«Pero si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley». (Ga 5, 18).
El apóstol Pablo escribe una carta a los
cristianos de Galacia, una región en el centro de la actual Turquía que él
mismo había evangelizado y a la que tiene mucho afecto. Algunos de esta
comunidad sostenían que los cristianos debían observar las prescripciones de la
ley de Moisés para ser gratos a Dios y alcanzar la salvación.
Pero Pablo afirma más bien que ya no estamos
«bajo la ley», porque, con su muerte y resurrección, el propio Jesús, Hijo de
Dios y Salvador de la humanidad, se ha convertido para todos en Camino hacia el
Padre. La fe en Él abre nuestro corazón a la acción del Espíritu de Dios, que
nos guía y nos acompaña por los caminos de la vida.
Es decir, según Pablo no se trata de «no
observar la ley», sino más bien de llevarla a su raíz última y más exigente
dejándonos guiar por el Espíritu. De hecho, unas líneas más arriba, Pablo
escribe: «Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: amarás a
tu prójimo como a ti mismo» (Ga 5, 14).
En efecto, en el amor cristiano a Dios y al
prójimo encontramos la libertad y la responsabilidad de los hijos: a ejemplo de
Jesús, estamos llamados a amar a todos, a ser los primeros en amar y a amar al
otro como a nosotros mismos, incluso a quienes percibimos como enemigos.
«Pero si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley».
El amor que procede de Dios nos empuja a ser
personas responsables en la familia, en el trabajo y dondequiera que nos
movamos. Estamos llamados a construir relaciones de paz, de justicia y
legalidad.
La ley del amor es el fundamento más sólido
de nuestro ser social, como cuenta María: «Doy clases en la periferia de París,
en una zona desfavorecida y con una población escolar multicultural. Llevo a
cabo proyectos interdisciplinares para trabajar en equipo, vivir la fraternidad
entre los compañeros y así ser creíbles cuando proponemos este modelo a los
alumnos. He aprendido a no esperar resultados inmediatos, incluso cuando un
chaval no cambia. Lo importante es seguir creyendo en él y acompañarlo,
valorándolo y gratificándolo. A veces me parece que no consigo cambiar nada, y
otras veces, en cambio, tengo la prueba tangible de que las relaciones que
hemos construido dan fruto, como sucedió con una alumna mía que durante las
clases no participaba de modo constructivo. Le expliqué con calma y firmeza
que, para vivir en armonía, cada cual debe hacer su parte. Y entonces me
escribió: "Pido disculpas por mi comportamiento, no volverá a suceder. Sé
que usted se espera de nosotros acciones concretas y no palabras, y quiero
comprometerme a hacerlo. Usted es una persona que nos transmite a los alumnos
valores justos y ganas de superarnos"».
«Pero si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley».
Vivir en el amor no es un simple fruto de
nuestros esfuerzos. El Espíritu que se nos ha dado -y que podemos seguir
pidiendo- es el que nos da la fuerza para ser cada vez más libres de la
esclavitud del egoísmo y vivir en el amor.
Escribe Chiara Lubich: «Es el amor el que nos
mueve, el que nos sugiere cómo responder a las situaciones y opciones que
estamos llamados a vivir. El amor nos enseña a distinguir: esto está bien: lo
hago; esto está mal: no lo hago. El amor nos mueve a actuar procurando el bien
del otro. No somos guiados desde fuera, sino por ese principio de vida nueva
que el Espíritu ha puesto dentro de nosotros. Fuerzas, corazón, mente y todas
nuestras capacidades pueden "caminar según el Espíritu" porque están
unificados por el amor y puestos a completa disposición del proyecto de Dios
sobre nosotros y sobre la sociedad. Somos libres de amar».
LETIZIA MAGRI
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