«En
efecto, los esposos, “cumpliendo en virtud de este sacramento especial su deber
matrimonial y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, con el que toda su
vida está impregnada por la fe, la esperanza y la caridad, se acercan cada vez
más a su propia perfección y a su santificación mutua y, por tanto, a la
glorificación de Dios en común” (Gaudium et spes, 48)
Queridas familias, hoy
tenemos una singular confirmación de que el camino de santidad recorrido
juntos, como matrimonio, es posible, hermoso y extraordinariamente fecundo, y
es fundamental para el bien de la familia, de la Iglesia y de la sociedad.
Esto impulsa a invocar
al Señor, para que sean cada vez más numerosos los matrimonios capaces de
reflejar, con la santidad de su vida, el “misterio grande” del amor conyugal,
que tiene su origen en la creación y se realiza en la unión de Cristo con la
Iglesia (cf. Ef 5, 22-33).
4. Queridos esposos,
como todo camino de santificación, también el vuestro es difícil. Cada día
afrontáis dificultades y pruebas para ser fieles a vuestra vocación, para
cultivar la armonía conyugal y familiar, para cumplir vuestra misión de padres
y para participar en la vida social.
Buscad en la palabra de
Dios la respuesta a los numerosos interrogantes que la vida diaria os plantea.
San Pablo, en la segunda lectura, nos ha recordado que “toda Escritura
inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir
y para educar en la virtud” (2 Tm 3, 16). Sostenidos por la fuerza de estas
palabras, juntos podréis insistir con vuestros hijos “a tiempo y a destiempo”,
reprendiéndolos y exhortándolos “con toda comprensión y pedagogía” (2 Tm 4, 2).
La vida matrimonial y
familiar puede atravesar también momentos de desconcierto. Sabemos cuántas
familias sienten en estos casos la tentación del desaliento. Pienso, en
particular, en los que viven el drama de la separación; pienso en los que deben
afrontar la enfermedad y en los que sufren la muerte prematura del cónyuge o de
un hijo. También en estas situaciones se puede dar un gran testimonio de
fidelidad en el amor, que llega a ser más significativo aún gracias a la
purificación en el crisol del dolor.»
(Homilía en la
Beatificación del matrimonio Luis y María Beltrame Quattrocchi. 21-10-2001.Juan
Pablo II)
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