EN COMUNION CON EL SANTO PADRE
27 de noviembre de 2010.
La catedral estaba prácticamente llena, solo quedaban algunos sitios en el presbiterio, y D. Javier animó a no tener vergüenza y ocuparlos; muchos niños, muchas familias, de muchas parroquias y comunidades; era como si nos conociéramos de siempre, pues nos unía un mismo deseo: celebrar el don precioso de la vida, orar de manera especial por la vida por nacer ¡¡dar gracias a Dios por la vida!!.
Comenzamos con el rezo de Vísperas, llevadas adelante con el entusiasmo de nuestros seminaristas, mientras que los cantos de la Eucaristía los animaro el coro que de jóvenes que se está preparando par la Pastoral Juvenil para la Jornada Mundial de la Juventud que en unos meses celebraremos en Madrid.
Bellas palabras de D. Javier cuando hablando de la dignidad de la vida, del valor sagrado de toda vida, de ese amor especial y de predilección que tiene Dios por cada hombre, al que “establece como un “tú”, alguien a quien mira a la cara y se reconoce a sí mismo, alguien con quien establece una relación cuya analogía más cercana es la de un padre o una madre que ve a sus hijos. Lo pone ante sí como a alguien con quien quiere compartir los tesoros de la vida, compartir el amor, alegrarse y gozar con él. ¡Así nos ha creado el Señor!”.
Cómo no amar la vida, como no estar cerca de cada madre que espera una nueva vida, de orar, de pedir; ¡cómo no ser agradecidos a Dios por la vida!. Seguía D. Javier más adelante: “Cristo ha bañado la existencia humana de amor, y su gracia hace brotar a borbotones en nosotros la alegría de vivir. La gratitud por la vida es la que hace posible amarla en todas sus formas, y desear comunicarla. Uno es partícipe entonces del Dios creador de un modo misterioso, porque el hijo de vuestras entrañas no es alguien destinado a morir y a ser olvidado, es alguien destinado a vivir para siempre participando de la comunión del Dios trino, del amor infinito e inmortal de Dios”.
La Eucaristía se vivía como una verdadera fiesta, los más pequeños oraban a su manera y en todos se notaba la alegría y el gozo de formar parte de esta gran familia que somos los cristianos, perder los miedos de los unos respecto a los otros, ¡tenemos con nosotros al que es Señor de la Vida!, con palabras de D. Javier: “para que tengamos la experiencia precisa y humana de su amor, y para que ese amor se viva en la comunidad cristiana, una comunidad en la que se es consciente de la necesidad de los unos de los otros, de que Dios nos quiere unidos, juntos, cercanos los unos a los otros, como un pueblo, como un cuerpo visible también a los ojos del mundo, visible por la misericordia sin límites de su amor”.
Una bella y hermosa jornada que recordaremos con cariño.
Para la homilía completa de D. Javier pinchar aquí