El último acto del
viaje a Cuba del Papa Francisco ha sido con. El Santo Padre ha vuelto a repetir
la necesidad de cuidarlas, es donde comenzamos nuestra vida, Jesús comenzó su
vida en una familia, a Jesús le gusta entrar en la vida de la familia, a formar
parte de ella. La familia es nuestra “escuela de fraternidad, de solidaridad,
de perdón, de gratuidad…”, la familia es la “escuela de la humanidad”. Las familias no son un problema, son una
oportunidad. La necesidad de los momentos de familia alrededor de la mesa y
la Eucaristía es la cena de la familia de Jesús.
Santiago de Cuba, 23
de septiembre de 2015.
"Estamos en familia. Y cuando uno está en
familia se siente en casa. Gracias familias cubanas, gracias cubanos por
hacerme sentir todos estos días en familia, por hacerme sentir en casa.
Gracias. Este encuentro con ustedes es como «la frutilla de la torta». Terminar
mi visita viviendo este encuentro en familia es un motivo para dar gracias a
Dios por el «calor» que brota de gente que sabe recibir, que sabe acoger, que
sabe hacer sentir en casa. Gracias a todos los cubanos.
Agradezco a Mons. Dionisio García, Arzobispo
de Santiago, el saludo que me ha dirigido en nombre de todos y al matrimonio
que ha tenido la valentía de compartir con todos nosotros sus anhelos y
esfuerzos por vivir el hogar como una «iglesia doméstica».
El Evangelio de Juan nos presenta como primer
acontecimiento público de Jesús las Bodas de Caná, en la fiesta de una familia.
Ahí está con María su madre y algunos de sus discípulos compartiendo la fiesta
familiar.
Las bodas son momentos especiales en la vida
de muchos. Para los «más veteranos», padres, abuelos, es una oportunidad para
recoger el fruto de la siembra. Da alegría al alma ver a los hijos crecer y que
puedan formar su hogar. Es la oportunidad de ver, por un instante, que todo por
lo que se ha luchado valió la pena. Acompañar a los hijos, sostenerlos,
estimularlos para que puedan animarse a construir sus vidas, a formar sus
familias, es un gran desafío para los padres. A su vez, la alegría de los
jóvenes esposos. Todo un futuro que comienza, todo tiene «sabor» a casa nueva,
a esperanza. En las bodas, siempre se une el pasado que heredamos y el futuro
que nos espera. Hay memoria y esperanza. Siempre se abre la oportunidad para
agradecer todo lo que nos permitió llegar hasta el hoy con el mismo amor que
hemos recibido.
Y Jesús comienza su vida pública precisamente
en una boda. Se introduce en esa historia de siembras y cosechas, de sueños y
búsquedas, de esfuerzos y compromisos, de arduos trabajos que araron la tierra
para que ésta dé su fruto. Jesús
comienza su vida en el interior de una familia, en el seno de un hogar. Y
es precisamente en el seno de nuestros hogares donde continuamente Él se sigue
introduciendo, Él sigue siendo parte. Le gusta meterse en la familia.
Es interesante observar cómo Jesús se
manifiesta también en las comidas, en las cenas. Comer con diferentes personas,
visitar diferentes casas fue un lugar privilegiado por Jesús para dar a conocer
el proyecto de Dios. Él va a la casa de sus amigos –Marta y María–, pero no es
selectivo, no le importa si son publicanos o pecadores, como Zaqueo. No sólo Él
actuaba así, sino cuando envió a sus discípulos a anunciar la buena noticia del
Reino de Dios, les dijo: «Quédense en la casa que los reciba, coman y beban de
los que ellos tengan» (Lc 10,7). Bodas, visitas a los hogares, cenas, algo de
«especial» tendrán estos momentos en la vida de las personas para que Jesús
elija manifestarse ahí.
Recuerdo en mi diócesis anterior que muchas
familias me comentaban que el único momento que tenían para estar juntos era
normalmente en la cena, a la noche, cuando se volvía de trabajar, donde los más
chicos terminaban la tarea de la escuela. Era un momento especial de vida
familiar. Se comentaba el día, lo que cada uno había hecho, se ordenaba el
hogar, se acomodaba la ropa, se organizaban las tareas fundamentales para los
demás días. Los chicos se peleaban, pero era el momento. Son momentos en los
que uno llega también cansado y alguna que otra discusión, alguna que otra
«pelea» entre marido y mujer aparece. Pero no hay que tenerle miedo. Yo le
tengo más miedo a los matrimonios que nunca tuvieron una discusión, es raro.
Jesús elije estos momentos para mostrarnos el amor de Dios, Jesús elije estos
espacios para entrar en nuestras casas y ayudarnos a descubrir el Espíritu vivo
y actuando en nuestras cosas cotidianas. Es
en casa donde aprendemos la fraternidad, donde aprendemos la solidaridad, donde
aprendemos el no ser avasalladores. Es en casa donde aprendemos a recibir y a
agradecer la vida como una bendición y que cada uno necesita a los demás para
salir adelante. Es en casa donde experimentamos el perdón, y estamos invitados
a perdonar, a dejarnos transformar. Es curioso, en casa no hay lugar para las
«caretas», somos lo que somos y de una u otra manera estamos invitados a buscar
lo mejor para los demás.
Por eso la comunidad cristiana llama a las
familias con el nombre de iglesias domésticas, porque en el calor del hogar es
donde la fe empapa cada rincón, ilumina cada espacio, construye comunidad.
Porque en momentos así es como las personas iban aprendiendo a descubrir el
amor concreto y operante de Dios.
En muchas culturas hoy en día van
despareciendo estos espacios, van desapareciendo estos momentos familiares,
poco a poco todo lleva a separarse, aislarse; escasean momentos en común, para
estar juntos, para estar en familia. Entonces no se sabe esperar, no se sabe
pedir permiso, no se sabe pedir perdón, no se sabe dar gracias, porque la casa
va quedando vacía. No de gente, sino vacía de relaciones, vacía de contactos,
vacía de encuentros. De padres, hijos, abuelos, nietos, hermanos. Hace poco,
una persona que trabaja conmigo me contaba que su esposa e hijos se habían ido
de vacaciones y él se había quedado solo porque le tocaba trabajar. El primer
día, la casa estaba toda en silencio, en paz, estaba feliz, nada estaba
desordenado. Al tercer día, cuando le pregunto cómo estaba, me dice: quiero que
vengan ya todos de vuelta todos. Sentía que no podía vivir sin su esposa y sus
hijos. Y eso es lindo.
Sin familia, sin el calor de hogar, la vida
se vuelve vacía, comienzan a faltar las redes que nos sostienen en la
adversidad, nos alimentan en la cotidianidad y motivan la lucha para la
prosperidad. La familia nos salva de dos
fenómenos actuales, dos cosas que suceden: la fragmentación (la división) y la
masificación. En ambos casos, las personas se transforman en individuos
aislados fáciles de manipular y de gobernar. Y entonces encontramos en el mundo
sociedades divididas, rotas, separadas o altamente masificadas que son
consecuencia de la ruptura de los lazos familiares; cuando se pierden las
relaciones que nos constituyen como personas, que nos enseñan a ser personas.
Uno se olvida de cómo se dice papá, mamá, hijo, hija, abuelo, abuela. Se van
como olvidando esas relaciones que son el fundamento.
La familia
es escuela de humanidad, escuela
que enseña a poner el corazón en las necesidades de los otros, a estar atento a
la vida de los demás. Cuando vivimos bien en familia los egoísmos quedan
chiquitos, existen porque todos tenemos algo de egoísmo. Pero cuando no se vive
una vida de familia se van engendrando esas personalidad que las podemos llamar
así: yo, me, mí conmigo, para mí, totalmente centradas en sí mismo, que no
saben de solidaridad, de fraternidad, de trabajo en común, de amor, de
discusión entre hermanos, no saben.
A pesar de tantas dificultades como aquejan
hoy a nuestras familias del mundo, no nos olvidemos de algo, por favor: las familias no son un problema, son
principalmente una oportunidad. Una oportunidad que tenemos que cuidar,
proteger, acompañar. Es una manera de decir que son una bendición, cuando vos
empiezas a vivir la familia como un problema, te estancas, no caminas, estás
muy centrado en vos mismo.
Mucho se discute sobre el futuro, sobre qué
mundo queremos dejarle a nuestros hijos, qué sociedad queremos para ellos. Creo
que una de las posibles respuestas se encuentra en mirarlos a ustedes: esta
familia que habló a cada uno de ustedes. Dejemos un mundo con familias. Es la
mejor herencia, dejemos un mundo con familias. Es cierto que no existe la
familia perfecta, no existen esposos perfectos, padres perfectos, ni hijos
perfectos, y si no se enojan yo diría suegra perfecta, no existe, pero eso no
impide que no sean la respuesta para el mañana. Dios nos estimula al amor y el
amor siempre se compromete con las personas que ama. El amor siempre se
compromete con la persona que ama. Por eso, cuidemos a nuestras familias,
verdaderas escuelas del mañana. Cuidemos a nuestras familias, verdaderos
espacios de libertad. Cuidemos a nuestras familias, verdaderos centros de
humanidad. Y aquí me viene una imagen, cuando las audiencias de los miércoles
paso a saludar a la gente, tantas tantas mujeres me muestran la panza y me
dicen ‘padre me lo bendice’. Les voy a proponer algo, a todas aquellas mujeres
que están embarazas de esperanza, porque un hijo es una esperanza, que en este
momento se toquen la panza. Si hay alguna acá, que lo haga acá, o las que están
escuchando por radio o televisión. Y yo a cada una de ellas, a cada chico o
chica que está ahí dentro esperando, le doy la bendición, así que cada una se
toca la panza, y yo le doy la bendición, en el nombre del Padre, y del Hijo y
del Espíritu Santo. Y deseo que venga sano, que crezca bien, que lo pueda
criar. Acaricien al hijo que están esperando.
No quiero terminar sin hacer mención a la
Eucaristía. Se habrán dado cuenta que Jesús quiere utilizar como espacio de su
memorial, una cena. Elige como espacio de su presencia entre nosotros un
momento concreto en la vida familiar. Un momento vivido y entendible por todos,
la cena.
La
Eucaristía es la cena de la familia de Jesús,
que a lo largo y ancho de la tierra se reúne para escuchar su Palabra y
alimentarse con su Cuerpo. Jesús es el Pan de Vida de nuestras familias, Él
quiere estar siempre presente alimentándonos con su amor, sosteniéndonos con su
fe, ayudándonos a caminar con su esperanza, para que en todas las
circunstancias podamos experimentar que es el verdadero Pan del cielo.
En unos días participaré junto a familias del
mundo en el Encuentro Mundial de las Familias y en menos de un mes en el Sínodo
de Obispos, que tiene como tema la Familia. Los invito a rezar especialmente
por estas dos instancias, para que sepamos entre todos ayudarnos a cuidar a la
familia, para que sepamos seguir descubriendo al Emmanuel, es decir al Dios que
vive en medio de su Pueblo haciendo de cada familia y de todas las familias su
hogar. Cuento con la oración de ustedes.
PAPA FRANCISCO
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