“Así en la tierra como en el Cielo”
No es fácil recoger en unas líneas la mañana que pasamos el
grupo de familias “Camino Nuevo” de
la Parroquia Inmaculada Niña de Granada la mañana del 27 de septiembre. El
título de la actividad “Conocer Granada
en familia. Tras los pasos de San Juan de Dios”, aunque era atractivo, no
nos podíamos imaginar cómo nos iba a sorprender.
Éramos un grupo bastante numeroso, con muchos niños y amigos
que nos acompañaban. Habíamos quedado en la esquina de San Juan de Dios con San Jerónimo, frente al
Hospital que aunque lleva su nombre, no llegó a ver terminado, pero seguro que
siguió muy de cerca las obras, pues cuando él murió, ya se habían construido “dos
cuartas partes del edificio”.
El conjunto del Hospital y la Basílica que hoy contemplamos,
trata de aunar en una misma realidad, el amor de Juan por sus pobres y el amor
de los hermanos hospitalarios por su Padre Fundador, aunque para nosotros esa
mañana queríamos adentrar, ayudados por lo que Granada nos fuera diciendo durante
nuestro paseo, como Juan de Dios quedó cautivado por el amor de Dios de tal
manera, que lo llevó a amar a su prójimo, sobre todo a los más pobres, hasta la
locura, hasta dar la vida por ellos.
Para los niños había un pequeño juego de pistas, e incluso en
la Casa de los Vargas en la Calle Horno de Marina, fueron ellos los que nos
contaron lo que le sucedió allí a nuestro Santo, con el dueño de la casa, sobre
quién era el más indicado para dar sepultura a un pobre muerto.
La Basílica de San Juan de Dios no pudimos visitarla, pues
para la economía de una familia, pagar en los dos sitios era demasiado. Y esta “no era una visita turística para conocer
una obra de arte”, que sin duda lo es, se trataba de que Juan de Dios nos
hablara de su amor por Cristo, de su amor por los pobres, a través de los
lugares que sus pies anduvieron, de sus hechos y palabras que inundan nuestra
Granada y dejar que a través de San Juan de Dios, sigamos oyendo los gritos de
la humanidad que nos siguen interpelando. Por eso al final tuvimos que optar
por la Casa de los Pisas, lugar en el que el Padre de la Caridad, entregó su
vida a Aquel por quién vivió y a quien tanto amó desde aquella tarde del 20
enero de 1539 en la que quedó traspasado por el amor de Dios.
No fue difícil retroceder quinientos años, y en lo que hoy es
el Parque del Triunfo, tratar de reconstruir las transformaciones de lo que
fuera el Cementerio de “Salh-Ben-Malic”, ayudaba el imponente edificio del
Hospital Real y Puerta Elvira, que tantas veces atravesaría nuestro Santo,
primero como librero camino de su tiendecilla, después para pedir para los
pobres. Cuantas veces recorrería esas callejuelas con su capacha y sus ollas
para la comida, cuantos pobres se le unirían para pedirle socorro y un poco de
comida, a cuantos enfermos llevaría camino de la Calle Lucena, sirviendo a Dios
en el pobre que sufre.
Poco a poco sentíamos a cada paso que dábamos, a cada nuevo
dato de la vida de San Juan de Dios, la grandeza de este santo, tan desconocido
para tantos de nosotros. Realmente era un regalo para nosotros poder retroceder
en el tiempo y poder recorrer aquellas calles por las que parecía que nunca
habían despertado de aquella Granada medieval, que pasó a tratar como santo al
que poco antes habían corrido por las calles tratándolo como loco y pidiéndole “trompicar
por amor a Dios en el barro”. Uno de los momentos más emotivos fue detenernos en
la Iglesia del Sagrario, y como hizo San Juan de Dios, darnos cuenta de que en
la vida de cualquier seguir de Jesús, nunca va a faltar la cruz.
Tuvimos que acelerar al final el paso, para ser fieles con el
horario que nos habíamos propuesto y nos dirigimos rápidos hacia Plaza Nueva, y
después de reponer un poco las fuerzas, nos dirigimos a la Casa de los Pisas,
donde nos esperaba la parte más emotiva de nuestro paseo. Allí Juan Ciudad se
encontró con la razón de su vida, con la razón de tantos trabajos y tantas
fatigas que había pasado por sus pobres.
La visita a la Casa de los Pisas tuvo dos partes bien
diferenciadas.
Una primera fue la visita al Museo. Allí parece que el tiempo
se ha detenido, y todo habla del amor hacia el Padre de la Caridad. El lugar es
especial. Es un museo vivo, que habla de vida, de acción de amor hacia los
demás, de agradecimiento por tanta vida de dedicación a los más necesitados.
Harían falta horas para ver con detalle todas las obras de arte que allí se
guardan, toda la historia que se agolpa en sus vitrinas.
La segunda fue entrar en lo sagrado. Realmente nuestras almas
habían sido preparadas, y al entrar en la Cámara Santa, era repetir lo que
rezamos en el Padre Nuestro “así en la
tierra como en el cielo”. Sentir el corazón embargado de agradecimiento por
San Juan de Dios, por su santidad que nos hablaba de la Santidad de Dios. Era sentir
que en aquel trocito de suelo, hace cinco siglos, como hoy en tantos lugares
donde muere un santo, el cielo y la tierra se unen. Que palabras de consuelo
recibiría nuestro Santo Juan de Dios de María, la Madre de Dios,
aquel 8 de marzo de 1550 en el que entregó su alma a Dios.
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