A las 12.00 de esta mañana el santo padre se ha asomado a la ventana del
estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para recitar el Ángelus con los
fieles y los peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro.
Estas son las palabras del papa al introducir la oración mariana:
¡Queridos hermanos y hermanas! ¡buenos días!
El domingo pasado estaba en Río de Janeiro. Concluía la santa misa y la
Jornada Mundial de la Juventud. Creo que debemos todos juntos dar gracias
al Señor por el gran don que ha sido este encuentro, por Brasil, por América
Latina y por el mundo entero. Ha sido una nueva etapa en el peregrinaje de los
jóvenes a través de los continentes con la Cruz de Cristo. No debemos olvidar
que la Jornada Mundial de la Juventud no son "fuegos artificiales", momentos
de entusiasmo que terminan en sí mismos; son etapas de un largo camino,
iniciado en 1985, por iniciativa del papa Juan Pablo II. Él confió la Cruz y
dijo: ¡Id y yo iré con vosotros! Y así ha sido; y este peregrinaje de los
jóvenes ha continuado con el papa Benedicto y gracias a Dios también yo he
podido vivir esta maravillosa etapa en Brasil. Recordamos siempre: los jóvenes
no siguen al papa, siguen a Jesucristo, llevando su Cruz. Y el papa les guía y
les acompaña en este camino de fe y de esperanza. Doy gracias por todos
vosotros jóvenes que habéis participado, también a costa de sacrificios. Y doy
gracias al Señor también por los encuentros que he tenido con los pastores y el
pueblo de ese gran país que es Brasil, como también con las autoridades y
voluntarios. Que el Señor recompense a todos los que han trabajado por esta
gran fiesta de la fe. También quiero subrayar mi agradecimiento, un muchas
gracias a los brasileños. ¡Buena gente esta de Brasil! Un pueblo de gran
corazón. No olvido su calurosa acogida, sus saludos. Mucha alegría, un pueblo
generoso. Pido al Señor que les bendiga mucho.
Quisiera pediros que recéis conmigo para que los jóvenes que han
participado en la Jornada Mundial de la Juventud puedan traducir esta
experiencia en su camino cotidiano, en el comportamiento de todos los días; y
que puedan traducirlo también en elecciones de vida importantes, respondiendo a
la llamada personal del Señor. Hoy en la Liturgia resuena la palabra
provocadora de Eclesiastés: "vanidad de vanidades ... todo es
vanidad" (1, 2). Los jóvenes son particularmente sensibles al vacío de
significado y de los valores que a menudo les rodean. Y lamentablemente pagan
las consecuencias. Sin embargo el encuentro con Jesús vivo, en su gran familia
que es la Iglesia, llena el corazón de alegría, porque lo llevan de verdadera
vida, de un bien profundo, que no pasa y no se marchita: lo hemos visto sobre
los rostros de los jóvenes en Río. Pero esta experiencia debe afrontar la
vanidad cotidiana, el veneno del vacío que se insinúa en nuestras sociedades
basadas en el beneficio y en el haber, que engañan a los jóvenes con el
consumismo. El Evangelio de este domingo nos llama la atención precisamente
sobre lo absurdo de basar la propia felicidad en el haber. El rico se dice a sí
mismo: "Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa,
como, bebe y date buena vida". Pero Dios le dijo: "Insensato, esta
misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?" (Lc
12, 19-20). Queridos hermanos y hermanas la verdadera riqueza es el amor de
Dios, compartido con los hermanos. Ese amor que viene de Dios y hace que lo
compartamos y nos ayudamos entre nosotros. Quién experimenta esto no teme a la
muerte, y recibe la paz del corazón. Confiamos esta intención, esta intención
de recibir el amor de Dios y compartirlo con los hermanos, a la intercesión de
la Virgen María.
Después del Ángelus el papa ha saludado:
Queridos hermanas y hermanos,
Estoy contento de saludar en particular a algunos grupos juveniles: la
juventud carmelitana de Croacia, los jóvenes de Sandon y Fossò, diócesis de
Verona; los de Mozzanica, diócesis de Cremona; los de Moncalieri, que han hecho
una parte del camino a pie; y los de Bérgamo, que han venido en bicicleta.
¡Gracias a todos!
Pero, ¡hay muchos jóvenes hoy en la plaza. ¡Esto parece Río de Janeiro!
Quiero asegurar un recuerdo especial para los párrocos y para todos los
sacerdotes del mundo, porque hoy es la memoria de su patrón: San Juan María
Vianney. Queridos hermanos, estamos unidos en la oración y en la caridad
pastoral. Mañana los romanos recordamos a nuestra madre, la Salus Populis
Romani. Le pedimos a ella que nos cuide. Y ahora todos juntos la saludamos con un
Ave María. Todos juntos. ("Dios te salve María....") Un saludo a
nuestra madre, Salus Populis Romani, todos juntos un saludo a nuestra Madre.
(Aplausos)
Me gusta también recordar la fiesta litúrgica de la Transfiguración, que
será pasado mañana, con un pensamiento de profunda gratitud por el venerable
papa Pablo VI, que dejó este mundo el noche del 6 de agosto de hace 35 años.
Queridos amigos, os deseo un feliz domingo y un buen mes de agosto y buen
provecho. ¡Hasta luego!
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