El Padre del hijo pródigo se revela como Dios
verdadero precisamente en la infinitud del amor (de la diferencia), que pone de
manifiesto la infinitud del inabarcable Misterio. El punto culminante de esa
revelación es la Encarnación, es la Cruz gloriosa, es la Pascua. Aquí, Dios
mismo (el Dios que es comunión, Padre, Hijo y Espíritu Santo), se entrega y se
da para la vida del hombre. En este acontecimiento, Dios se pone a sí mismo
frente al hombre como amor incondicional e infinito, como puro don, hasta el
punto de hacerse uno con su criatura el hombre. Y es precisamente en ese don de
Sí como Dios se revela como el Dios siempre más grande.
Ese Dios, que no es en absoluto un ídolo fabricado
por los hombres para justificar sus pasiones o su poder, y que se nos ofrece a
ti y a mí en la comunión de la Iglesia, es nuestra única esperanza. Porque,
como escribió san Bernardo, «nuestro único mérito, Señor, es tu misericordia».
Puesto que somos imagen y semejanza suya, esa misericordia es también la única
esperanza de un mundo humano, la única revolución posible.
† Javier
Martínez
Arzobispo de
Granada
Para ir al original
pinchar AQUÍ.
No hay comentarios:
Publicar un comentario