Como cada domingo, el
papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el
Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el
mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino
les dijo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el centro de la Liturgia de este domingo encontramos
una de las verdades más confortantes: la divina Providencia. El profeta Isaías
la presenta con la imagen del amor materno lleno de ternura: “¿Se olvida una
madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? Pero aunque
ella se olvide, yo no te olvidaré” (49,15). ¡Qué hermoso es esto! ¡Dios no se
olvida de nosotros! ¡De ninguno de nosotros! ¿eh? ¡De ninguno de nosotros! Con
nombre y apellido. Nos ama y no se olvida. ¡Qué hermoso pensamiento!Esta
invitación a la confianza en Dios encuentra un paralelismo en la página del
Evangelio de Mateo: “Mirad las aves del cielo -dice Jesús-: no siembran, ni
cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta.
(...) Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni
hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como
uno de ellos” (Mt 6, 26. 28-29).
Pensando en tantas personas que viven en condiciones de
precariedad, o incluso en la miseria que ofende su dignidad, estas palabras de
Jesús podrían parecer abstractas, si no ilusorias. ¡Pero en realidad son más
que nunca actuales! Nos recuerdan que no se puede servir a dos amos, ¿eh?: Dios
y la riqueza. Mientras cada uno busque acumular para sí, jamás habrá
justicia. Tenemos que oír bien esto, ¿eh? Mientras cada uno busque
acumular para sí, jamás habrá justicia. Si en cambio, confiando en la
providencia de Dios, buscamos juntos su Reino, entonces a nadie le faltará lo
necesario para vivir dignamente.
Un corazón ocupado por la furia de poseer es un
corazón lleno de esta furia de poseer, pero vacío de Dios. Por eso Jesús ha
advertido varias veces a los ricos, porque en ellos es fuerte el riesgo de
colocar la propia seguridad en los bienes de este mundo. En un corazón poseído
por las riquezas, no hay más espacio para la fe. Si en cambio se deja a Dios el
lugar que le espera, o sea el primer lugar, entonces su amor conduce a
compartir también las riquezas, a ponerlas al servicio de proyectos de
solidaridad y de desarrollo, como demuestran tantos ejemplos, también
recientes, en la historia de la Iglesia.Y así la providencia de Dios pasa a
través de nuestro servicio a los demás, nuestro compartir con los demás. Si
cada uno de nosotros no acumula riquezas sólo para sí, sino que las pone al
servicio de los demás, en este caso la Providencia de Dios se hace visible en
cuanto gesto de solidaridad. Sin embargo, si alguno acumula sólo para sí ¿qué
le pasará? Cuando será llamado por Dios, no podrá llevar las riquezas con él.
Porque sabéis: ¡el sudario no tiene bolsillos! Es mejor compartir, porque
nosotros llevamos al cielo sólo aquello que hemos compartido
con los demás.
El camino que Jesús indica puede parecer poco realista
con respecto a la mentalidad común y a los problemas de la crisis económica;
pero, si pensamos bien, nos conduce a la escala justa de valores. Él dice: “¿No
vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Mt 6, 25).
Para hacer que a nadie le falte el pan, el agua, el vestido, la casa, el
trabajo, la salud, es necesario que todos nos reconozcamos hijos del Padre que
está en el cielo y por lo tanto hermanos entre nosotros, y nos comportemos
consecuentemente. Lo recordé en el Mensaje para la Paz del 1 de enero: el
camino para la paz es la fraternidad. Este ir juntos, compartir las cosas
juntos.
A la luz de la Palabra de Dios de este domingo,
invoquemos a la Virgen María como Madre de la divina Providencia. A ella
confiamos nuestra existencia, el camino de la Iglesia y de la humanidad. En
particular, invoquemos su intercesión para que todos nos esforcemos en vivir
con un estilo simple y sobrio, con la mirada atenta a las necesidades de los
hermanos más necesitados.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la
oración del ángelus. Y al concluir la plegaria, el Papa prosiguió haciendo un
llamamiento a la comunidad internacional para que se resuelva la delicada
situación que atraviesa Ucrania:
Os pido que sigáis rezando por Ucrania, que está
viviendo una situación delicada. Mientras anhelo que todas las partes del país
se esmeren para superar las incomprensiones y construir juntos el futuro de la
nación, dirijo un apremiante llamamiento a la comunidad internacional, para que
sostenga toda iniciativa en favor del diálogo y de la concordia.
A continuación, llegó el turno de los saludos que
tradicionalmente realiza el Pontífice:
Dirijo un cordial saludo a las familias, grupos
parroquiales, asociaciones y todos los peregrinos venidos de Italia y de
diferentes países. Saludo a los fieles españoles provenientes de las diócesis
de Valladolid e Ibiza; así como a los italianos de Amantea, Brescia, Cremona,
Terni, Lonate y Ferno, y al coro de Tassullo. Saludo a los
numerosos grupos de chicos de las diócesis de Como, Vicenza, Padova, Lodi,
Cuneo y Cremona.
Francisco también quiso dedicar unas palabras a los
grupos de Confirmación presentes en la Plaza de San Pedro:
algunos de vosotros habéis recibido desde hace poco la
Confirmación o estáis preparándoos para recibirla, otros haréis la profesión de
fe, y estáis implicados en vuestros oratorios.
Queridos chicos,
¡Qué vuestra relación con Jesús sea cada vez más fuerte y
profunda, para que traiga mucho fruto! ¡Adelante, queridos chicos!
Por último, el Santo Padre recordó que esta semana
comienza la Cuaresma:
Esta semana comenzaremos la Cuaresma, que es el camino
del Pueblo de Dios hacia la Pascua, un camino de conversión, de lucha contra el
mal con las armas de la oración, el ayuno y la misericordia. La humanidad
necesita justicia, reconciliación y paz, y logrará alcanzarlas sólo volviendo
con todo al corazón de Dios, que es su manantial. También todos nosotros
necesitamos el perdón de Dios. Entremos en la Cuaresma con un espíritu de
adoración de Dios y de solidaridad fraterna con los que, en estos tiempos,
están más probados por la indigencia y los conflictos violentos.
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su
intervención diciendo:
Os deseo a todos un buen domingo y una buena comida.
¡Hasta pronto!
con los demás.
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