Jenni
Lake no llegó a cumplir los 18 años; su bebé nació sano y salvo porque ella
abandonó la quimioterapia.
La joven inglesa sufrió
tres tumores en el cerebro y otros tantos en la columna vertebral.
No dudó en dejar el
tratamiento para continuar con su embarazo; de no ser así, habría habido
consecuencias fatales para el bebé.
Jenni Lake no estaba
llamada a ser una mamá adolescente más. Ella lo sabía. Cuando nació su bebé, un
mes antes de su cumpleaños número 18, le dijo susurrando al oído a su
enfermera: "He hecho lo que tenía que hacer. Mi bebé va a estar sano".
Jenni había renunciado a un agresivo tratamiento de quimioterapia para tratar
sus tumores en el cerebro y en la columna vertebral para que no afectara a su
niño.
La decisión de Jenni
fue que la vida de su bebé, aún por nacer, era lo primero. Su familia ha
querido contar su historia, no de tragedia, sino de sacrificio. "Quiero
que se sepa todo sobre ella, y lo que hizo", cuenta su madre, Diana
Phillips, en palabras recogidas por el Daily Mail.
Las migrañas comenzaron
en 2010, cuando Jenni sólo tenía 16 años. Una resonancia magnética reveló una
pequeña masa de unos dos centímetros de ancho en el lado derecho de su cerebro.
Se le hizo una biopsia, y el 15 de octubre de 2010 se le diagnosticaron tres
tumores cerebrales y tres en la columna vertebral. El padre de Jenni, Mike Lake,
cuenta que "ella simplemente preguntó si iba a morir. No se vino abajo ni
rompió a llorar". Y la respuesta no fue alentadora. Con tratamiento,
tendría un 30% de posibilidades de sobrevivir dos años.
Un par de semanas antes
del diagnóstico, Jenni había comenzado a salir con Nathan. Eran jóvenes, pero
su relación fue más madura que muchas de las relaciones que se dan entre
adultos. Soñaban, tenían planes, querían abrir un restaurante. En mayo de este
año, Jenni comenzó a tener fuertes dolores de estómago, y muchas naúseas. Estaba
embarazada de diez semanas. Su viaje ya no lo iba a hacer ella sola.
Jenni siempre había
querido ser madre. Uno de sus momentos de mayor debilidad durante la enfermedad
fue el saber que, quizás debido a la quimioterapia, no podría tener hijos. Y
ahora estaba embarazada. Cuando acudió a su oncólogo, dos días después de
enterarse de la noticia, estaba totalmente decidida a tener el bebé. La madre
de Jenni recuerda que el tratamiento y el embarazo eran incompatibles:
"El médico nos dijo que si estaba embarazada, había que suspender el
tratamiento, con el consiguiente crecimiento de nuevo de los tumores".
Jenni y sus padres
pensaron, además, que podría llevar a término el embarazo y después continuar
con el tratamiento. No hubo discusión alguna acerca del camino que iba a
tomar Jenni. Diana asegura: "Creo que esperábamos que, después de tener al
bebé, podría volver a la quimioterapia". Pero no fue así. Cuando Chad
Michael nació, Jenni pesaba sólo 49 kilos. El cáncer había avanzado rápidamente,
y las últimas semanas de su embarazo fueron terriblemente debilitadoras.
Jenni había perdido,
además, la vista. Pero la última vez que estuvo junto a su niño, que lo pudo
sentir, le dijo a su padre: "Puedo verlo de algún modo". Sólo 12 días
después del nacimiento de Chad, el pasado 9 de noviembre, Jenni murió. El
cáncer había acabado con su vida, pero ella se la había dado a su niño. Ahora,
el pequeño Chad vive con su padre y con sus abuelos.
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