«El Reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lc 11, 20).
Era lo que esperaban los judíos de su tiempo.
Jesús comenzó a anunciarlo en cuanto se puso a recorrer los pueblos y ciudades:
«El Reino de Dios está cerca» (cf. Lc 10, 9). E inmediatamente
después: «El Reino de Dios ha llegado a vosotros»; «El Reino de Dios está en
medio de vosotros» (Lc 17, 21).
En la persona de Jesús, Dios mismo se
establecía en medio de su pueblo y tomaba en mano la historia con decisión y
fuerza para guiarla a su meta. Los milagros que Jesús hacía eran signo de ello.
En el pasaje del Evangelio del que está
tomada esta palabra de vida, Jesús acaba de curar a un mudo liberándolo del
diablo que lo tenía prisionero. Es la prueba de que ha venido a vencer el mal,
cualquier mal, y a instaurar por fin el reino de Dios.
En el lenguaje del pueblo hebreo, esta
locución, «reino de Dios», se refería a Dios que actúa en favor de Israel, lo
libera de toda forma de esclavitud y de todo mal, lo guía hacia la justicia y
la paz y lo inunda de alegría y de bien: un Dios que Jesús revela como «padre»
misericordioso, amoroso y lleno de compasión, sensible a las necesidades y a
los sufrimientos de cada uno de Reino de Dios ha llegado a vosotros».
Mirando a nuestro alrededor, con frecuencia
tenemos la impresión de que el mundo está dominado por el mal, que los
violentos y los corruptos llevan la delantera. A veces nos sentimos dominados
por fuerzas adversas, hechos amenazantes que nos sobrepasan. Nos sentimos
impotentes ante guerras y calamidades ambientales, matanzas y cambio climático,
migraciones y crisis económica y financiera.
Y aquí se sitúa el anuncio de Jesús, que
invita a creer que Él, ya desde ahora, está venciendo el mal y está instaurando
un mundo nuevo.
En el mes de marzo de hace 25 años, hablando
a mil En el mes de marzo de hace 25 años, hablando a miles de jóvenes, Chiara
Lubich les confesaba su sueño: «Hacer que el mundo sea mejor,
poco menos que una sola familia, como si perteneciese a una única patria, un
mundo solidario; es más, un mundo unido». Entonces, como hoy, esto parecía una
utopía. Pero para que ese sueño se hiciese realidad los invitaba a vivir el
amor recíproco con la certeza de que de ese modo tendrían entre ellos «a Cristo
mismo, el Omnipotente. Y de Él os lo podréis esperar todo».
Sí, Él es el Reino de Dios.
¿Cuál es nuestra tarea? Hacer que Él esté
siempre entre nosotros. De ese modo –seguía Chiara– «será Él mismo quien actúe
con vosotros en vuestros países, pues Él volverá en cierto modo al mundo, a
todos los lugares en los que os encontráis, gracias a vuestro amor recíproco y
a vuestra unidad. Y os iluminará en todo lo que tengáis que hacer, os guiará,
os sostendrá, será vuestra fuerza, vuestro ímpetu, vuestra alegría. Por Él el
mundo a vuestro alrededor se convertirá a la concordia, toda división se
suturará. […] Amaos entre vosotros, pues, y sembrad el amor en muchos
rincones de la tierra entre las personas, entre los grupos, entre los países,
con todos los medios, para que se haga realidad la invasión de amor de la que
hablamos muchas veces y para que adquiera solidez –con vuestra aportación– la
civilización del amor que todos esperamos. A esto estáis llamados. Y veréis
cosas grandes».
Fabio Ciardi
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