El Santo Padre en
el Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones reflexiona sobre la urgencia
de anunciar con alegría a Jesús
La
misión ad gentes, en la que todos los miembros de la Iglesia están llamados a
participar, ya que la Iglesia es misionera por naturaleza -la Iglesia ha nacido
“en salida”- es urgente porque aún hay muchas personas que no conocen a Jesús.
Así comienza el santo padre Francisco el Mensaje para la Jornada Mundial de las
Misiones.
Esta
Jornada -que se celebra el 19 de octubre- "es un momento privilegiado en
el que los fieles de los diferentes continentes se comprometen con oraciones y
gestos concretos de solidaridad para ayudar a las iglesias jóvenes en los
territorios de misión". Y en el Mensaje, Francisco reflexiona sobre la
alegría de Jesús y de los discípulos misioneros, ofreciendo una imagen
bíblica, que encontramos en el Evangelio de Lucas (cf.10,21-23).
El
evangelista cuenta -indica el Papa- que el Señor envió a los setenta
discípulos, de dos en dos, a las ciudades y pueblos, a proclamar que el Reino
de Dios había llegado, y a preparar a los hombres al encuentro con Jesús.
"Después de cumplir con esta misión de anuncio, los discípulos
volvieron llenos de alegría: la alegría es un tema dominante de esta primera
e inolvidable experiencia misionera", afirma. Son tres las escenas
que presenta san Lucas, prosigue el Papa. Primero, Jesús habla a sus
discípulos, y luego se vuelve hacia el Padre, y de nuevo comienza a hablar con
ellos. De esta forma Jesús quiere hacer partícipes de su alegría a los
discípulos, que es diferente y superior a la que ellos habían experimentado.
En
la segunda parte del Mensaje, Francisco afirma que "los discípulos
estaban llenos de alegría, entusiasmados con el poder de liberar de los
demonios a las personas. Sin embargo, Jesús les advierte que no se alegren por
el poder que se les ha dado, sino por el amor recibido". Y esta
experiencia de los discípulos es motivo de gozosa gratitud para el corazón de
Jesús. "Lucas entiende este júbilo en una perspectiva de comunión
trinitaria: 'Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo', dirigiéndose
al Padre y glorificándolo". El Papa explica que este momento de profunda
alegría "brota del amor profundo de Jesús en cuanto Hijo hacia su Padre,
Señor del cielo y de la tierra, el cual ha ocultado estas cosas a sabios e
inteligentes, y se las ha revelado a los pequeños". Y Francisco se
pregunta "¿Qué es lo que Dios ha revelado y ocultado? Los misterios de su
Reino, el afirmarse del señorío divino en Jesús y la victoria sobre
Satanás".
Al
respecto, el Pontífice recuerda que "Dios ha escondido todo a aquellos que
están demasiado llenos de sí mismos y pretenden saberlo ya todo", que
"están cegados por su propia presunción y no dejan espacio a Dios".
En cambio, los "pequeños" son los humildes, los sencillos, los
pobres, los marginados, los sin voz, los que están cansados y oprimidos, a los
que Jesús ha llamado "benditos".
En
el tercer punto del Mensaje, Francisco inicia con el versículo: "Sí,
Padre, porque así te ha parecido bien" (Lc 10,21). De este modo, el Santo
Padre subraya que "las palabras de Jesús deben entenderse con referencia
a su júbilo interior, donde la benevolencia indica un plan salvífico y
benevolente del Padre hacia los hombres". Un júbilo similar al de María
"mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi
Salvador" (Lc 1,47). Se trata de la Buena Noticia que conduce a la
salvación, afirma el Papa. Y prosigue indicando que "Jesús, al ver
el éxito de la misión de sus discípulos y por tanto su alegría, se regocija
en el Espíritu Santo y se dirige a su Padre en oración". En ambos casos,
matiza el Santo Padre, "se trata de una alegría por la salvación que se
realiza, porque el amor con el que el Padre ama al Hijo llega hasta nosotros, y
por obra del Espíritu Santo, nos envuelve, nos hace entrar en la vida de la
Trinidad".
Por
eso, Francisco recuerda que "el Padre es la fuente de la alegría. El Hijo
es su manifestación, y el Espíritu Santo, el animador". Los discípulos
reciben la llamada a estar con Jesús y a ser enviados por Él para predicar el
Evangelio y así se ven colmados de alegría. "¿Por qué no entramos
también nosotros en este torrente de alegría?", pregunta el Santo Padre
en el Mensaje.
A
continuación, un cuarto aspecto. Retomando la exhortación apostólica Evangelii
gaudium, Francisco recuerda que "el gran riesgo del mundo actual, con su
múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que
brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres
superficiales, de la conciencia aislada". Por lo tanto, "la humanidad
tiene una gran necesidad de aprovechar la salvación que nos ha traído Cristo.
Los discípulos son los que se dejan aferrar cada vez más por el amor de
Jesús y marcar por el fuego de la pasión por el Reino de Dios, para ser
portadores de la alegría del Evangelio", afrima. Y añade que "todos
los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la
evangelización".
Además,
indica que los obispos "como principales responsables del anuncio",
tienen la tarea de promover la unidad de la Iglesia local en el compromiso
misionero, teniendo en cuenta que la alegría de comunicar a Jesucristo se
expresa tanto en la preocupación de anunciarlo en los lugares más distantes,
como en una salida constante hacia las periferias del propio territorio.
Al
abordar el hecho de que en muchas regiones "escasean las vocaciones al
sacerdocio y a la vida consagrada", el Papa apunta que "a menudo esto
se debe a que en las comunidades no hay un fervor apostólico contagioso, por
lo que les falta entusiasmo y no despiertan ningún atractivo".
Por
esta razón, el Pontífice anima a las comunidades parroquiales, asociaciones y
grupos "a vivir una vida fraterna intensa, basada en el amor a Jesús y
atenta a las necesidades de los más desfavorecidos". Donde hay alegría,
surgen las verdaderas vocaciones, sin olvidar las vocaciones laicales a la
misión, recuerda. El Papa añade que es importante proporcionar a los laicos
"la formación adecuada, con vistas a una acción apostólica
eficaz".
"Dios
ama al que da con alegría" (2 Co 9,7). Con esta cita inicia el último
punto del Mensaje. El Santo Padre afirma que "la contribución
económica personal es el signo de una oblación de sí mismos, en primer lugar
al Señor y luego a los hermanos, porque la propia ofrenda material se
convierte en un instrumento de evangelización de la humanidad que se construye
sobre el amor".
Para
concluir el Papa exclama: "¡No dejemos que nos roben la alegría de la
evangelización!" De este modo invita a sumergirse "en la alegría
del Evangelio y a nutrir un amor que ilumine vuestra vocación y misión"
y exhorta a recordar "el primer amor con el que el Señor Jesucristo ha
encendido los corazones de cada uno, no por un sentimiento de nostalgia, sino
para perseverar en la alegría".
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