«Justicia, solo justicia has de buscar» (Dt 16, 20).
El Libro del Deuteronomio se presenta como
una serie de discursos pronunciados por Moisés al término de su vida. Este
recuerda a las nuevas generaciones las leyes del Señor mientras contempla desde
lejos la Tierra Prometida, hacia la cual ha guiado con valentía al pueblo de
Israel.
En este libro se presenta la «ley» de Dios en
primer lugar como la «palabra» de un Padre que se preocupa de todos sus hijos.
Es un camino de vida que Él da a su pueblo para realizar un proyecto de
Alianza. Si el pueblo la observa fielmente, por amor y gratitud más que por
miedo a los castigos, seguirá disfrutando de la cercanía y la protección de
Dios.
Uno de los modos de realizar concretamente esta
Alianza, recibida como un regalo de Dios, consiste en perseguir con decisión la
justicia. Quien es fiel la pone en práctica cuando recuerda con gratitud la
elección que Dios ha hecho de su pueblo y evita adorar a cualquiera que no sea
el Señor, pero también cuando rechaza beneficios personales que le ofuscan la
conciencia ante las necesidades del pobre.
«Justicia,
solo justicia has de buscan».
La experiencia cotidiana nos plantea muchas
situaciones de injusticia, incluso graves, que afectan sobre todo a los más
débiles, los que sobreviven al margen de nuestra sociedad. ¡Cuántos Caínes usan
la violencia contra su hermano o su hermana!
Erradicar las desigualdades y los abusos es
una exigencia de justicia fundamental, empezando por nuestro corazón y los
lugares donde desarrollamos nuestra vida social.
Y sin embargo, Dios no lleva a cabo su
justicia destruyendo a Caín, sino que se preocupa de protegerlo para que
reanude el camino (cf. Gn 4, 8-16). La justicia de Dios consiste en dar nueva
vida.
Los cristianos hemos conocido a Jesús. Con
sus palabras y sus gestos, pero sobre todo con el don de la vida y la luz de la
Resurrección, Él nos ha desvelado que la justicia de Dios es su amor infinito
por todos sus hijos.
A través de Jesús se nos abre también a
nosotros el camino para poner en práctica y difundir la misericordia y el
perdón, que es también fundamento de la justicia social.
«Justicia,
solo justicia has de buscar».
Este versículo de la Escritura ha sido
elegido para celebrar la «Semana de oración por la unidad de los cristianos» de
2019, que en el hemisferio norte se celebra del 18 al 25 de enero. Si acogemos
esta Palabra como se nos propone, podremos trabajar para buscar los caminos de
la reconciliación, ante todo entre los cristianos. Luego, poniéndonos al
servicio de todos, sanaremos eficazmente las heridas de la injusticia.
Así lo experimentan desde hace años
cristianos de distintas Iglesias que se dedican conjuntamente a los presos de
la ciudad de Palermo (Italia). La iniciativa partió de Salvatore, miembro de
una asociación evangélica: «Me di cuenta de las necesidades espirituales y
humanas de estos hermanos nuestros. Muchos de ellos no tenían familiares que
pudiesen ayudarlas. Se lo confié a Dios y lo hablé con muchos hermanos de mi Iglesia
y de otras Iglesias». Añade Christine, de la Iglesia anglicana: «Poder ayudar a
estos hermanos necesitados nos da alegría porque hace efectiva la providencia
de Dios, que quiere que su Amor llegue a todos a través de nosotros», Y Nunzia,
católica: «Nos ha parecido una ocasión tanto para ayudar a estos hermanos
necesitados como para contribuir a anunciar a Jesús incluso mediante las
pequeñas cosas materiales».
Es un modo de realizar lo que expresó Chiara
Lubich en 1998 en la iglesia evangélica de Santa Ana, en Augsburgo, durante un
encuentro ecuménico:
«[...] Si los cristianos echamos un vistazo a
nuestra historia [...], no podemos dejar de sentir dolor al darnos cuenta de
que esta ha consistido en muchos casos en un sucederse de incomprensiones, disputas
y luchas. Ciertamente, por culpa de circunstancias históricas, culturales,
políticas, geográficas y sociales..., pero también porque ha faltado entre los
cristianos su elemento unificador característico: el amor.»
«Un trabajo ecuménico será fecundo de verdad
en la medida en que quienes se dedican a él vean en Cristo crucificado y
abandonado que se vuelve a abandonar en el Padre, la clave para entender
cualquier falta de unidad y para recomponerla. [...] Y la unidad vivida tiene
un efecto [...]. Se trata de la presencia de Jesús entre varias personas, en la
comunidad. "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre -dijo Jesús-,
allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20). Jesús entre un católico y un
evangélico que se aman, entre anglicanos y ortodoxos, entre una armenia y una
reformada que se aman. ¡Cuánta paz ya desde ahora, cuánta luz para un camino
ecuménico recto!»,
LETIZIA MAGRI