FUENTE
ZENIT.
El santo padre Francisco realizó durante la
audiencia general de este miércoles una catequesis siguiendo el tema de la
familia. Al inicio de la misma el Papa pidió perdón por los escándalos recientes
en Roma y en el Vaticano, y entró en la catequesis reflexionado sobre las
promesas hechas a los niños. Saludó también a los 33 mineros chilenos que
estuvieron atrapados bajo tierra durante 70 días.
Publicamos a continuación el texto del Santo
Padre durante la catequesis de la audiencia general:
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy como las
previsiones del tiempo eran un poco inseguras, se esperaba lluvia, esta
audiencia se realiza contemporáneamente en dos lugares, nosotros en la plaza y 700
enfermos en el aula Pablo VI que siguen la audiencia en las pantallas, todos
estamos unidos, les saludamos con un aplauso.
La palabra
de Jesús es fuerte hoy ¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Jesús es
realista y dice que es inevitable que vengan los escándalos pero ¡ay del hombre
que causa el escándalo!
Yo quisiera
antes de iniciar la catequesis, en nombre de la Iglesia, pedirles perdón por
los escándalos que en estos últimos tiempos han ocurrido tanto en Roma como en
el Vaticano ¡les pido perdón!
Hoy
reflexionamos sobre un tema muy importante: las promesas que hacemos a los
niños. No hablo tanto de las promesas que hacemos aquí o allí, durante el día,
para que están contentos o para que sean buenos, (quizá con algún truco
inocente, te doy un caramelo, esas promesas…) para convencerles de que se
apliquen en el escuela o para disuadirles de algún capricho. Hablo de las
promesas más importantes, decisivas para lo que esperan de la vida, para su
confianza con los seres humanos, para su capacidad de concebir el nombre de
Dios como una bendición.
Nosotros,
adultos, estamos listos para hablar de los niños como de una promesa de vida. Y
también nos conmovemos con facilidad, diciendo a los jóvenes que son nuestro
futuro. Es verdad. Pero a veces me pregunto si somos serios sobre su futuro.
Con el futuro de los niños, con el futuro de los jóvenes. Una pregunta que
debemos hacernos más a menudo es esta: ¿cuánto somos leales con las promesas
que hacemos a los niños, haciéndoles venir a nuestro mundo? Nosotros los
hacemos venir al mundo y esto es una promesa. ¿Qué le prometemos a ellos?
Acogida y
cuidado, cercanía y atención, confianza y esperanza, son muchas otras promesas
de base, que se pueden resumir en una sola: amor. Nosotros prometemos amor, es
decir, el amor que se expresa en la acogida, en el cuidado, en la cercanía, en
la atención, en la confianza, en la esperanza. Pero la gran promesa es el amor.
Ésta es la
forma más adecuada de acoger a un ser humano que viene al mundo, y todos
nosotros lo aprendemos, antes aún de ser conscientes. Me gusta mucho cuando veo
a los papás y mamás, cuando paso entre ustedes, y me traen a un niño, a una
niña pequeños. ¿Cuánto tiempo tiene?, tres semanas, cuatro semanas, pero busco
que el Señor lo bendiga, esto se llama amor también.
La promesa,
el amor es una promesa que el hombre y la mujer hacen a cada hijo: desde que es
concebido en el pensamiento. Los niños vienen al mundo y se espera tener
confirmación de esta promesa: lo esperan de forma total, confiada, indefensa.
Basta con mirarles: en todas las razas, en todas las culturas, en todas las
condiciones de la vida.
Cuando
sucede lo contrario, los niños son heridos por un escándalo insoportable, aún
más grave, en cuanto que no tienen medios para descifrarlo. No pueden entender
qué cosa sucede. Dios vigilia sobre esta promesa, desde el primer instante. ¿Se
recuerdan qué dice Jesús?, que los ángeles de los niños reflejan la mirada de
Dios, y Dios no pierda nunca de vista a los niños (Mt 18,10)'. Ay de aquellos
que traicionan su confianza, ay de aquellos. Su confiado abandono a nuestra
promesa, que nos compromete desde el primer instante, nos juzga.
Y quisiera
añadir otra cosa, con mucho respeto por todos, pero también con mucha
franqueza. Su espontánea confianza en Dios no debería nunca ser herida, sobre
todo cuando lo que sucede es motivo de una cierta presunción (más o menos
inconsciente) de sustituir a Dios. La tierna y misteriosa relación de Dios con
el alma de los niños no debería ser violada. Es una relación real que Dios la
quiere y Dios la cuida. El niño está preparado desde el nacimiento para
sentirse amado por Dios. Desde el principio es capaz de sentir que es amado por
sí mismo, un hijo siente también que hay un Dios que ama a los niños.
Los niños,
recién nacidos, comienzan a recibir como regalo, junto con el alimento y los
cuidados, la confirmación de las cualidades espirituales del amor. Los actos de
amor pueden pasan a través del don del nombre personal, el compartir el
lenguaje, las intenciones de las miradas, lo que iluminan las sonrisas.
Aprenden así que la belleza de la unión entre los seres humanos se dirige hacia
nuestra alma, busca nuestra libertad, acepta la libertad del otro, lo reconoce
y lo respeta como interlocutor.
Un segundo
milagro, una segunda promesa: nosotros - padre y madre – ¡nos donamos a ti,
para que tú te dones a ti mismo! Y esto es amor, ¡que trae una chispa de
aquello de Dios! Pero ustedes, padres y madres tienen esta chispa de Dios que
dan a los niños, ustedes son instrumento del amor de Dios y esto es bello,
bello, bello.
Solo si miráramos
a los niños con los ojos de Jesús, podríamos realmente entender en qué sentido,
defendiendo la familia, protegemos a la humanidad.
El punto de
vista de los niños es el punto de vista del Hijo de Dios. La Iglesia misma, en
el Bautismo, hace grandes promesas a los niños, con las que compromete a los
padres y a la comunidad cristiana. La santa Madre de Jesús --por medio de la
cual el Hijo de Dios ha llegado a nosotros, amada y generado como un niño--
haga a la Iglesia capaz de seguir el camino de maternidad y de su fe. Y san
José --hombre justo, que lo ha acogido y protegido, honrando con valentía la
bendición y la promesa de Dios --nos haga dignos de hospedar a Jesús en cada
niño que manda sobre la tierra.
Texto traducido y transcrito por ZENIT
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