«Estad siempre alegres en el Señor» (Flp 4, 4).
El apóstol Pablo escribe a la comunidad de la
ciudad de Filipo cuando él mismo es objeto de una persecución que lo pone en
grave dificultad. Y sin embargo, a estos queridos amigos suyos él les aconseja
-es más, casi les ordena- que estén «siempre alegres».
Pero ¿se puede dar semejante mandato? Si
miramos a nuestro alrededor, no es fácil encontrar motivos de serenidad, ¡y
mucho menos de alegría!
Ante las preocupaciones de la vida, las
injusticias de la sociedad y las tensiones entre pueblos, es ya un gran
esfuerzo no dejarnos llevar por el desánimo, darnos por vencidos y replegarnos
en nosotros mismos.
Pero Pablo nos invita también a nosotros:
«Estad siempre alegres en el Señor».
¿Cuál es su secreto?
«[...] hay una razón por la que, a pesar de
todas las dificultades, debemos estar siempre en la alegría. La vida cristiana
tomada en serio es la que nos lleva a ello. Esta hace que Jesús viva plenamente
dentro de nosotros, y con Él no podemos no estar en la alegría. Él es la fuente
de la verdadera alegría, porque da sentido a nuestra vida, nos guía con su luz,
nos libera de todo temor, tanto respecto al pasado como en relación con lo que
nos espera; nos da la fuerza para superar todas las dificultades, tentaciones y
pruebas que podamos encontrar».
La alegría del cristiano no radica en el puro
optimismo, en la seguridad del bienestar material ni en la alegría de ser joven
y tener salud; más bien es fruto del encuentro personal con Dios en lo profundo
del corazón.
«Estad siempre alegres en el Señor».
Esta alegría, sigue diciendo Pablo, nos hace
capaces de acoger a los demás con cordialidad, nos dispone a dedicar tiempo a
quienes están a nuestro alrededor (cf. Flp 4, 5).
Es más, en otra ocasión Pablo repite con
fuerza este dicho de Jesús: «Mayor felicidad hay en dar que en recibir» (Hch
20, 35).
De la compañía de Jesús brota también la paz
del corazón, la única que puede contagiar a las personas de alrededor con su fuerza
desarmada.
En Siria, a pesar de los graves peligros y
estrecheces de la guerra, un numeroso grupo de jóvenes se reunió recientemente
para compartir sus experiencias de vivir el Evangelio y experimentar la alegría
del amor mutuo; de allí marcharon luego decididos a dar testimonio de que es
posible la fraternidad.
Nos escriben algunos participantes: «Se
suceden relatos de historias de amargo dolor y esperanza, de fe heroica en el
amor de Dios. Unos lo han perdido todo y ahora viven con su familia en un campo
de refugiados; otros han visto morir a sus seres queridos [...]. Es fuerte en
estos jóvenes el compromiso de generar vida a su alrededor: organizan
festivales por las calles implicando a miles de personas, reconstruyen en el
centro de un pueblecito una escuela y un jardín que nunca se terminaron a causa
de la guerra; ofrecen apoyo a decenas de familias de refugiados [...]. Vuelven
a aflorar en el corazón las palabras de Chiara Lubich: "La alegría del
cristiano es como un rayo de sol que brilla a través de una lágrima, una rosa
florecida en una mancha de sangre, esencia de amor destilada del dolor [...]
por eso tiene la fuerza apostólica de un retazo del Paraíso”. En nuestros
hermanos y hermanas de Siria encontramos la fortaleza de los primeros cristianos,
que en esta tremenda guerra testimonian su confianza y esperanza en Dios Amor y
la transmiten a sus compañeros de viaje. ¡Gracias, Siria, por esta lección de
cristianismo vivo!»,
LETIZIA MAGRI
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