PALABRA DE VIDA DE JUNIO DE 2011
«No os amoldéis a los criterios de este mundo; al contrario, dejaos transformar y renovad vuestro interior de tal manera que sepáis apreciar lo que Dios quiere, es decir, lo bueno, lo que le es grato, lo perfecto» (Rm 12,2).
Estamos en la segunda parte de la carta de san Pablo a los Romanos, en la que el apóstol nos describe el modo de actuar cristiano como expresión de la nueva vida, del verdadero amor, de la verdadera alegría, de la verdadera libertad que Cristo nos ha dado; la vida cristiana es un nuevo modo de afrontar con la luz y la fuerza del Espíritu Santo las distintas tareas y problemas ante los que nos podemos encontrar.
En este versículo, estrechamente unido al anterior, el apóstol expone el fin y la actitud de fondo que deberían caracterizar nuestro comportamiento: hacer de nuestra vida una alabanza a Dios, un acto de amor extendido en el tiempo, en la búsqueda constante de su voluntad, de lo que más le agrada.
«No os amoldéis a los criterios de este mundo; al contrario, dejaos transformar y renovad vuestro interior de tal manera que sepáis apreciar lo que Dios quiere, es decir, lo bueno, lo que le es grato, lo perfecto».
Es evidente que para hacer la voluntad de Dios, antes que nada hay que conocerla. Pero el apóstol nos da a entender que esto no es fácil. No es posible conocer bien la voluntad de Dios sin una luz especial que nos ayude a discernir en las distintas situaciones qué es lo que Dios quiere de nosotros, y evitar las ilusiones y los errores en los que podríamos caer fácilmente.
Se trata de ese don del Espíritu Santo que se llama discernimiento y que es indispensable para formar en nosotros una auténtica mentalidad cristiana.
«No os amoldéis a los criterios de este mundo; al contrario, dejaos transformar y renovad vuestro interior de tal manera que sepáis apreciar lo que Dios quiere, es decir, lo bueno, lo que le es grato, lo perfecto».
Pero ¿cómo adquirir y desarrollar en nosotros este don tan importante? Sin duda, se requiere por nuestra parte un buen conocimiento de la doctrina cristiana. Pero no basta. Como nos sugiere el apóstol, es sobre todo una cuestión de vida; es una cuestión de generosidad, de entusiasmo en vivir la palabra de Jesús, dejando a un lado los miedos, las vacilaciones y los cálculos mediocres. Es una cuestión de disponibilidad y de prontitud en hacer la voluntad de Dios. Éste es el camino para tener la luz del Espíritu Santo y formar en nosotros la nueva mentalidad que aquí se nos pide.
«No os amoldéis a los criterios de este mundo; al contrario, dejaos transformar y renovad vuestro interior de tal manera que sepáis apreciar lo que Dios quiere, es decir, lo bueno, lo que le es grato, lo perfecto».
¿Cómo viviremos, pues, la Palabra de vida de este mes? Tratando de merecer también nosotros esa luz que es necesaria para hacer bien la voluntad de Dios.
Por tanto, nos propondremos conocer cada vez mejor su voluntad tal como nos la expresan su Palabra, las enseñanzas de la Iglesia, los deberes de nuestro estado, etc.
Pero, sobre todo, nos concentraremos en vivir, ya que, como acabamos de ver, la verdadera luz nace de la vida, del amor. Jesús se manifiesta a quien lo ama, a quien pone en práctica sus mandamientos (cf. Jn 14, 21).
Así lograremos hacer la voluntad de Dios como el regalo más bonito que le podemos ofrecer. Y esto le será grato no solamente por el amor que podrá expresar, sino también por la luz y los frutos de renovación cristiana que suscitará a nuestro alrededor.
Estamos en la segunda parte de la carta de san Pablo a los Romanos, en la que el apóstol nos describe el modo de actuar cristiano como expresión de la nueva vida, del verdadero amor, de la verdadera alegría, de la verdadera libertad que Cristo nos ha dado; la vida cristiana es un nuevo modo de afrontar con la luz y la fuerza del Espíritu Santo las distintas tareas y problemas ante los que nos podemos encontrar.
En este versículo, estrechamente unido al anterior, el apóstol expone el fin y la actitud de fondo que deberían caracterizar nuestro comportamiento: hacer de nuestra vida una alabanza a Dios, un acto de amor extendido en el tiempo, en la búsqueda constante de su voluntad, de lo que más le agrada.
«No os amoldéis a los criterios de este mundo; al contrario, dejaos transformar y renovad vuestro interior de tal manera que sepáis apreciar lo que Dios quiere, es decir, lo bueno, lo que le es grato, lo perfecto».
Es evidente que para hacer la voluntad de Dios, antes que nada hay que conocerla. Pero el apóstol nos da a entender que esto no es fácil. No es posible conocer bien la voluntad de Dios sin una luz especial que nos ayude a discernir en las distintas situaciones qué es lo que Dios quiere de nosotros, y evitar las ilusiones y los errores en los que podríamos caer fácilmente.
Se trata de ese don del Espíritu Santo que se llama discernimiento y que es indispensable para formar en nosotros una auténtica mentalidad cristiana.
«No os amoldéis a los criterios de este mundo; al contrario, dejaos transformar y renovad vuestro interior de tal manera que sepáis apreciar lo que Dios quiere, es decir, lo bueno, lo que le es grato, lo perfecto».
Pero ¿cómo adquirir y desarrollar en nosotros este don tan importante? Sin duda, se requiere por nuestra parte un buen conocimiento de la doctrina cristiana. Pero no basta. Como nos sugiere el apóstol, es sobre todo una cuestión de vida; es una cuestión de generosidad, de entusiasmo en vivir la palabra de Jesús, dejando a un lado los miedos, las vacilaciones y los cálculos mediocres. Es una cuestión de disponibilidad y de prontitud en hacer la voluntad de Dios. Éste es el camino para tener la luz del Espíritu Santo y formar en nosotros la nueva mentalidad que aquí se nos pide.
«No os amoldéis a los criterios de este mundo; al contrario, dejaos transformar y renovad vuestro interior de tal manera que sepáis apreciar lo que Dios quiere, es decir, lo bueno, lo que le es grato, lo perfecto».
¿Cómo viviremos, pues, la Palabra de vida de este mes? Tratando de merecer también nosotros esa luz que es necesaria para hacer bien la voluntad de Dios.
Por tanto, nos propondremos conocer cada vez mejor su voluntad tal como nos la expresan su Palabra, las enseñanzas de la Iglesia, los deberes de nuestro estado, etc.
Pero, sobre todo, nos concentraremos en vivir, ya que, como acabamos de ver, la verdadera luz nace de la vida, del amor. Jesús se manifiesta a quien lo ama, a quien pone en práctica sus mandamientos (cf. Jn 14, 21).
Así lograremos hacer la voluntad de Dios como el regalo más bonito que le podemos ofrecer. Y esto le será grato no solamente por el amor que podrá expresar, sino también por la luz y los frutos de renovación cristiana que suscitará a nuestro alrededor.
Chiara Lubich
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