En la
catedral de Florencia, reunido con el Congreso Nacional de la Iglesia italiana,
ha reflexionado sobre los sentimientos de Jesús: humildad, desinterés y
felicidad. Y ha advertido sobre dos tentaciones: el pelagianismo y el
gnosticismo.
Aunque el
discurso del Santo Padre es largo, la noticia como la presenta Zenit, nos ha
parecido realmente interesante y una buena oportunidad para tener “tema de
conversación” para una reunión o momento de familia.
Fuente
ZENIT. Rocio Lancho García.
“La doctrina
cristiana no es un sistema cerrado incapaz de generar preguntas, dudas,
interrogantes, sino que está viva, sabe indicar, animar. Tiene un rostro no
rígido, tiene cuerpo que se mueve y se desarrolla, tiene carne tierna: se llama
Jesucristo”. Así lo ha indicado el Santo Padre en su discurso en el encuentro
con los representantes del Congreso Nacional de la Iglesia italiana, en la
catedral de Florencia. Allí estaban presentes los 2.500 participantes reunidos
del 9 al 13 de noviembre con el tema “En Jesucristo el nuevo humanismo”.
Al inicio de
su extenso discurso, el Papa ha explicado que “podemos hablar de humanismo
solamente a partir de la centralidad de Jesús, descubriendo en Él los rasgos
del auténtico rostro del hombre. Es la contemplación del rostro de Jesús muerto
y resucitado que recompone nuestra humanidad, también de esa fragmentada por
las fatigas de la vida, o marcada por el pecado. No debemos domesticar el poder
del rostro de Jesús. El rostro es la imagen de su trascendencia. Es el misericordiae
vultus. Dejémonos mirar por Él. Jesús es nuestro humanismo”. El Papa ha
recordado que el rostro de Jesús es similar al de muchos de nuestros hermanos
humillados, esclavizados, vaciados. Además, ha advertido que si no nos abajamos
no podremos ver el rostro de Jesús. “No veremos nada de su plenitud si no
aceptamos que Dios se ha vaciado”, ha indicado. Y por tanto, “no entenderemos
nada del humanismo cristiano y nuestras palabras serán bonitas, cultas,
refinadas, pero no serán palabras de fe. Serán palabras que resuenen a vacío”.
Francisco ha
presentado algunas secciones del humanismo cristiano que es el de los
“sentimientos de Cristo Jesús”. De este modo, el Santo Padre ha presentado tres
de estos sentimientos.
El primero
es “la humildad”. A propósito ha
explicado que “la obsesión de preservar la propia gloria, la propia dignidad,
la propia influencia no debe formar parte de nuestros sentimientos. Debemos
buscar la gloria de Dios, y esta no coincide con la nuestra”. La gloria de Dios
“nos sorprende siempre”, ha observado.
El segundo
sentimiento del que ha hablado es el “desinterés”.
Y ha precisado que más que el desinterés “debemos buscar la felicidad de quien
está cerca de nosotros. La humanidad del cristiano está siempre en salida. No
es narcisista, autoreferencial”. Por esto ha advertido que “cuando nuestro
corazón es rico y está muy satisfecho de sí mismo, entonces no tiene sitio para
Dios”. Nuestro deber --ha añadido-- es trabajar para hacer de este mundo un
lugar mejor y luchar. Nuestra fe es revolucionaria por un impulso que viene del
Espíritu Santo.
El otro
sentimiento del que ha hablado el Santo Padre es la felicidad. “El cristiano es un bendito, tiene en él la alegría
del Evangelio. En las bienaventuranzas, el Señor nos muestra el camino”, ha
recordado. Jesús habla de la felicidad que experimentamos --ha precisado- solo
cuando somos pobres en el espíritu. Asimismo, el Pontífice ha indicado que las
bienaventuranzas que leemos en el Evangelio inician con una bendición y
terminan con una promesa de consolación. Para ser “beatos”, para gustar la
consolación de la amistad con Jesucristo, es necesario tener el corazón
abierto. También ha explicado que las bienaventuranzas son un espejo en el que
mirarnos y nos permiten saber si estamos caminando en el sentido justo: son un
espejo que no miente.
A
continuación, ha especificado que estos tres sentimientos nos dicen que “no
debemos estar obsesionados con el poder, también cuando esto toma el rostro de
un poder útil y funcional a la imagen social de la Iglesia. Por eso ha
advertido que si la Iglesia no asume los sentimientos de Jesús, se desorienta,
pierde el sentido. “Los sentimientos de Jesús nos dicen que una Iglesia que
piensa en sí misma y en los propios intereses sería triste”, ha afirmado el
Papa.
Por otro
lado, el Santo Padre ha presentado también algunas de las tentaciones que
enfrentamos, en concreto ha hablado de dos. La primera es la pelagiana. Esta
“empuja a la Iglesia a no ser humilde, desinteresada y feliz. Y lo hace con la
apariencia de un bien". Por esto ha advertido que “el pelagianismo nos
lleva a tener confianza en las estructuras, en las organizaciones, en las
planificaciones perfectas pero abstractas”. Y a menudo “nos lleva a asumir un
estilo de control, de dureza, de normatividad”.
Asimismo,
delante de los males y los problemas de la Iglesia es inútil buscar soluciones
en conservadurismos y fundamentalismos, en la restauración de conductas y
formas superadas que tampoco culturalmente tienen la capacidad de ser
significativas.
La reforma
de la Iglesia --y la Iglesia es siempre reformada-- es ajena al pelagianismo.
Esta no se acaba en el enésimo plan para cambiar las estructuras. Significa,
sin embargo, injertarse y enraizarse en Cristo dejándose conducir por el
Espíritu.
La segunda
tentación que hay que derrotar es el gnosticismo. “Esta lleva a confiar en el
razonamiento lógico y claro, el cual sin embargo pierde la ternura de la carne
del hermano”, ha advertido. Por eso, ha reconocido que la diferencia entre la
trascendencia cristiana y cualquier forma de espiritualismo gnóstico está en el
misterio de la encarnación.
¿Qué nos
está pidiendo el Papa?, ha lanzado la pregunta. “Os toca a vosotros decidir:
pueblo y pastores juntos”, ha asegurado. Explicando también que “yo hoy
simplemente os invito a alzar la cabeza y contemplar aún una vez más el Ecce
Homo que tenemos sobre nuestras cabezas”, refiriéndose a la cúpula de la
catedral.
A los
obispos les ha pedido que sean pastores: “esta sea vuestra alegría”. Será
vuestra gente, vuestro rebaño, quien os sostenga, ha afirmado. Del mismo modo,
les ha pedido que nada ni nadie les quite la alegría de ser sostenidos por su
pueblo. “Como pastores no seáis predicadores de complejas doctrinas, sino
anunciadores de Cristo, muerto y resucitado. Apuntad a lo esencial, al
kerygma”, ha añadido el Pontífice.
A toda la
Iglesia italiana ha pedido “la inclusión social de los pobres, que tienen un
lugar privilegiado en el pueblo de Dios, y la capacidad de encuentro y de
diálogo para favorecer la amistad social en vuestro país, buscando el bien
común”. Les ha pedido también la capacidad de diálogo y de encuentro. “Dialogar
no es negociar. Negociar es tratar de conseguir la propia “porción” de la tarta
común. No es esto lo que digo. Sino buscar el bien común para todos”, ha
explicado.
A propósito
les ha recordado que la mejor forma de dialogar no es la de hablar y discutir,
sino hacer algo juntos, construir juntos, hacer proyectos: no solos, entre
católicos, sino junto a todos aquellos de buena voluntad.
Asimismo ha
exhortado a que la Iglesia sepa también dar una respuesta clara a las amenazas
que surgen dentro del debate público: “es esta una de las formas de
contribución específica de los creyentes a la construcción de la sociedad
común”.
A los
jóvenes les ha pedido que superen la apatía, “que nadie desprecie vuestra
juventud, pero aprended a ser modelos en el hablar y en el actuar”.
Este nuestro
tiempo --ha precisado Francisco-- requiere vivir los problemas como desafíos y
no como obstáculos: el Señor es activo y trabaja en el mundo.
Para
finalizar, el Pontífice se ha permitido dejar unas indicaciones a los presentes
para los próximos años: “en cada comunidad, en cada parroquia e institución, en
cada diócesis y circunstancia, tratad de iniciar, de forma sinodal, una
profundización de la Evangelii gaudium, para extraer de ella criterios
prácticos y para aplicar sus disposiciones”.
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