FUENTE ZENIT.
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Quisiera hoy detener nuestra atención en el
vínculo entre la familia y la comunidad cristiana. Es un vínculo, por así
decir, “natural”, porque la Iglesia es una familia espiritual y la familia es
una pequeña Iglesia.
La Comunidad cristiana es la casa de aquellos
que creen en Jesús como la fuente de la fraternidad entre todos los hombres. La
Iglesia camina en medio de los pueblos, en la historia de los hombres y de las
mujeres, de los padres y de las madres, de los hijos y de las hijas: esta es la
historia que cuenta para el Señor. Los grandes acontecimientos de las potencias
mundanas se escriben en los libros de historia, y permanecen allí. Pero la
historia de los afectos humanos se escribe directamente en el corazón de Dios;
y es la historia que permanece eternamente. Es este el lugar de la vida y de la
fe. La familia es el lugar de nuestra iniciación --insustituible, indeleble--
en esta historia. En esta historia de vida plena que terminará en la
contemplación de Dios para toda la eternidad en el cielo, pero comienza en la
familia y por eso, es tan importante la familia.
El Hijo de Dios aprendió la historia humana
por esta vía, y la recorre hasta el final. ¡Es hermoso volver a contemplar a
Jesús y los signos de este vínculo! Él nació en una familia y allí “aprendió el
mundo”: un taller, cuatro casas, un pueblo. Y sin embargo, viviendo durante
treinta años esta experiencia, Jesús asimiló la condición humana, acogiéndola
en su comunión con el Padre y en su misma misión apostólica. Después, cuando
dejó Nazaret y comenzó la vida pública, Jesús formó en torno a él una
comunidad, una “asamblea”, es decir una con-vocación de personas. Este es el
significado de la palabra “iglesia”.
En los Evangelios, la asamblea de Jesús tiene
la forma de una familia y de una familia acogedora, no de una secta exclusiva,
cerrada: nos encontramos con Pedro y Juan, pero también al hambriento y al
sediento, al extranjero y al perseguido, a la pecadora y al publicano, a los
fariseos y a la multitud. Y Jesús no cesa de acoger y de hablar con todos,
también con el que ya no espera encontrar a Dios en su vida. ¡Es una gran
lección para la Iglesia! Los discípulos mismos han sido elegidos para cuidar de
esta asamblea, de esta familia de huéspedes de Dios. Para que esté viva hoy
esta realidad de la asamblea de Jesús, es indispensable reavivar la alianza
entre la familia y la comunidad cristiana. Podríamos decir que la familia y la
parroquia son dos lugares en donde se realiza esta comunión de amor que
encuentra su fuente última en Dios mismo. Una Iglesia de verdad según el
Evangelio no puede no tener la forma de una casa acogedora. Con las puertas
abiertas siempre. Las iglesias, las parroquias, las instituciones con las
puertas cerradas no se deben llamar iglesias, se deben llamar museos.
Hoy, esta es una alianza crucial. “En contra
de los 'centros de poder' ideológicos, financieros y políticos, volvemos a
poner nuestras esperanzas no en estos centros de poder, sino en los centros del
amor. Nuestra esperanza está en estos centros del amor. Centros
evangelizadores, ricos de calor humano, basados en la solidaridad y la
participación”, y también en el perdón entre nosotros.
Reforzar el vínculo entre la familia y la
comunidad cristiana es hoy indispensable y urgente. Por supuesto, se necesita
una fe generosa para encontrar la inteligencia y la valentía para renovar esta
alianza. Las familias a veces dan un paso atrás, diciendo que no están a la
altura: 'Padre, somos una pobre familia y también un poco destartalada', 'no
somos capaces', 'tenemos ya tantos problemas en casa', 'no tenemos la fuerza'.
Es verdad. Pero ninguno es digno, ninguno está a la altura, ¡ninguno tiene las
fuerzas! Sin la gracia de Dios, no podremos hacer nada. Todo nos es dado
gratuitamente. Y el Señor no llega nunca a una nueva familia sin hacer algún
milagro. ¡Recordemos lo que hizo en las bodas de Caná! Sí, el Señor, si nos
ponemos en sus manos, nos hace hacer milagros. Milagros de todos los días
cuando está el Señor en esa familia.
Naturalmente, también la comunidad cristiana
debe hacer su parte. Por ejemplo, tratar de superar actitudes demasiado
directivas y demasiado funcionales, favoreciendo el diálogo interpersonal y el
conocimiento y la estima recíproca. Las familias tomen la iniciativa y sientan
la responsabilidad de llevar los propios dones preciosos para la comunidad.
Todos debemos ser conscientes de que la fe cristiana se juega en el campo
abierto de la vida compartida con todos, la familia y la parroquia deben
cumplir el milagro de una vida más comunitaria para toda la sociedad.
En Caná, estaba la Madre de Jesús, la “madre
del buen consejo”. Escuchemos nosotros también sus palabras: 'Hagan todo lo que
él les diga'. Queridas familias, queridas comunidades parroquiales, dejémonos inspirar
por esta Madre, hagamos todo lo que Jesús nos diga, y nos encontraremos ante el
milagro, el milagro de cada día. Gracias.
(Texto traducido y transcrito del audio por
ZENIT)
También puede leer en ZENIT: Audiencia:
'La comunidad cristiana sea acogedora, no una secta exclusiva'
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