Mi alegría es más grande que mi
cansancio
Ecos de la JMJ
Por P. Manuel Tamayo
(Zenit.org)
- El título de esta crónica recoge las palabras del Papa Francisco al llegar a
la ciudad de Roma, después de asistir a la Jornada Mundial de la Juventud en
Río de Janeiro. Todos los peregrinos que estuvimos allí podemos expresar lo
mismo y así nos unimos al Santo Padre.
Esa misma sensación la
tuvimos al volver a nuestros países, por eso podemos decir también que nuestra
alegría fue muy superior al cansancio de los desplazamientos, las inclemencias
del clima y los desórdenes de un río humano que se salió de madre y se
desbordó, sin que pudieran hacer nada los organizadores, simplemente tiraron la
toalla. El Campus Fidei, previsto para la Vigilia y la Misa de envío, se
convirtió en un pantano y no se pudo utilizar.
El cambio de lugar
desconcertó a muchos, pero todo salió en medio de la algarabía juvenil, con el
esfuerzo y la colaboración de cada uno. No pasó nada y aunque hubieron largas
esperas y apretones, quedamos muy contentos y agradecidos. Ha sido una
experiencia inolvidable
La presencia del Papa
y entusiasmo de más de tres millones de jóvenes dejaron un saldo altamente
positivo en esta nueva versión de la jornada. La lluvia y el frío de los días
centrales no amilanaron el ímpetu y la alegría, fue realmente impresionante.
Para Sudamérica ha sido una inyección de optimismo y ahora se ha convertido en
el continente de la esperanza.
Río de Janeiro fue un
hogar para todos. La acogida de los cariocas fue mucho más que una
hospitalidad, se percibía la paternidad de un Papa sudamericano y la
fraternidad de los brasileños que con sus costumbres y modos propios nos
hicieron sentir su cariño. Tuvieron múltiples manifestaciones de generosidad
con los extranjeros. A los que se perdían, que era inevitable, los acogían y los orientaban. Se podría decir
que todos ellos hicieron de buen samaritano, aunque en estos casos no se
trataba de gente herida, sino de despistados y cansados. Les agradecemos mucho
todo lo que hicieron por nosotros.
Todo Brasil fue una
fiesta grande llena de alegría de la que participaban todos sin ninguna
exclusión. En el libro del peregrino aparecían los santos de la zona donde
también se apreciaba la gran unidad en la variedad. Santos distintos pero
unidos en el amor a Dios y a los demás. Y esta vez, en la JMJ, la foto de las
muchedumbres estaba compuesta por múltiples modos de ser, era un verdadero
mosaico de razas y colores que gritaba desde el fondo del alma: "esta es la juventud del papa" y este año, por decisión del Santo Padre se
unieron los ancianos que llevan la sabiduría y también podrían gritar con el
ímpetu juvenil:"esta
es la senectud del Papa". Yo
no sabía dónde incluirme, porque justo en Brasil cumplí 65 años, pero con los
jóvenes me sentía juvenil. El día de mi cumpleaños recibí dos grandes regalos:
estar al lado del Prelado del Opus Dei, mi obispo, en una tertulia dirigida a
los sacerdotes y recibir la invitación para poder asistir a una Misa que el
Papa celebró al día siguiente en la Catedral. Me sentía en el Cielo.
Acompañé a un grupo de
140 peruanos que procedían de Piura, Chiclayo y Lima, todos universitarios y
escolares. Estuvimos alojados en el colegio Santa Mónica de Cachambí, a una
hora del centro de Río. Para no perdernos nos dividimos en grupos pequeños.
Tuvimos una charla con el Arzobispo de Lima, Cardenal Juan Luis Cipriani en la
escuela Naval de Río de Janeiro. El director de la escuela felicitó a Monseñor
Cipriani por sus bodas de plata episcopales. También un grupo de peruanos,
unidos a otros universitarios tuvimos una tertulia con Monseñor Javier
Echevarría, Obispo prelado del Opus Dei, donde asistieron unos mil quinientos
jóvenes.
Todos hemos quedado
impresionados de la llegada del Santo Padre a la gente, de sus gestos y sus
palabras directas y sinceras. El Papa nos ha dicho lo que necesitábamos todos,
ha dado en el blanco con cada uno y él dijo cuando llegó a Brasil: “No traigo
oro ni plata, traigo a Jesucristo” y a los jóvenes les invitó que formaran
parte del equipo de Cristo, que Jesucristo trae mucho más que el mundial de
fútbol.
A todos nos pidió que
empezáramos por nosotros mismos y al los sacerdotes nos dijo que teníamos que
promover la cultura del encuentro. Que nuestras relaciones humanas no debe
tener en cuenta, como ocurre en el mundo, la eficiencia y el pragmatismo, sino
que debemos poner la solidaridad, la fraternidad y ser servidores de la cultura
del encuentro. Salir para encontrar a los que están en la periferia, ser
callejeros de la fe y no tener miedo de salir.
A los jóvenes les dijo
que el verdadero campo de la fe eran ellos y les pidió para que dejen a Dios
trabajar ese campo, que pueda entrar la semilla de Jesús, que recen, que acudan
a los sacramentos y que ayuden a los demás. Les dijo también que nunca estamos
solos, que somos parte de una gran familia que es la Iglesia y que ellos
también, igual que San Francisco, podían construir una iglesia, no una pequeña
capilla sino una Iglesia grande. San Pedro dice que somos piedras vivas y los
jóvenes deberían ser los protagonistas de la historia. “Tú corazón joven quiere
construir un mundo mejor”. “Veo que muchos jóvenes salen a la calle porque
quieren una civilización más justa” “No dejen que sean otros, ustedes son
los protagonistas de la historia”
Los días de la JMJ
serán inolvidables. Ahora nos toca repasar lo que hemos vivido y llenos de
agradecimiento empezar, sin demoras, la construcción de la nueva civilización
del amor. Es una meta ambiciosa para el año de la fe con el convencimiento y la
esperanza de que para Dios nada hay imposible. Contamos además con la ayuda,
constante y eficaz, de nuestra madre la Virgen María.
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