1. Ante
el debate abierto con motivo de la retirada por parte del Gobierno del
"Anteproyecto de Ley para la protección de la vida del concebido y de los
derechos de la mujer embarazada", la Comisión Permanente de la Conferencia
Episcopal Española desea de nuevo hacer oír su voz. La vida humana es sagrada e
inviolable y ha de protegerse desde la concepción hasta su fin natural. En esa
defensa ocupan un lugar privilegiado los más débiles: aquellos que habiendo
sido ya concebidos no han nacido todavía. La ciencia prueba que desde el momento
de la concepción hay un nuevo ser humano, único e irrepetible, distinto de los
padres.
2. No
se puede construir una sociedad democrática, libre, justa y pacífica, si no se
defienden y respetan los derechos de todos los seres humanos fundamentados en
su dignidad inalienable y, especialmente, el derecho a la vida, que es el
principal de todos.
3. Proteger
y defender la vida humana es tarea de todos, principalmente de los Gobiernos.
España sigue siendo, por desgracia, una triste excepción, al llegar incluso a
considerar el aborto como un "derecho". En este sentido es
especialmente grave la responsabilidad de quienes, habiendo incluido entre sus
compromisos políticos la promesa de una ley que aminoraba algo la desprotección
de la vida humana naciente que existe en la vigente normativa del aborto, han
renunciado a seguir adelante con ello en aras de supuestos cálculos políticos.
Hay bienes, como el de la vida humana, que son innegociables.
4. Es
cierto que la existencia humana no está libre de dificultades. La Iglesia
conoce bien los sufrimientos y carencias de muchas personas a las que se
esfuerza en ayudar en todo el mundo con el ejercicio de la caridad, que es el
distintivo de los discípulos de Jesús (cfr. Jn 13, 35), del que dan testimonio
tantas personas e instituciones eclesiales. Pero, también es verdad que, como
nos advierte el Papa Francisco, aún hemos de hacer más "para acompañar
adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde
el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas
angustias" (EG, 214). En ello están empeñadas muchas asociaciones
eclesiales y civiles, a las que queremos apoyar al tiempo que pedimos a las
Administraciones públicas un esfuerzo más generoso en políticas eficaces de
ayuda a la mujer gestante y a las familias.
5.
Por otro lado, no es momento, por difícil que pueda parecer, para la
desesperanza y el desencanto democrático ante reveses legislativos. Al
contrario, son numerosos los voluntarios y las organizaciones de apoyo a la
vida, promoción de la mujer y de solidaridad con los más necesitados de la
sociedad, quienes nos animan a seguir adelante, extendiendo la civilización del
amor y la cultura de la vida, y a abrazar sin condición a todos, especialmente
a los que más sufren, como son los más pobres, los inmigrantes, los parados,
los sin techo, los enfermos y todos aquellos, en definitiva, que se encuentran
en las periferias sociales y existenciales. Y por supuesto, acompañar sin
descanso a las madres embarazadas para que, ante cualquier dificultad, no opten
por la "solución" de la muerte y elijan siempre el camino de la vida,
que es el de la realización más plena de la verdadera libertad y progreso
humano. Oremos para que así sea con la ayuda de Dios.
Madrid,
1 de octubre de 2014
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