"NUESTRA IDENTIDAD
COMO CREYENTES ES LA DE PEREGRINOS HACIA LA TIERRA PROMETIDA. EL SEÑOR ACOMPAÑA
SIEMPRE ESTA HISTORIA", EL PAPA EN LA MISA DE NOCHEBUENA
La noche del martes en
una Basílica de San Pedro repleta de fieles, el Papa Francisco celebró la
primera misa de gallo de su pontificado. El Obispo de Roma empezó su homilía
citando la profecía de Isaías «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz
grande» (Is 9,1): conmovedora, especialmente en esta Noche de Navidad. Nos
conmueve, observó el Papa, porque dice la realidad de lo que somos: un pueblo
en camino, y a nuestro alrededor –y también dentro de nosotros– hay tinieblas y
luces. Y en esta noche, cuando el espíritu de las tinieblas cubre el mundo, se
renueva el acontecimiento que siempre nos asombra y sorprende: el pueblo en
camino ve una gran luz. Una luz que nos invita a reflexionar en este misterio:
misterio de caminar y de ver.
El Pontífice reflexionó
asimismo sobre nuestra identidad como creyentes, que es la de peregrinos hacia
la tierra prometida. El Señor acompaña siempre esta historia. También en
nuestra historia personal se alternan momentos luminosos y oscuros, luces y
sombras. Si amamos a Dios y a los hermanos, caminamos en la luz, pero si
nuestro corazón se cierra, si prevalecen el orgullo, la mentira, la búsqueda
del propio interés, entonces las tinieblas nos rodean por dentro y por fuera.
La gracia que ha
aparecido en el mundo es Jesús, nacido de María Virgen, Dios y hombre
verdadero, reflexionó Francisco, notando además que Él ha venido a nuestra
historia, ha compartido nuestro camino. Ha venido para librarnos de las
tinieblas y darnos la luz. En Él ha aparecido la gracia, la misericordia, la
ternura del Padre: Jesús es el Amor hecho carne. Los pastores fueron los
primeros que vieron esta “tienda”, que recibieron el anuncio del nacimiento de
Jesús. Fueron los primeros porque eran de los últimos, de los marginados. Y
fueron los primeros porque estaban en vela aquella noche, guardando su rebaño.
Que en esta Noche compartamos la alegría del Evangelio: Dios nos ama, nos ama
tanto que nos ha dado a su Hijo como nuestro hermano, como luz para nuestras
tinieblas.
“No teman”, repitió Francisco a todos.
“Nuestro Padre tiene paciencia con nosotros, nos ama, nos da a Jesús como guía
en el camino a la tierra prometida. Él es la luz que disipa las tinieblas. Él
es nuestra paz”.
Texto completo de la homilía del Papa
Francisco «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1).
Esta profecía de Isaías no deja de
conmovernos, especialmente cuando la escuchamos en la Liturgia de la Noche de
Navidad. No se trata sólo de algo emotivo, sentimental; nos conmueve porque
dice la realidad de lo que somos: somos un pueblo en camino, y a nuestro
alrededor –y también dentro de nosotros– hay tinieblas y luces. Y en esta
noche, cuando el espíritu de las tinieblas cubre el mundo, se renueva el
acontecimiento que siempre nos asombra y sorprende: el pueblo en camino ve una
gran luz. Una luz que nos invita a reflexionar en este misterio: misterio de
caminar y de ver. Caminar. Este verbo nos hace pensar en el curso de la
historia, en el largo camino de la historia de la salvación, comenzando por
Abrahán, nuestro padre en la fe, a quien el Señor llamó un día a salir de su
pueblo para ir a la tierra que Él le indicaría. Desde entonces, nuestra
identidad como creyentes es la de peregrinos hacia la tierra prometida. El
Señor acompaña siempre esta historia. Él permanece siempre fiel a su alianza y
a sus promesas. «Dios es luz sin tiniebla alguna» (1 Jn 1,5). Por parte del
pueblo, en cambio, se alternan momentos de luz y de tiniebla, de fidelidad y de
infidelidad, de obediencia y de rebelión, momentos de pueblo peregrino y de
pueblo errante.
También en nuestra historia personal se
alternan momentos luminosos y oscuros, luces y sombras. Si amamos a Dios y a
los hermanos, caminamos en la luz, pero si nuestro corazón se cierra, si
prevalecen el orgullo, la mentira, la búsqueda del propio interés, entonces las
tinieblas nos rodean por dentro y por fuera. «Quien aborrece a su hermano
–escribe el apóstol San Juan– está en las tinieblas, camina en las tinieblas,
no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos» (1 Jn 2,11). 2.
En esta noche, como un haz de luz clarísima, resuena el anuncio del Apóstol:
«Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres»
(Tt 2,11).
La gracia que ha aparecido en el mundo es
Jesús, nacido de María Virgen, Dios y hombre verdadero. Ha venido a nuestra
historia, ha compartido nuestro camino. Ha venido para librarnos de las
tinieblas y darnos la luz. En Él ha aparecido la gracia, la misericordia, la
ternura del Padre: Jesús es el Amor hecho carne. No es solamente un maestro de
sabiduría, no es un ideal al que tendemos y del que nos sabemos por fuerza
distantes, es el sentido de la vida y de la historia que ha puesto su tienda
entre nosotros. 3. Los pastores fueron los primeros que vieron esta
“tienda”, que recibieron el anuncio del nacimiento de Jesús. Fueron los
primeros porque eran de los últimos, de los marginados. Y fueron los primeros
porque estaban en vela aquella noche, guardando su rebaño. Con ellos nos
quedamos ante el Niño, nos quedamos en silencio. Con ellos damos gracias al
Señor por habernos dado a Jesús, y con ellos, desde dentro de nuestro corazón,
alabamos su fidelidad: Te bendecimos, Señor, Dios Altísimo, que te has
despojado de tu rango por nosotros. Tú eres inmenso, y te has hecho pequeño;
eres rico, y te has hecho pobre; eres omnipotente, y te has hecho débil.
Que en esta Noche compartamos la alegría del
Evangelio: Dios nos ama, nos ama tanto que nos ha dado a su Hijo como nuestro
hermano, como luz para nuestras tinieblas. El Señor nos dice una vez más: “No
teman” (Lc 2,10). Y también yo les repito: No teman. Nuestro Padre tiene
paciencia con nosotros, nos ama, nos da a Jesús como guía en el camino a la
tierra prometida. Él es la luz que disipa las tinieblas. Él es nuestra paz.
Amén.
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