EL HERMANO PAPA
(Experiencia impresionante de un periodista)
De Rubén Amón
Entiendo mejor ahora al cardenal Amigo cuando aludía en la plaza de San Pedro al esfuerzo que tuvo que hacer para contener las lágrimas en la Capilla Sixtina.
Se refería al trance en que Jorge Mario Bergoglio decidió
adoptar el nombre de Francesco. Hubiera llorado Amigo, que es franciscano. No
lo hizo por el sentido del pudor o de la vergüenza.
Entiendo mejor ahora al cardenal Amigo. Reconozco haber hecho
un esfuerzo para contener unas lágrimas delante de mis colegas en la
audiencia de esta mañana. Y no soy franciscano, ni cardenal. Ni me sugestionaba
el "Juicio final" de Miguel Ángel. Ni tengo fe en Dios.
Sí tengo fe en Francisco, incluso comprendo al cardenal
canadiense Thomas Christopher Collins cuando atribuía la elección de Bergoglio
a la santidad. Me parecía una abstracción, una obviedad, pero la
"homilía" de esta mañana me ha sacudido las entrañas.
Me ha conmovido escuchar al Papa cuando se desentendía del
discurso escrito. Y cuando evocaba el momento en que el cardenal brasileño
Hummes le susurraba al oído que se acordara de los pobres. Resolvió entonces
llamarse Francisco, de forma que el abrazo a un periodista invidente que subía
al escenerio del aula Pablo VI con la tozudez de perro simbolizaba la
fraternidad franciscana hacia las criaturas de Dios.
El hermano perro, el hermano creyente, el
hermano sol, la hermana gaviota que custodiaba la chimenea, la hermana
lluvia, el hermano descreído, el católico y el no católico, el hermano hermano,
como diría Walt Whitman.
Trascendía así el espeluznante respeto que comportaba la
despedida de la ceremonia. Nos dijo Francisco que nos bendecía. Pero que nos
bendecía en silencio, para respetar al agnóstico y al ateo. Y al protestante y
al musulmán. Y al laico y al nihilista, aun "consciente de que todos
somos hijos de Dios". Así es que el Papa rezó cabizbajo y hacia dentro.
Hacia fuera había demostrado un inteligente sentido del humor
-no se puede tomar en serio a la gente que no sabe reírse- y había cuestionado
los rigores del protocolo. Siempre que pudo se deshizo de los papeles.
Y cuando leía se equivocaba o abusaba del acento porteño,
ejemplos ambos de su "falibilidad" y hasta demostrativos del titular
que hace unos días publicaba un diario gratuito colombiano en el contexto de la
proclamación papal: 'Argentino pero modesto'.
Modesto, espontáneo y cálido. Tan cálido y entrañable que las
personalidades y subalternos premiados con el privilegio del besamanos se
atrevían a abrazarlo. O era el Papa quien lo hacía, malogrando la distancia del
rey y los súbditos, incluso a riesgo de indignar a los liturgistas y de
inquietar a los funcionarios curiales que interpretan al hermano Papa como una
amenaza.
Me decía un taxista romano que este Pontífice no iba a durar
mucho. Dejaba en el aire los detalles o los sugería con una inquietante
gestualidad al estilo de Alberto Sordi. "Una Iglesia pobre para los
pobres". He aquí el mensaje y la revolución. Y el gran titular de la
audiencia, ya que periodistas éramos -y familiares y amigos- los que esta
mañana hemos identificado esta mañana en Roma el milagro de la comunicación
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