«A nadie le debáis
nada, más que el amor mutuo;
porque el que ama
ha cumplido el resto de la ley» (Rm
13, 8).
En los versículos
anteriores (Rm 13, 1-7), san Pablo había hablado de la deuda que tenemos para
con la autoridad civil (obediencia, respeto, pago de impuestos, etc.), y
subrayaba que incluso la satisfacción de esta deuda debe estar movida por el
amor. En cualquier caso, se trata de una deuda fácilmente comprensible, pues en
caso de incumplimiento sufriríamos las sanciones previstas por la ley.
Partiendo de aquí, pasa a
hablar de otra deuda más difícil de entender: la que, según la consigna que nos
dio Jesús, tenemos ante cualquier prójimo nuestro: el amor mutuo en sus
distintas expresiones: generosidad, premura, confianza, aprecio recíproco,
sinceridad, etc. (cf. Rm 12, 9-12).
«A nadie le debáis nada, más que el amor
mutuo; porque el que ama ha cumplido el resto de la ley».
Esta Palabra de vida nos
subraya dos cosas.
Ante todo, se nos
presenta el amor como una deuda, es decir, como algo ante lo cual no podemos
quedarnos indiferentes, que no podemos posponer; como algo que nos empuja, nos
apremia, que no nos deja tranquilos mientras no la paguemos.
Es como decir que el amor
mutuo no es un plus, fruto de nuestra generosidad, del que, en rigor, podríamos
dispensamos sin sufrir las sanciones de la ley positiva; esta palabra nos
apremia a ponerlo en práctica so pena de traicionar nuestra dignidad de
cristianos, llamados por Jesús a ser instrumentos de su amor en el mundo.
En segundo lugar nos dice
que el amor mutuo es el motor, el alma y el fin al que tienden todos los
mandamientos.
De ahí que, si queremos
cumplir bien la voluntad de Dios, no nos podamos contentar con una observancia
fría y jurídica de sus mandamientos, sino que habrá que tener siempre presente
el fin que Dios nos propone a través de ellos. Por ejemplo, para vivir bien el
séptimo mandamiento no podremos limitarnos a no robar, sino que nos tendremos
que comprometer seriamente en eliminar las injusticias sociales. Sólo así
demostraremos que amamos a nuestro semejante.
«A nadie le debáis nada, más que el amor
mutuo; porque el que ama ha cumplido el resto de la ley».
Entonces, ¿cómo vivir la
Palabra de este mes?
El tema del amor al
prójimo que nos propone tiene infinidad de matices. Aquí nos fijaremos sobre
todo en uno que nos parece sugerido de modo especial por las palabras del
texto.
Si, como dice san Pablo,
el amor mutuo es una deuda, habrá que tener un amor que sea el primero en amar,
como hizo Jesús con nosotros. Es decir, será un amor que toma la iniciativa,
que no espera, que no da largas.
Actuemos así durante este
mes. Tratemos de ser los primeros en amar a cada persona que nos encontramos, a
la que llamamos o escribimos o con la cual vivimos. Y que nuestro amor sea
concreto, que sepa entender, prevenir, que sea paciente, confiado, perseverante
y generoso.
Nos daremos cuenta de que
nuestra vida espiritual dará un salto de calidad, ¡por no hablar de la alegría
que nos llenará el corazón!
Chiara Lubich
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