Mensaje de los Obispos de la CEE
con motivo de la Jornada por la Vida 2013.
Lunes 8 de abril de 2013
La Iglesia
quiere celebrar en esta Jornada por la Vida el don precioso de la vida humana,
especialmente en las primeras etapas tras su concepción. En esta ocasión, de
manera especial, ante la falta de protección a la que hoy en día está sometida.
La
vida humana es sagrada porque desde su inicio comporta la acción creadora de
Dios y permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin.
La vida humana es un don que nos sobrepasa. Solo Dios es Señor de la vida desde
su comienzo hasta su término. Nadie, en ninguna circunstancia, puede atribuirse
el «derecho de matar de modo directo a un ser humano inocente». Por ello, todo
atentado contra la vida del hombre es también un atentado contra la razón,
contra la justicia, y constituye una grave ofensa a Dios. De aquí la voz de la
Iglesia extendiéndose por todas partes y proclamando que «el ser humano debe
ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción» y,
por tanto, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de
la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a
la vida.
En
esta ocasión, nuestro punto de partida no puede ser otro más que el de la sagrada
dignidad del hombre y del valor supremo de su vida para toda conciencia recta.
Vivir es el primero de los derechos humanos, raíz y condición de todos los
demás. El derecho a la vida se nos muestra aún con mayor fuerza cuanto más
inocente es su titular o más indefenso se encuentra, como en el caso de un hijo
en el seno materno.
La
tutela del bien fundamental de la vida humana y del derecho a vivir forma parte
esencial de las obligaciones de la autoridad. Este servicio que ha de prestar
la autoridad no consiste más que en recoger la demanda que está presente en la
sociedad constituida por personas que nacen a la vida en el seno de una
familia, célula básica de dicha sociedad. El derecho a la vida, que no es una
concesión del Estado, es un derecho anterior al Estado mismo y este tiene
siempre la obligación de tutelarlo.
Afirmar y
proteger el derecho a la vida y en concreto el de un hijo en el seno materno,
derecho que es inherente a todo ser humano y que constituye la base de la
seguridad jurídica y de la justa convivencia, resulta esperanzador y próspero
para la sociedad.
El papa Benedicto XVI nos recordó el gran valor y la importancia que el reconocimiento, aprecio y defensa la vida humana tiene para la construcción de la paz social, el desarrollo integral de los pueblos y el cuidado y protección del ambiente:
«Quienes no aprecian
suficientemente el valor de la vida humana y, en consecuencia, sostienen, por
ejemplo, la liberación del aborto, tal vez no se dan cuenta que, de este modo,
proponen la búsqueda de una paz ilusoria. La huida de las responsabilidades,
que envilece a la persona humana, y mucho más la muerte de un ser inerme e
inocente, nunca podrán traer felicidad o paz. En efecto, ¿cómo es posible pretender
conseguir la paz, el desarrollo integral de los pueblos o la misma
salvaguardia del ambiente, sin que sea tutelado el derecho a la vida de los más
débiles, empezando por los que aún no han nacido? Cada agresión a la vida,
especialmente en su origen, provoca inevitablemente daños irreparables al
desarrollo, a la paz, al ambiente. Tampoco es justo codificar de manera
subrepticia falsos derechos o libertades, que, basados en una visión reductiva
y relativista del ser humano, y mediante el uso hábil de expresiones ambiguas
encaminadas a favorecer un pretendido derecho al aborto y a la eutanasia,
amenazan el derecho fundamental a la vida».
En
nuestro contexto actual, parece obligado añadir que una conciencia cristiana
bien formada no debe favorecer con el propio voto la realización de un programa
político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas
alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral
en este sentido. Dado que las verdades de fe constituyen una unidad
inseparable, no es lógico el aislamiento de uno solo de sus contenidos en
detrimento de la totalidad de la doctrina católica.
Por
otro lado y de igual modo queremos decir que el compromiso político a favor de
un aspecto aislado de la doctrina social de la Iglesia no basta para satisfacer
la responsabilidad de la búsqueda del bien común en su totalidad. En esta línea
de responsabilidades consideramos importante recordar que tampoco el católico
puede delegar en otros el compromiso cristiano que proviene del evangelio de
Jesucristo, para que la verdad sobre el hombre y el mundo pueda ser anunciada y
realizada.
Cuando la
acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones,
excepciones o compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se
hace más evidente y cargado de responsabilidad. Ante estas exigencias éticas
fundamentales e irrenunciables, en efecto, los creyentes deben saber que está
en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la
persona. Este es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia.
Es,
como obispos, nuestra obligación ayudar al discernimiento acerca de la justicia
y de la moralidad de las leyes. En este sentido, debemos reiterar que la actual
legislación española sobre el aborto es gravemente injusta, puesto que no
reconoce ni protege adecuadamente la realidad de la vida. Es, pues, urgente la
modificación de la ley, con el fin de que sean reconocidos y protegidos los
derechos de todos en lo que toca al mas elemental y primario derecho de la
vida.
También es apremiante la difusión que en este campo
realiza la Iglesia a través de diversas entidades como los COF (Centro de
Orientación Familiar); la formación de las personas que trabajan en ellos; la
creación de dichos centros donde no los haya; la incorporación de más católicos
responsables, comprometidos y formados en las diversas tareas que este trabajo
a favor de la vida conlleva. Entre estos trabajos consideramos importante
resaltar la labor de asistencia y ayuda a las madres embarazadas, en riesgo de
abortar, en el nivel asistencial-material y también en el psicológico antes y
después de un posible aborto. En este sentido urgimos también, a la formación
de sacerdotes en este terreno para poder asistir adecuadamente a las cada vez más
numerosas madres que padecen el síndrome post-aborto.
Por todo ello y dada la fragilidad de la condición
humana y conscientes de nuestras limitaciones, invocamos y pedimos la ayuda a
santa María Virgen, Madre de la Vida.
Para
más información pinchar en el enlace JORNADA POR LA VIDA 2013.
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