Francisco ha reflexionado sobre la Iglesia como
cuerpo de Cristo e invita a no ser celosos ni envidiosos, sino apreciar en
nuestras comunidades los dones y las cualidades de nuestros hermanos.
Queridos hermanos y hermanas,
buenos días
Cuando se quiere evidenciar cómo
los elementos que componen una realidad están estrechamente unidos el uno al
otro y formen una sola cosa, se usa a menudo la imagen del cuerpo. A partir del
apóstol Pablo, esta expresión ha sido aplicada a la Iglesia y ha sido
reconocida como su rasgo distintivo más profundo y más bello. Hoy, entonces,
queremos preguntarnos: ¿en qué sentido la Iglesia forma un cuerpo? ¿Y por qué
es definida 'cuerpo de Cristo'?
En el libro de Ezequiel se
describe una visión un poco particular, impresionante, pero capaz de infundir
confianza y esperanza en nuestros corazones. Dios muestra al profeta una
extensión llena de huesos, separados los unos de los otros y resecos. Un
escenario desolador imaginarse toda una llanura llena de huesos. Dios le pide
invocar sobre ellos el Espíritu. Y en ese momento los huesos se mueven,
comienzan a acercarse y a unirse, sobre ellos crecen primero los nervios y
después la carne y se forma así un cuerpo, completo y lleno de vida.
¡Esta es la Iglesia! Pido, hoy
que en casa lean la Biblia, el capítulo 37 del profeta Ezequiel, sin olvidarse
de leer esto. Es precioso. Es una obra maestra, la obra maestra del
Espíritu, el cual infunde en cada uno la vida nueva del Resucitado y nos pone
uno junto al otro, uno al servicio y apoyando al otro, haciendo así de todos
nosotros un solo cuerpo, edificado en la comunión y en el amor.
Sin embargo, la Iglesia no es
solamente un cuerpo edificado en el Espíritu. ¡La Iglesia es el cuerpo de
Cristo! Es extraño pero es así. Y no se trata sencillamente de un forma de
hablar: ¡lo somos realmente! ¡Es el gran don que hemos recibido el día de
nuestro Bautismo! En el sacramento del Bautismo, de hecho, Cristo nos hace
suyos, acogiéndonos en el corazón del misterio de la cruz, el misterio supremo
de su amor por nosotros, para hacernos después resurgir con Él, como nuevas
criaturas. Así nace la Iglesia, y ¡así la Iglesia se reconoce cuerpo de Cristo!
El Bautismo constituye un verdadero renacimiento, que nos regenera en Cristo,
nos hace parte de Él, y nos une íntimamente entre nosotros, como miembros del
mismo cuerpo, del cual Él es la cabeza.
La que surge entonces es una
profunda comunión de amor. En este sentido, es iluminador como Pablo,
exhortando a los mártires a "amar a las mujeres como al propio
cuerpo", afirme: "Como también Cristo hace con la Iglesia, ya que
somos miembros de su cuerpo". Que bonito si recordáramos más a menudo lo
que somos, lo que ha hecho con nosotros el Señor Jesús. Somos su cuerpo, ese
cuerpo que nada ni nadie puede arrancar de Él, y Él recubre con toda su pasión
y su amor, precisamente como un esposo a su esposa.
Este pensamiento, sin embargo,
debe hacer resurgir en nosotros el deseo de corresponder al Señor y de
compartir su amor entre nosotros, como miembros vivos de su mismo cuerpo. En el
tiempo de Pablo, la comunidad de Corinto encontraba muchos dificultades en este
sentido, viviendo, como a menudo también nosotros, la experiencia de las
divisiones, de las envidias, de las incomprensiones y de las marginaciones.
Todas estas cosas no van bien,
porque en vez de edificar y hacer crecer la Iglesia como cuerpo de Cristo, la
fracturan en muchas partes, la desmiembran. Y esto también sucede en nuestros
días ¿no? Pensemos en las comunidades cristianas, en algunas parroquias, en
nuestros barrios, ¡cuántas divisiones, cuántas envidas, cuánto se habla mal,
cuánta incomprensión y marginación! Y esto ¿qué hace? Nos desmiembra entre
nosotros. Es el inicio de la guerra. La guerra no comienza en el campo de
batalla. Las guerras comienzan en el corazón, con estas incomprensiones,
divisiones, envidias, con esta lucha entre los otros. Y esta comunidad de
Corintio era así. Eran campeones de esto.
El apóstol ha dado a los Corintos
algunos consejos concretos que valen también para nosotros. No ser celosos,
sino apreciar en nuestras comunidades los dones y las cualidades de nuestros
hermanos. Pero los celos, 'pero mira, ese ha comprado un coche' y yo siento
aquí los celos. 'Este ha ganado la lotería' y los celos. 'A este le va bien con
esto' y otros celos. Esto desmiembra, hace mal, no se debe hacer.
Porque los celos crecen, crecen y llenan el corazón. Y un corazón celoso, es un
corazón ácido, un corazón que en vez de sangre parece que tiene vinagre, un
corazón que nunca es feliz, un corazón que desmiembra la comunidad.
Pero ¿qué debo hacer? Apreciar en
nuestras comunidades los dones y cualidades de los otros, de nuestros hermanos.
Pero cuando me vienen los celos, que nos vienen a todos, todos, todos somos
pecadores, cuando me vienen los celos decir: 'Gracias Señor porque le has dado
esto a esa persona'
Apreciar las cualidades y contra
las divisiones hacerse cercanos y participar en los sufrimientos de los últimos
y de los más necesitados; expresar la propia gratitud a todos. Decir gracias,
es un corazón bueno, un corazón noble, un corazón que está contento porque sabe
decir gracias. Y pregunto, todos nosotros, ¿sabemos decir
siempre gracias? Eh, no siempre, porque las envidias, los celos, nos
frenan un poco.
Y, por último, este es el consejo
que el apóstol Pablo da a los corintios y también debemos darnos nosotros unos
a otros: no considerar a nadie superior a los otros. ¿Cuánta gente se siente
superior a los otros? También nosotros decimos muchas veces decimos como ese
fariseo de la parábola, 'te doy gracias Señor porque no soy como ese, soy
superior'. Pero esto es feo, no hacerlo nunca. Y cuando te viene esto,
acuérdate de tus pecados, de esos que nadie conoce. Vergüenza delante de Dios y
decir 'Señor tu sabes quien es superior, yo cierro la boca'. Y esto hace bien.
Y siempre en la caridad
considerarse miembros los unos de los otros, que viven y se donan en beneficio
de todos.
Queridos hermanos y hermanas, como el profeta Ezequiel
y como el apóstol Pablo, invocamos también
No hay comentarios:
Publicar un comentario