«Recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es
capaz de salvar vuestras almas» (St 1,21).
La Palabra de este mes procede de un texto
atribuido a Santiago -figura de relieve en la Iglesia de Jerusalén-, el cual
recomienda al cristiano la coherencia entre el creer y el actuar.
En el comienzo del versículo se subraya una
condición esencial: «desechar toda abundancia de mal» para recibir la Palabra
de Dios y dejarse guiar por ella, y de ese modo caminar hacia la plena
realización de la vocación cristiana.
La Palabra de Dios tiene una fuerza muy
peculiar: es creadora, produce frutos buenos en la persona y en la comunidad,
construye relaciones de amor entre cada uno de nosotros y Dios y entre las
personas. y, según dice Santiago, ya ha sido «sembrada» en nosotros.
«Recibid con
docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas».
¿Cómo es posible? Ciertamente, porque Dios
pronunció ya en la creación una Palabra definitiva: el hombre es «imagen» de
Él. De hecho cada criatura humana es el «tú» de Dios, llamado a la existencia
para compartir la vida de amor y comunión de Dios. Pero, para los cristianos,
es el sacramento del bautismo el que nos introduce en Cristo, Palabra de Dios que
ha entrado en la historia humana.
Así pues, en cada persona Él ha depositado la
semilla de su Palabra, la cual llama a la persona al bien, a la justicia, a la
donación y a la comunión. Esta semilla, acogida y cultivada con amor en nuestra
«tierra», es capaz de producir vida y frutos.
«Recibid con
docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas»,
Un lugar claro donde Dios nos habla es la
Biblia, que para los cristianos culmina en los Evangelios. Es preciso acoger su
Palabra en la lectura amorosa de la Escritura; y si la vivimos, podemos ver sus
frutos.
También podemos escuchar a Dios en lo
profundo de nuestro corazón, donde con frecuencia sentimos la injerencia de
muchas «voces» y «palabras»: eslóganes y ofertas de opciones y modelos de vida,
o también preocupaciones y miedos... ¿Cómo reconocer la Palabra de Dios y
hacerle espacio para que viva en nosotros?
Hace falta desarmar el corazón y «rendirnos»
a la invitación de Dios de ponernos a escuchar con libertad y valentía su voz,
que suele ser la más sutil y discreta. Y esta nos insta a salir de nosotros
mismos y aventurarnos por los caminos del diálogo y del encuentro con Él y con
los demás, nos invita a colaborar para hacer una humanidad más bella, en la que
todos nos reconozcamos cada vez más hermanos.
«Recibid con
docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras
almas»,
En realidad la Palabra de Dios puede
transformar nuestra vida cotidiana en una historia que nos libera de la
oscuridad del mal personal y social, pero pide nuestra adhesión personal y
consciente, aunque sea imperfecta, frágil y siempre en camino.
Nuestros sentimientos y nuestros pensamientos
se parecerán cada vez más a los del propio Jesús, nuestra fe y nuestra esperanza
en el Amor de Dios saldrán reforzadas, a la vez que nuestros ojos y brazos se
abrirán a las necesidades de los hermanos.
Así lo sugería Chiara Lubich en 1992: «En
Jesús veíamos una profunda unidad entre el amor que Él tenía por el Padre
celestial y el amor a sus hermanos los hombres. Había una coherencia extrema
entre sus palabras y su vida. Y esto fascinaba y atraía a todos. Así debemos
ser también nosotros. Debemos acoger con la sencillez de los niños las palabras
de Jesús y ponerlas en práctica con la pureza y luminosidad que tienen, con su
fuerza y radicalidad, para ser discípulos como Él quiere, es decir, discípulos
iguales a su Maestro: otros tantos Jesús dispersos por el mundo. ¿Podemos vivir
una aventura más grande y más hermosa?».
LETIZIA MAGRI
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