«Os
doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos
también unos a otros» (Jn 13,34).
Querrás saber cuándo
dijo Jesús estas palabras. Pues bien, habló así antes de iniciar su pasión. Fue
entonces cuando pronunció un discurso de despedida que constituye su
testamento, del que estas palabras forman parte. Conque ¡fíjate si son
importantes! Si lo que dice un padre antes de morir es algo que nunca se
olvida, ¿qué ocurrirá con las palabras de un Dios? Así pues, tómatelas muy en
serio y tratemos juntos de entenderlas profundamente.
«Os
doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos
también unos a otros».
Jesús se dispone a
morir, y todo lo que dice refleja este próximo evento. En efecto, su marcha
inminente requiere ante todo resolver un problema. ¿Cómo puede Él permanecer
entre los suyos para poner en marcha la Iglesia?
Ya sabes que Jesús está
presente, por ejemplo, en los actos sacramentales: en la Eucaristía de la misa
Él se hace presente. Pues bien, también donde se vive el amor mutuo está
presente Jesús, pues Él dijo: «Donde dos o tres están reunidos en mi nombre (y
esto es posible mediante el amor recíproco), allí estoy yo en medio de ellos»
(Mt 18, 20). O sea, en una comunidad cuya vida profunda es el amor recíproco,
Él puede permanecer eficazmente presente. Y a través de la comunidad puede
seguir revelándose al mundo, puede continuar influyendo en el mundo.
¿No te parece
espléndido? ¿No te dan ganas de vivir inmediatamente este amor junto con los
demás cristianos, tus prójimos?
Juan, que relata las
palabras que estamos meditando, ve en el amor recíproco el mandamiento por
excelencia de la Iglesia, cuya vocación es precisamente ser comunión, ser
unidad.
«Os
doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos
también unos a otros».
Jesús dice justo
después: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a
otros» (Jn 13, 35). De modo que si quieres buscar la verdadera marca de
autenticidad de los discípulos de Cristo, si quieres conocer su distintivo,
debes detectarlo en el amor recíproco puesto en práctica. Los cristianos se
reconocen por este signo. Y si éste falta, el mundo dejará de descubrir a Jesús
en la Iglesia.
«Os
doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos
también unos a otros».
El amor recíproco crea
la unidad. Y ¿qué es lo que obra la unidad? «Que sean uno... para que el mundo
crea» (Jn 17,21), sigue diciendo Jesús. La unidad, que revela la presencia de
Cristo, arrastra al mundo detrás de Él. Ante la unidad, ante el amor recíproco,
el mundo cree en Él.
«Os
doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos
también unos a otros».
En este mismo discurso
de despedida, Jesús llama suyo a este mandamiento.
Es suyo, y como tal le
importa especialmente.
No debes entenderlo
simplemente como una norma, una regla o un mandamiento como los demás. Aquí
Jesús quiere revelarte un modo de vivir, quiere decirte cómo plantear tu
existencia. En efecto, los primeros cristianos ponían este mandamiento como
base de sus vidas. Decía Pedro: «Ante todo, mantened un amor intenso entre
vosotros» (1 P 4, 8). Antes de trabajar, antes de estudiar, antes de ir a misa,
antes de cualquier actividad, comprueba si reina el amor mutuo entre tú y quien
vive contigo. Si es así, sobre esta base todo tiene valor. Sin este fundamento,
nada es agradable a Dios.
«Os
doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos
también unos a otros».
Jesús te dice además
que este mandamiento es nuevo. «Os doy un mandamiento nuevo». ¿Qué quiere
decir? ¿Tal vez que este mandamiento no era conocido?
No. Nuevo significa
hecho para los tiempos nuevos. Entonces ¿de qué se trata?
Mira: Jesús murió por
nosotros. Es decir, nos amó hasta la medida extrema. Y ¿qué tipo de amor era?
Ciertamente no como el nuestro. Su amor era divino. Él dice: «Como el Padre me
ha amado, así os he amado yo» (Jn 15,9). Es decir, nos amó con el mismo amor
con que se aman el Padre y Él. Y con ese mismo amor debemos amarnos mutuamente
para poner en práctica el mandamiento nuevo.
Ahora bien, semejante
amor, tú, hombre o mujer, no lo tienes. Pero alégrate, porque lo recibes como
cristiano. Y ¿quién te lo da? El Espíritu Santo lo infunde en tu corazón y en
el corazón de todos los que creen.
De modo que hay una
afinidad entre el Padre, el Hijo y nosotros, los cristianos, gracias al mismo
amor divino que poseemos. Este amor nos introduce en la Trinidad. Y es este
amor el que nos hace hijos de Dios.
Por este amor, el cielo
y la tierra están conectados como por una gran corriente. Por este amor, la
comunidad cristiana es elevada a la esfera de Dios y la realidad divina vive en
la tierra donde los creyentes se aman.
¿No te parece
divinamente bello todo esto y extraordinariamente fascinante la vida cristiana?
Chiara Lubich
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