El
Papa Francisco ha recibido esta mañana a los 83 obispos españoles que durante
estos días están realizando la Visita Ad Limina. En la audiencia ha estado
presente también el Secretario General de la Conferencia Episcopal Española
(CEE).
El Papa ha comenzado
con unas palabras de esperanza, dirigidas a los obispos, en las que les ha
invitado a mirar a las raíces de la propia historia: “Ahora que estáis
sufriendo la dura experiencia de la indiferencia de muchos bautizados y tenéis
que hacer frente a una cultura mundana, que arrincona a Dios en la vida privada
y lo excluye del ámbito público, conviene no olvidar vuestra historia. De ella
aprendemos que la gracia divina nunca se extingue y que el Espíritu Santo
continúa obrando en la realidad actual con generosidad (...) No ahorréis
esfuerzos para abrir nuevos caminos al evangelio, que lleguen al corazón de
todos, para que descubran lo que ya anida en su interior: a Cristo como amigo y
hermano”.
“En esa búsqueda –ha
destacado el Papa Francisco- es importante que el obispo no se sienta
solo, ni crea estar solo, que sea consciente de que también la grey que le ha
sido encomendada tiene olfato para las cosas de Dios” y les ha invitado, con
particular intensidad en el momento actual, a poner a las Iglesias particulares
en “un verdadero estado de misión permanente, para llamar a quienes se han
alejado y fortalecer la fe, especialmente en los niños (...) La fe no es una
mera herencia cultural, sino un regalo, un don que nace del encuentro personal
con Jesús y de la aceptación libre y gozosa de la nueva vida que nos ofrece.
Esto requiere anuncio incesante y animación constante, para que el creyente sea
coherente con la condición de hijo de Dios que ha recibido en el bautismo.
Despertar y avivar una fe sincera, favorece la preparación al matrimonio y el
acompañamiento de las familias, cuya vocación es ser lugar nativo de
convivencia en el amor, célula originaria de la sociedad, transmisora de vida e
iglesia doméstica donde se fragua y se vive la fe. Una familia evangelizada es
un valioso agente de evangelización, especialmente irradiando las maravillas
que Dios ha obrado en ella. Además, al ser por su naturaleza ámbito de
generosidad, promoverá el nacimiento de vocaciones al seguimiento del Señor en
el sacerdocio o la vida consagrada”.
El Papa se ha referido
expresamente al documento de la CEE “Vocaciones sacerdotales para el siglo XXI” (Asamblea
Plenaria, 26 de abril de 2012), para recordar a los obispos que la pastoral
vocacional es un aspecto que deben “poner en su corazón como absolutamente
prioritario, llevándolo a la oración, insistiendo en la selección de los
candidatos y preparando equipos de buenos formadores y profesores competentes”.
Y por último ha querido
reconocer la tarea de la Iglesia en España en favor de los más necesitados: “Sé
bien que, en estos últimos años, precisamente vuestra Caritas – y
también otras obras benéficas de la Iglesia – han merecido gran reconocimiento,
de creyentes y no creyentes. Me alegra mucho, y pido al Señor que esto sea
motivo de acercamiento a la fuente de la caridad, a Cristo que «pasó haciendo
el bien y curando a todos los oprimidos» (Hch 10,38); y también a su
Iglesia, que es madre y nunca puede olvidar a sus hijos más desfavorecidos. Os
invito, pues, a manifestar aprecio y a mostraros cercanos a cuantos ponen sus
talentos y sus manos al servicio del «programa del Buen Samaritano, el programa
de Jesús» (Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, 31b)”.
Queridos hermanos,
Agradezco las palabras
que me ha dirigido en nombre de todos el Presidente de la Conferencia Episcopal
Española, y que expresan vuestro firme propósito de servir fielmente al Pueblo
de Dios que peregrina en España, donde arraigó muy pronto la Palabra de Dios,
que ha dado frutos de concordia, cultura y santidad. Lo queréis resaltar de
manera particular con la celebración del ya cercano V Centenario del nacimiento
de Santa Teresa de Jesús, primera doctora de la Iglesia.
Ahora que estáis
sufriendo la dura experiencia de la indiferencia de muchos bautizados y tenéis
que hacer frente a una cultura mundana, que arrincona a Dios en la vida privada
y lo excluye del ámbito público, conviene no olvidar vuestra historia. De ella
aprendemos que la gracia divina nunca se extingue y que el Espíritu Santo
continúa obrando en la realidad actual con generosidad. Fiémonos siempre de Él
y de lo mucho que siembra en los corazones de quienes están encomendados a
nuestros cuidados pastorales (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 68).
A los obispos se les
confía la tarea de hacer germinar estas semillas con el anuncio valiente y
veraz del evangelio, de cuidar con esmero su crecimiento con el ejemplo, la educación
y la cercanía, de armonizarlas en el conjunto de la «viña del Señor», de la que
nadie puede quedar excluido. Por eso, queridos hermanos, no ahorréis esfuerzos
para abrir nuevos caminos al evangelio, que lleguen al corazón de todos, para
que descubran lo que ya anida en su interior: a Cristo como amigo y hermano.
No será difícil
encontrar estos caminos si vamos tras las huellas del Señor, que «no ha venido
para que le sirvan, sino para servir» (Mc 10,45); que supo respetar con
humildad los tiempos de Dios y, con paciencia, el proceso de maduración de cada
persona, sin miedo a dar el primer paso para ir a su encuentro. Él nos enseña a
escuchar a todos de corazón a corazón, con ternura y misericordia, y a buscar
lo que verdaderamente une y sirve a la mutua edificación.
En esta búsqueda, es
importante que el obispo no se sienta solo, ni crea estar solo, que sea
consciente de que también la grey que le ha sido encomendada tiene olfato para
las cosas de Dios. Especialmente sus colaboradores más directos, los
sacerdotes, por su estrecho contacto con los fieles, con sus necesidades y
desvelos cotidianos. También las personas consagradas, por su rica experiencia
espiritual y su entrega misionera y apostólica en numerosos campos. Y los
laicos, que desde las más variadas condiciones de vida y respectivas
competencias llevan adelante el testimonio y la misión de la Iglesia (cf. Conc.
Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 33).
Asimismo, el momento
actual, en el que las mediaciones de la fe son cada vez más escasas y no faltan
dificultades para su transmisión, exige poner a vuestras Iglesias en un
verdadero estado de misión permanente, para llamar a quienes se han alejado y
fortalecer la fe, especialmente en los niños. Para ello no dejéis de prestar
una atención particular al proceso de iniciación a la vida cristiana. La fe no
es una mera herencia cultural, sino un regalo, un don que nace del encuentro
personal con Jesús y de la aceptación libre y gozosa de la nueva vida que nos
ofrece. Esto requiere anuncio incesante y animación constante, para que el
creyente sea coherente con la condición de hijo de Dios que ha recibido en el
bautismo.
Despertar y avivar una
fe sincera, favorece la preparación al matrimonio y el acompañamiento de las
familias, cuya vocación es ser lugar nativo de convivencia en el amor, célula
originaria de la sociedad, transmisora de vida e iglesia doméstica donde se
fragua y se vive la fe. Una familia evangelizada es un valioso agente de
evangelización, especialmente irradiando las maravillas que Dios ha obrado en
ella.
Además, al ser por su naturaleza ámbito de generosidad, promoverá el
nacimiento de vocaciones al seguimiento del Señor en el sacerdocio o la vida
consagrada.
El año pasado
publicasteis el documento "Vocaciones sacerdotales para el siglo
XXI", señalando así el interés de vuestras Iglesias particulares en la
pastoral vocacional. Es un aspecto que un obispo debe poner en su corazón como
absolutamente prioritario, llevándolo a la oración, insistiendo en la selección
de los candidatos y preparando equipos de buenos formadores y profesores
competentes.
Finalmente, quisiera
subrayar que el amor y el servicio a los pobres es signo del Reino de Dios que
Jesús vino a traer (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 48). Sé bien que,
en estos últimos años, precisamente vuestra Caritas – y también otras
obras benéficas de la Iglesia – han merecido gran reconocimiento, de creyentes
y no creyentes. Me alegra mucho, y pido al Señor que esto sea motivo de acercamiento
a la fuente de la caridad, a Cristo que «pasó haciendo el bien y curando a
todos los oprimidos» (Hch 10,38); y también a su Iglesia, que es madre y
nunca puede olvidar a sus hijos más desfavorecidos. Os invito, pues, a
manifestar aprecio y a mostraros cercanos a cuantos ponen sus talentos y sus
manos al servicio del «programa del Buen Samaritano, el programa de Jesús»
(Benedicto XVI, Enc. Deus caritas est, 31b).
Queridos hermanos,
ahora que estáis reunidos en la Visita ad limina para manifestar los
lazos de comunión con el Obispo de Roma (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen
gentium, 22), deseo agradeceros de todo corazón vuestro servicio al santo
pueblo fiel de Dios. Seguid adelante con esperanza. Poneos al frente de la
renovación espiritual y misionera de vuestras Iglesias particulares, como
hermanos y pastores de vuestros fieles, y también de los que no lo son, o lo
han olvidado. Para ello, os será de gran ayuda la colaboración franca y
fraterna en el seno de la Conferencia Episcopal, así como el apoyo recíproco y
solícito en la búsqueda de las formas más adecuadas de actuar.
Os pido, por favor, que
llevéis a los queridos hijos de España un especial saludo del Papa, que los
confía a los maternos cuidados de la Santísima Virgen María, les suplica que
recen por él y les imparte su Bendición.
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