PALABRA DE VIDA MAYO 2010
“El que me ama será amado por mi Padre,
“El que me ama será amado por mi Padre,
y yo lo amaré y me manifestaré a él” (Jn. 14,21)
En el último discurso de Jesús, el tema central es el amor: el amor del Padre por el Hijo, el amor por Jesús, que es observancia de sus mandamientos.
Aquellos que escuchaban a Jesús no tenían que esforzarse para reconocer en sus palabras un eco del Libro de la Sabiduría: “amarla, es cumplir sus leyes” y “se deja contemplar fácilmente por los que la aman”. Y sobre todo ese manifestarse a quien lo ama encuentra su paralelo en el Antiguo Testamento, en el libro de la Sabiduría, (Capítulo 1, versículo 2), donde se dice que el Señor se manifestará a quienes creen en él.
Entonces el sentido de esta Palabra que proponemos es: el que ama al Hijo es amado por el Padre, y es amado por el Hijo, que se le manifiesta.
“El que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él”
Tal manifestación de Jesús requiere amar. No se concibe un cristiano que no tenga este dinamismo, esta carga de amor en el corazón. Un reloj no funciona, no da la hora –y se puede decir que ni siquiera es un reloj– si no tiene pila. Así, un cristiano que no está siempre en la tensión de amar, no merece el nombre de cristiano.
Y esto porque todos los mandamientos de Jesús se resumen en uno solo: en el del amor por Dios y el prójimo, en el cual se puede ver y amar a Jesús. El amor no es mero sentimentalismo sino que se traduce en vida concreta, en el servicio a los hermanos, especialmente a aquellos que están cerca de nosotros, comenzando por las pequeñas cosas, desde los servicios más humildes.
Dice Charles de Foucauld: “Cuando se ama a alguien, se está muy proyectado en él, se está en él a través del amor, se vive en él a través del amor, no se vive más en sí mismo, se está “desprendido” de sí mismo, “fuera” de sí mismo”.
Y es por este amor que se abre camino en nosotros su luz, la luz de Jesús, según su promesa: “A quien me ama... me manifestaré”5. El amor es fuente de luz: amando se comprende más a Dios que es amor.
Esto hace que se ame todavía más y se profundice la relación con los prójimos. Esta luz, este conocimiento amoroso de Dios es por lo tanto la confirmación, la prueba del verdadero amor. Y se la puede experimentar de varios modos, porque en cada uno de nosotros la luz asume un color, una tonalidad propia. Pero también tiene características comunes: nos ilumina sobre la voluntad de Dios, nos da paz, serenidad, y una comprensión siempre nueva de la Palabra de Dios. Es una luz cálida que nos estimula a caminar en el camino de la vida de un modo cada vez más seguro y desenvuelto. Cuando las sombras de la existencia hacen que nuestro camino sea incierto, cuando nos quedamos incluso bloqueados por la oscuridad, esta Palabra del Evangelio nos recordará que la luz se enciende con el amor y que bastará un gesto concreto de amor, aunque sea pequeño (una oración, una sonrisa, una palabra), para darnos ese tenue resplandor que nos permite ir adelante.
Antes, el farol de las bicicletas se iluminaba gracias a la corriente de la dínamo activada por el movimiento de la rueda delantera. Al ir en bicicleta de noche, si uno se detenía, caía en la oscuridad. Sólo recomenzando a pedalear era posible iluminar el camino.
Así es en la vida: basta que volvamos a poner en movimiento el amor, el verdadero, ese que da sin esperar nada, para volver a encender en nosotros la fe y la esperanza.
Aquellos que escuchaban a Jesús no tenían que esforzarse para reconocer en sus palabras un eco del Libro de la Sabiduría: “amarla, es cumplir sus leyes” y “se deja contemplar fácilmente por los que la aman”. Y sobre todo ese manifestarse a quien lo ama encuentra su paralelo en el Antiguo Testamento, en el libro de la Sabiduría, (Capítulo 1, versículo 2), donde se dice que el Señor se manifestará a quienes creen en él.
Entonces el sentido de esta Palabra que proponemos es: el que ama al Hijo es amado por el Padre, y es amado por el Hijo, que se le manifiesta.
“El que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él”
Tal manifestación de Jesús requiere amar. No se concibe un cristiano que no tenga este dinamismo, esta carga de amor en el corazón. Un reloj no funciona, no da la hora –y se puede decir que ni siquiera es un reloj– si no tiene pila. Así, un cristiano que no está siempre en la tensión de amar, no merece el nombre de cristiano.
Y esto porque todos los mandamientos de Jesús se resumen en uno solo: en el del amor por Dios y el prójimo, en el cual se puede ver y amar a Jesús. El amor no es mero sentimentalismo sino que se traduce en vida concreta, en el servicio a los hermanos, especialmente a aquellos que están cerca de nosotros, comenzando por las pequeñas cosas, desde los servicios más humildes.
Dice Charles de Foucauld: “Cuando se ama a alguien, se está muy proyectado en él, se está en él a través del amor, se vive en él a través del amor, no se vive más en sí mismo, se está “desprendido” de sí mismo, “fuera” de sí mismo”.
Y es por este amor que se abre camino en nosotros su luz, la luz de Jesús, según su promesa: “A quien me ama... me manifestaré”5. El amor es fuente de luz: amando se comprende más a Dios que es amor.
Esto hace que se ame todavía más y se profundice la relación con los prójimos. Esta luz, este conocimiento amoroso de Dios es por lo tanto la confirmación, la prueba del verdadero amor. Y se la puede experimentar de varios modos, porque en cada uno de nosotros la luz asume un color, una tonalidad propia. Pero también tiene características comunes: nos ilumina sobre la voluntad de Dios, nos da paz, serenidad, y una comprensión siempre nueva de la Palabra de Dios. Es una luz cálida que nos estimula a caminar en el camino de la vida de un modo cada vez más seguro y desenvuelto. Cuando las sombras de la existencia hacen que nuestro camino sea incierto, cuando nos quedamos incluso bloqueados por la oscuridad, esta Palabra del Evangelio nos recordará que la luz se enciende con el amor y que bastará un gesto concreto de amor, aunque sea pequeño (una oración, una sonrisa, una palabra), para darnos ese tenue resplandor que nos permite ir adelante.
Antes, el farol de las bicicletas se iluminaba gracias a la corriente de la dínamo activada por el movimiento de la rueda delantera. Al ir en bicicleta de noche, si uno se detenía, caía en la oscuridad. Sólo recomenzando a pedalear era posible iluminar el camino.
Así es en la vida: basta que volvamos a poner en movimiento el amor, el verdadero, ese que da sin esperar nada, para volver a encender en nosotros la fe y la esperanza.
Chiara Lubich (Este texto fue publicado en mayo de 1999)
Para consultar Palabras de Vida anteriores o las ediciones para los más jóvenes y los más pequeños de la casa, adaptadas para ellos, podéis encontrarlas en: Ciudad Nueva / Palabras de Vida.
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