo, es su fuente”.

4. La disolución de la imagen del hombre
En el cuarto capítulo, el documento analiza dos corrientes de las que vienen las propuestas que distorsionan la consideración del hombre hecho a imagen de Dios y, en consecuencia, las imágenes del matrimonio y de la familia.
En primer lugar, de forma breve, se aborda el espiritualismo para el que “el papel que la sexualidad desempeña en ese amor comprometería la trascendencia y la gratuidad de las formas más elevadas de amor”. Se trataría en este caso de una especie de espiritualimo puritano en el que la corporeidad se ve como un obstáculo para el amor espiritual.
Por otro lado, se analiza otra vertiente, de signo materialista, subyacente en las teorías contemporáneas de “género”. “Estas pretenden desvincular la sexualidad de las determinaciones naturales del cuerpo, hasta el punto de disolver el significado objetivo de la diferencia sexual entre hombre y mujer”. El cuerpo queda aquí reducido a materia manipulable para obtener cualquier forma de placer.

5. Amor conyugal, institución y bien común
Este capítulo está centrado en la institución matrimonial, entendida como un bien social, y se desenmascaran las trampas que a menudo lo presentan como un estorbo e incluso como “la cárcel del amor”.
“El amor humano y el bien de la persona están tan estrechamente relacionados que esta solo se realiza en la medida en que ama. A esta realización, sin embargo, solo sirve un amor verdadero, una relación interpersonal en la que las personas se valoran por lo que son. Por eso, si la relación tiene lugar a través del lenguaje propio de la sexualidad, solo se puede calificar como amor la relación que tiene lugar entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio. La institución matrimonial es, por tanto una exigencia de la verdad del amor cuando se expresa en el lenguaje propio de la sexualidad. Y, como al bien del matrimonio está ligado el bien de la familia y a este el de la sociedad, defender y proteger la institución matrimonial es una exigencia del bien común”.
Sin embargo, cuando se parte de una idea de libertad como mera espontaneidad, en lugar de apoyarse en la roca firme del compromiso de la voluntad racional protegida por la institución del matrimonio, el amor queda sometido al vaivén de las emociones, efímeras por naturaleza. Se confunde la emoción con el amor y se percibe como un asunto meramente privado, despojado a priori de cualquier significado que pueda ser comunicado a los demás. “Las personas dejan de ser afirmadas por sí mismas. Se ven solo como objetos de producción y consumo. Es lo que sucede en una sociedad que valora únicamente las relaciones sexuales interpersonales por la utilidad que reportan o el grado de satisfacción que producen”.

6. Hacia una cultura del matrimonio y de la familia
“A pesar de todas las dificultades, nuestra mirada no pierde la esperanza en la luz que brilla en el corazón humano como eco y presencia permanente del acto creador de Dios”. Con estas palabras comienza el último capítulo del documento, que se centra en la necesidad de promover una cultura del matrimonio y de la familia, también por parte de la Iglesia, que ya está empeñada en ello y que ha de seguir empleándose a fondo en la tarea.
Los obispos destacan la importancia de la formación en los fundamentos del evangelio del matrimonio y de la familia, y ponen el acento en este caso en la educación afectivo-sexual, que debe hacerse sobre la base de una “antropología adecuada” y cuyo lugar privilegiado es la familia. Además, señalan que “es necesario profundizar y renovar la preparación al matrimonio”, promover “una política demográfica que favorezca la natalidad”, puesto que los hijos son una contribución decisiva para el desarrollo de la sociedad, que debe ser reconocido adecuadamente por el Estado; impulsar políticas familiares que permitan a las familias disponer de la autonomía económica suficiente para poder desarrollarse, sobre todo si tenemos en cuenta la situación de precariedad en la que muchas familias se encuentran actualmente; y contribuir a la construcción una “casa”, auténticamente humana, es decir, la familia en la que “cada uno de sus miembros se sienta querido por sí mismo y disponga del ambiente adecuado para crecer como persona”.

La misión y el testimonio de la familia
El documento se cierra con una breve conclusión en la que se hace hincapié en que el anuncio y promoción del verdadero amor humano y del bien de la vida es una tarea que compete a todos cuantos forman parte de la Iglesia. “Nadie en la comunidad eclesial puede pasar y desentenderse. Todos hemos recibido una vocación al amor. Todos estamos llamados a ser testigos de un Amor nuevo, el fermento de una cultura renovada”.
Los obispos agradecen a cuantos, creyentes o no, trabajan incansablemente por difundir la verdad del amor, se muestran cercanos a los hombres y mujeres que ven rotos sus matrimonios, traicionado su amor, truncada su esperanza de una vida matrimonial serena y feliz, o sufren violencia de parte de quien deberían recibir solo ayuda, respeto y amor, y concluyen acompañando con el afecto y la oración a las familias que en estos momentos sufren la crisis que padecemos y comprometiéndose a redoblar el esfuerzo por prestarles toda la ayuda posible.


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