En
ocasión de la Santa Pascua publicamos una parte, siempre actual, de una
entrevista de Chiara Lubich a Zenit, el 8 de abril 2004.
Nos
acercamos a la Pascua. Mientras que en el mundo se respira un clima de miedo
por la amenaza terrorista, ¿qué respuesta ofrece el misterio del Viernes Santo
y de la Pascua de Resurrección?
«Cada día es un Viernes
Santo. Al ver el telediario, ante la sucesión de asesinatos y atentados,
ante esas imágenes inhumanas de violencia, ante el grito de esos sufrimientos,resuena
el grito de abandono que lanzó Jesús al Padre en la cruz: “Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?”; su prueba más alta, las tinieblas más oscuras.
Pero es un grito que no quedó sin respuesta. Jesús no se quedó en el
abismo de aquel sufrimiento infinito, sino que, con un esfuerzo inmenso e
inimaginable se volvió a abandonar al Padre, superando ese enorme dolor y
reconduciendo así a los hombres al seno del Padre y al abrazo recíproco.
Sabemos cuáles son las
causas más profundas del terrorismo: el resentimiento, el odio refrenado, los
deseos de venganza incubados por pueblos oprimidos desde hace mucho porque los
bienes no son compartidos, los derechos no son reconocidos. Lo que falta es la
comunión, la capacidad de compartir, la solidaridad. Es urgente, por tanto,
suscitar en el mundo, por doquier, espacios de fraternidad, esa fraternidad
reconquistada en la cruz.
Desde esa cruz, Jesús nos
da la lección altísima, divina, heroica, sobre lo que es el Amor: un amor que
no hace distinciones, sino que ama a todos; no busca recompensa, sino que
siempre toma la iniciativa; sabe hacerse uno con el otro, sabe vivir en el
otro; tiene una medida sin medida: sabe dar la vida. Este amor tiene una fuerza
divina, puede desencadenar la revolución cristiana más poderosa que tiene que
invadir no sólo el ámbito espiritual, sino también el humano, renovando cada
una de sus expresiones: cultura, política, economía, ciencia, comunicación…
(…) el mandamiento que
Jesús define como nuevo y suyo: “amaos los unos a los otros como yo os he
amado”. Cuando es vivido con radicalidad, genera la unidad y lleva consigo una
consecuencia extraordinaria: el mismo Jesús, el Resucitado, se hace presente
entre nosotros, como prometió “a dos o tres reunidos en su nombre”, que quiere
decir en su amor, como dicen los Padres de la Iglesia.
Una página de los
inicios del Movimiento constata la sorpresa de cuánto íbamos descubriendo: “¡La
Unidad! ¡Se siente, se ve, se goza, pero… es inefable! Todos gozan de su
presencia, todos sufren por su ausencia. Es paz, gozo, amor, ardor, clima de
heroísmo, de plena generosidad. ¡Es Jesús entre nosotros!”. Y con él, es
Pascua perenne.»
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