«Preparad el camino del
Señor, allanad sus senderos» (Mc
1, 3).
Estas palabras están
dirigidas a mí. El Señor viene y debo estar preparado para acogerlo. Cada día
le pido: «Ven, Señor Jesús». Y Él responde: «Sí, vengo pronto» (cf. Ap 22,
17.20). Está a la puerta y llama, pide entrar en casa (cf. Ap 3, 20). No puedo
dejarlo fuera de mi vida.
La invitación a acoger al
Señor que viene es de Juan el Bautista. Está dirigida a los judíos de su
tiempo. A ellos les pedía que confesasen sus pecados y se convirtiesen, que
cambiasen de vida. Estaba seguro de que la venida del Mesías sería inminente.
¿Lo reconocería el pueblo, que lo esperaba desde hacía siglos, escucharía sus
palabras, lo seguiría? Juan sabía que para acogerlo hacía falta prepararse; y
de ahí la apremiante invitación:
«Preparad el camino del Señor, allanad sus
senderos».
Estas palabras están
dirigidas a mí porque Jesús sigue viniendo cada día. Cada día llama a mi
puerta, y, lo mismo que para los judíos de tiempos del Bautista, tampoco para
mí es fácil reconocerlo. En aquel entonces, contrariamente a las expectativas
normales, se presentó como un humilde carpintero proveniente de Nazaret, un
pueblo desconocido. Hoy se presenta con las trazas de un emigrante, de un parado,
del empresario que da trabajo, de la compañera de clase, de los familiares, y
también de personas en las cuales el rostro del Señor no siempre se ve con toda
su luminosidad; incluso a veces parece escondido. Su voz sutil, que invita a
perdonar, a ofrecer confianza y amistad, a no conformarse a opciones contrarias
al Evangelio, muchas veces está dominada por otras voces que instigan al odio,
al provecho personal o a la corrupción.
De ahí la metáfora de los
caminos tortuosos e impracticables, que recuerdan a los obstáculos que se
interponen a la venida de Dios en nuestra vida de cada día. No hace falta
enumerar las mezquindades, egoísmos y pecados que anidan en el corazón y nos
vuelven ciegos a su presencia y sordos a su voz. Cada uno de nosotros, si es
sincero, sabe cuáles son las barreras que le impiden el encuentro con Jesús,
con su palabra, con las personas con quienes Él se identifica. Y ahí está la
invitación de la Palabra de vida, que hoy va dirigida a mí precisamente:
«Preparad el camino del Señor, allanad sus
senderos».
"Allanar" ese
juicio que me lleva a condenar al otro, a dejar de hablarle, y en lugar de eso
llegar a entenderlo, amarlo, ponerme a su servicio. "Allanar" el
comportamiento erróneo, que me lleva a traicionar una amistad, que me hace ser
violento o incumplir las leyes civiles, para convertirme más bien en una
persona dispuesta a soportar incluso la injusticia con tal de salvar una
relación, a implicarme personalmente para que crezca la fraternidad en mi
entorno.
Es una palabra dura y
fuerte la que se nos propone en este mes, pero también una palabra liberadora,
que puede cambiarme la vida, abrirme al encuentro con Jesús, de modo que venga
a vivir en mí y sea Él quien actúe y ame en mí. Si la vivimos, esta palabra
puede hacer mucho más: puede hacer que nazca Jesús en medio de nosotros, en la
comunidad cristiana, en la familia, en los grupos en que actuamos. Juan la
dirigió a todo el pueblo: «[y Dios] habitó entre nosotros» (Jn 1, 14), en medio
de su pueblo.
Por eso, ayudándonos unos a
otros, queremos allanar los senderos de nuestras relaciones, eliminar cualquier
desviación que pueda haber entre nosotros, vivir la misericordia a la que nos
invita este año santo. Así, juntos, seremos la casa, la familia capaz de acoger
a Dios.
Será Navidad: Jesús
encontrará el camino abierto y podrá quedarse en medio de nosotros.
FABIO CIARDI
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