Ser
cristiano – algo que nunca sucede en función de lo “bueno” que uno es, sino
siempre, como decía el antiguo Catecismo, “por la gracia de Dios” – es haberse
encontrado en la vida con la meta, con la plenitud regalada y posible, es haber
reconocido con gratitud el camino. Pero no el camino que uno ha hecho para
llegar hasta Dios (Dios no es nunca un “logro” del hombre, como una
licenciatura o una cátedra), sino el camino que Dios ha hecho para encontrarme
a mí, infinitesimalmente perdido en el cosmos, y hoy, sin embargo, alegre. Hoy
gozoso y agradecido por una Misericordia que ha salido a mi encuentro, en
rostros familiares, amigos, que me han acompañado a lo largo de mi vida. En
ellos, en la Iglesia, es Cristo quien me acompañaba, es la Virgen quien cuidaba
de la vida. Y es la experiencia de ese cuidado lo que arranca la vida de la
desesperanza y de la angustia, y lo que suscita el amor agradecido, el gusto
por la vida. La vida, ahora, es toda signo. Las cosas siguen sin ser infinitas,
pero todas señalan la meta, todas vienen de allí. Todas hablan del amor de
Dios.
† Javier
Martínez
Arzobispo de
Granada
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