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martes, 5 de junio de 2018
viernes, 1 de junio de 2018
PALABRA DE VIDA DE JUNIO DE 2018.
«Bienaventurados
los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,
9)
El Evangelio de Mateo inicia el relato de la predicación de Jesús con
el sorprendente anuncio de las bienaventuranzas.
En ellas, Jesús proclama «bienaventurados», es decir, plenamente
felices y realizados, a todos los que a los ojos del mundo son considerados
perdedores o desventurados: los humildes, los afligidos, los mansos, los que
tienen hambre y sed de la justicia, los limpios de corazón, los que trabajan
por la paz.
A ellos Dios les hace grandes promesas: serán saciados y consolados por
Él mismo, serán herederos de la tierra y de su Reino.
Es, pues, una revolución cultural en toda regla, que trastoca nuestra
visión, a menudo cerrada y miope, para la cual estas categorías son una parte
marginal e insignificante de la lucha por el poder y el éxito.
«Bienaventurados
los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios»,
Según la visión bíblica, la paz es fruto de la salvación que Dios
realiza; o sea, es ante todo un don de Dios. Es una característica de Dios
mismo, que ama a la humanidad y a toda la creación con corazón de Padre y tiene
sobre todos un proyecto de concordia y armonía. Por eso, quien se prodiga por
la paz demuestra cierta «semejanza» con Él, como un hijo.
Escribe Chiara Lubich: «Puede ser portador de paz quien la posee en sí
mismo. Es necesario ser portador de paz ante todo en nuestro comportamiento de
cada instante, viviendo de acuerdo con Dios y su voluntad. [...) “...serán
llamados hijos de Dios": recibir un nombre significa convertirse en lo que
ese nombre expresa. Pablo llamaba a Dios "el Dios de la paz" y
saludaba a los cristianos diciéndoles: "EI Dios de la paz esté con todos
vosotros”: Los que trabajan por la paz manifiestan su parentesco con Dios,
actúan como hijos de Dios, dan testimonio de Dios, quien [...) ha imprimido en
la sociedad humana el orden, que da como fruto la paz»,
Vivir en paz no es simplemente la ausencia de conflicto; tampoco es una
vida sosegada, contemporizando con los valores para buscar la aceptación de los
demás siempre y como sea; más bien es un estilo de vida exquisitamente
evangélico que requiere la valentía de hacer opciones a contracorriente.
«Trabajar por la paz» es sobre todo crear ocasiones de reconciliación
en la vida de uno mismo y de los demás, en todos los niveles: ante todo con
Dios, y luego con quienes tenemos cerca, en la familia, en el trabajo, en
clase, en la parroquia y en las asociaciones, en las relaciones sociales e
internacionales. O sea, es un modo decisivo de amar al prójimo, una gran obra
de misericordia que sanea todas las relaciones.
Eso es precisamente lo que Jorge, un adolescente de Venezuela, decidió
hacer en el colegio: «Un día, al final de las clases, vi que mis compañeros se
estaban organizando para una manifestación de protesta durante la cual tenían
la intención de usar la violencia, incendiando coches y tirando piedras.
Inmediatamente pensé que ese comportamiento no cuadraba con mi estilo de vida.
Así que les propuse escribir una carta a la dirección del colegio: así
podríamos pedir de otro modo lo mismo que ellos pensaban conseguir con la
violencia. Entre unos cuantos la redactamos y se la entregamos al director».
«Bienaventurados
los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios».
En este tiempo se revela especialmente urgente promover el diálogo y el
encuentro entre personas y grupos diversos por historia, tradiciones culturales
o puntos de vista, y así mostrar aprecio y acoger la variedad y riqueza que
supone.
Como dijo recientemente el papa Francisco: «La paz se construye en el
coro de las diferencias [...] Y a partir de esas diferencias uno aprende del
otro, como hermanos... Uno es nuestro Padre, nosotros somos hermanos.
Querámonos como hermanos. Y si discutimos entre nosotros, que sea como hermanos
que enseguida se reconcilian, que siempre vuelven a ser hermanos».
También podremos esforzarnos por conocer los brotes de paz y
fraternidad que ya hacen nuestras ciudades más abiertas y humanas.
Preocupémonos de ellos y hagamos que crezcan; así contribuiremos a curar las
fracturas y los conflictos que las invaden.
LETIZIA MAGRI