Estamos en el año de la fe, una buena oportunidad
para que las familias nos replanteemos como
vivimos nuestra fe en casa, no solo con nuestros hijos, sino también con el
resto de nuestros familiares, y en el sentido más amplio con nuestros vecinos,
amigos… esa otra gran familia extendida, familia a la que solemos acudir en tantas
situaciones de necesidad, nos gusta recordar el africano de que “para educar a
un niño hace falta una tribu entera”.
Pero refiriéndonos a la vivencia de la fe en
familia, nos encanta la expresión de la familia como “iglesia doméstica” y
aunque el Vaticano II recupera esta antigua expresión referida a la familia
como "Ecclesia
doméstica", es bastante antigua pues remontándonos en la historia de la
Iglesia, a sus orígenes, cuando el núcleo de la Iglesia estaba a menudo
constituido por los que, "con toda su casa", habían llegado a ser
creyentes. Cuando se convertían deseaban también que se salvase "toda su
casa", como reconocía San Juan Crisóstomo como alegró a sus oyentes cuando
les dijo “haced de vuestra casa una Iglesia”, un sermón tan inspirando que fue
acogido por los fieles cristianos que lo escuchaban que al día siguiente volvió
a referirse a la familia, como Iglesia, con estas otras palabras: “Cuando os dije ayer que hicierais de vuestra
casa una Iglesia, o encendisteis en aclamaciones de júbilo y manifestasteis
elocuentemente qué alegría invadía vuestros corazones al escuchar estas
palabras”. Estas palabras se las escuchábamos
a D. Braulio Rodriguez, Arzobispo de Toledo en la Clausura de la X Semana
Diocesana de la Familia, en la que hablaba de la familia, como iglesia
doméstica.
A
nosotros a veces nos cuesta cuando pensamos en la familia como iglesia
doméstica verla solo como que los padres han de ser para sus hijos los primeros
anunciadores de la fe, sería además de pobre, muy reduccionista subordinándola
o haciéndola subsidiaria de la Iglesia. Nos emociona pensar en aquella primera familia, y hablar de ella de manera bella
y poética refiriéndonos a la Familia de Nazareth como modelo y ejemplo
“doméstico” de vida de familia, donde Dios quiso hacerse uno de nosotros, pero también nos quedaríamos cortos.
Cualquiera de las ideas anteriores son bonitas y
podrían servir para hablar de la familia como pequeña iglesia, pero a nosotros
nos gusta, nos consuela, nos da paz… cuando vemos a la familia dentro del plan
de Dios, hablar de la familia como pequeña iglesia o Iglesia doméstica solo se
puede hacer desde el plan de Dios sobre el hombre: su vocación al amor, a amar
y a ser amado. Y la familia, como comunidad de amor y vida está llamada a su
escala a la misma misión a la que la Iglesia está llamada, que es dar la vida.
La realidad del matrimonio en la familia es
expresión verdadera de la fecundidad del amor, que se ha de entender en toda su amplitud, no solo
en una vida que se genera para la humanidad y para la Iglesia, sino en la
colaboración con Dios en la transmisión de la vida eterna a la que estamos
llamados que es la herencia de los hijos de Dios.
Aquí
habría que hablar de la fecundidad del amor: todo amor es fecundo; fecundidad
que está en el origen de Dios Padre: “fuente de toda paternidad”. Y en la
familia, está fecundidad va más allá de tener más o menos hijos, sino que como
en la Iglesia, esta fecundidad se podría describir como: “descubrir, acoger, custodiar, revelar y comunicar el amor, Amor
originario que procede de la vocación al amor.”
Cuando
la Revelación habla de Dios como Padre y del Verbo como Hijo, ese lenguaje, que
sirve para iluminar el misterio de la Trinidad, ayuda también a descubrir la
identidad de la familia: una comunidad de personas llamada a existir y vivir en
comunión. De esa manera el "Nosotros" divino constituye el
modelo y la vitalidad permanente del "nosotros" específico que constituye
la familia y que la llama a realizar a su escala la misma misión de la Iglesia.
Misión, que nace del mismo Sacramento del Matrimonio, en la recepción común de
un único don divino con una misión específica, la familia cristiana, en su vida
y sus acciones, es signo y revelación específica de la unidad y la comunión de
la Iglesia. La familia cristiana constituye, "a su manera, una imagen y
una representación histórica del misterio de la Iglesia”.
Cuántas
veces se habla de la relación “esponsal” de Cristo con la Iglesia, cuántas veces
se nos ha hablado de cómo esté la familia, de cómo sea la familia, así será la
sociedad y la Iglesia; de ahí la necesidad de que la Iglesia cuide de manera
especial a la familia y planifique los medios para ayudar a familia a vivir y a
realizar su misión. No hay camino para la Iglesia que no pase por la familia,
que debe ser el centro, el motor y el fin de toda pastoral que quiera ser de
verdad familiar.
Esta
idea de familia, como iglesia doméstica, comunidad de amor y vida nos encanta,
no hay apostolado, nueva evangelización, anuncio del evangelio, vida de oración
y sacramental, sino nace en la familia. La Iglesia, como sacramento de
salvación de los hombres, necesita de
las familias cristianas para llevar a cabo su misión. Existen
dimensiones específicamente familiares de la evangelización que sólo se pueden
llevar a cabo adecuadamente en el ámbito familiar y por el testimonio valiente
y sincero de las familias cristianas. El desconocimiento de esta realidad
conduce a una pastoral que se convierte en una estructura separada de la vida y
es un mal servicio a la causa del Evangelio, porque es la familia el lugar
privilegiado, la primera iglesia donde se anuncia el Evangelio y se transmite
la fe. Aquí habría que hablar del despertar religioso y de la transmisión de la
fe en la familia.
Qué
necesidad tiene la Iglesia de muchas familias que sea de verdad, “pequeñas
iglesias domésticas”.
La fe
no es sólo una serie de contenidos, sino la realidad del plan de Dios
realizado en Cristo y vivido en la Iglesia. A partir del contenido
humano de las relaciones familiares se revelan a los hijos los elementos
fundamentales de la vida humana, las respuestas primeras y más verdaderas de
quién es el hombre y cuál es su destino. Este despertar a la vida humana se
realiza en la familia, donde se introduce al niño progresivamente en toda la
gama de experiencias fundamentales en las que va a encontrar las claves para
interpretar su mundo, sus relaciones, el sentido y el fin de su vida.
Hacen falta familias cristianas, que como decía
Benedicto XVI en el Encuentro de las Familias en México, que sean “evangelios
vivos” que todos los hombres puedan leer. Familias que sean las “parroquias y
los monasterios del siglo XXI” donde el hombre se pueda encontrar con Dios. Es el mismo
Evangelio el que nos abre un horizonte inmenso que nace del corazón de Dios; es
su promesa de "un amor hermoso" la que nos anima a realizarlo
y constituye el primer motivo de toda vida de familia y hace que la familia sea
una pequeña iglesia, una “Iglesia doméstica”.
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