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lunes, 1 de abril de 2019

PALABRA DE VIDA DE ABRIL DE 2019.


«Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros» (Jn 13, 14).
Al recordar las últimas horas transcurridas con Jesús antes de su muerte, el evangelista Juan pone en el centro el lavatorio de pies. En el antiguo Oriente era un signo de acogida al huésped, que llegaba por caminos polvorientos, y solía realizarlo un siervo. Precisamente por eso, en un principio los discípulos se niegan a aceptar este gesto de su Maestro, pero Él al final les explica:
«Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros».
Con esta imagen tan significativa, Juan nos desvela completamente la misión de Jesús: Él, el Maestro y el Señor, ha entrado en la historia humana para encontrarse con cada hombre y con cada mujer, para servirnos y restablecer nuestra relación con el Padre.
Día a día durante toda su vida terrena, Jesús se despoja de cualquier signo de su grandeza, y ahora se prepara a dar su vida en la cruz. Y precisamente en este momento entrega a sus discípulos, a modo de herencia, las palabras que más tiene en el corazón:
«Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros».
Es una invitación clara y simple; todos podemos entenderla y ponerla en práctica inmediatamente, en cualquier situación, en cualquier entorno social y cultural.
Los cristianos, que reciben la revelación del Amor de Dios a través de la vida y las palabras de Jesús, tienen una «deuda» con los demás: imitar a Jesús acogiendo y sirviendo a los hermanos, para ser a su vez anunciadores del Amor. Como Jesús: primero amar concretamente y luego acompañar el gesto con palabras de esperanza y de amistad.
Y el testimonio es aún más eficaz cuando dirigimos nuestra atención a los pobres con espíritu de gratuidad, rechazando en cambio comportamientos serviles hacia quienes tienen poder y prestigio. Incluso ante situaciones complejas, trágicas y que se nos escapan de las manos, hay algo que podemos y debemos hacer para contribuir al «bien»: ensuciarnos las manos sin esperar recompensa, con generosidad y responsabilidad.
Además Jesús nos pide que testimoniemos el Amor no solo personalmente en los ambientes donde vivimos, sino también como comunidad, como pueblo de Dios, cuya ley fundamental es el amor recíproco.
«Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros».
Después de estas palabras, Jesús sigue diciendo: «Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros... Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís» (Jn 13, 15-17).
Comentando esta frase del Evangelio, Chiara Lubich escribió: «"Dichosos seréis...”: El servicio recíproco, el amor mutuo que Jesús enseña con este gesto desconcertante es, pues, una de las bienaventuranzas que Jesús nos enseñó. [...] Entonces, ¿cómo viviremos durante este mes esta palabra? La imitación que Jesús nos pide no consiste en repetir de modo pedestre su gesto, aunque debemos tenerlo siempre delante de nosotros como un ejemplo luminosísimo e inigualable. Imitar a Jesús significa comprender que los cristianos tenemos sentido si vivimos por los demás, si concebimos nuestra existencia como un servicio a los hermanos, si planteamos toda nuestra vida sobre esta base. Entonces habremos realizado lo que a Jesús más le importa. Habremos entendido de lleno el Evangelio. Seremos realmente dichosos».
LETIZIA MAGRI

viernes, 1 de marzo de 2019

PALABRA DE VIDA DE MARZO DE 2019.


«Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo» (Lc 6, 36).
Según el relato de Lucas, después de haber anunciado a sus discípulos las bienaventuranzas, Jesús lanza su revolucionaria invitación a amar a cada ser humano como a un hermano, incluso si se demuestra como enemigo.
Jesús lo sabe bien y nos lo explica: somos hermanos porque tenemos un único Padre que está siempre preocupándose de sus hijos. Él quiere entrar en relación con nosotros, nos reclama nuestras responsabilidades, pero al mismo tiempo tiene un amor atento, que cuida, que nutre. Una actitud materna de compasión y ternura.
Así es la misericordia de Dios, que se dirige personalmente a cada criatura humana, con todas sus debilidades; que incluso prefiere a quienes están al borde del camino, excluidos y rechazados. La misericordia es un amor que colma el corazón hasta rebosar sobre los demás, tanto los de casa como los extraños, y en el entorno social.
Como hijos de este Dios, podemos ser semejantes a Él en lo que lo caracteriza: el amor, el acoger, el saber esperar los tiempos del otro.
«Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo».
Por desgracia, en nuestra vida personal y social respiramos un aire de hostilidad y competitividad crecientes, de sospecha recíproca, de juicio sin posibilidad de apelación, de miedo al otro; se acumulan los rencores y llevan a los conflictos y a las guerras.
Como cristianos, podemos dar una aportación decidida a contracorriente: hagamos un acto de libertad respecto a nosotros mismos y a otros condicionamientos, y comencemos a reconstruir los vínculos agrietados o rotos en la familia, en el lugar de trabajo, en la comunidad parroquial o en el partido político.
Si hemos hecho daño a alguien, pidamos perdón con valentía y reanudemos el camino. Es un acto de gran dignidad. Y si alguien nos hubiese ofendido de verdad, intentemos perdonarle, hacerle hueco de nuevo en nuestro corazón, de modo que pueda curar la herida.
Pero ¿qué es perdonar?
«Perdonar no es olvidar [...], no es debilidad, [...] no consiste en afirmar que lo que es grave no tiene importancia, o que está bien lo que está mal, [...] no es indiferencia. Perdonar es un acto de voluntad y de lucidez -y por consiguiente de libertad- que consiste en acoger al hermano tal como es y a pesar de todo el mal que nos haya hecho, como Dios nos acoge a nosotros, que somos pecadores, a pesar de nuestros defectos. Perdonar consiste en no responder a la ofensa con una ofensa, sino en hacer lo que dice Pablo: "No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien" (Rm 12,21)».
Esta apertura del corazón no se improvisa. Es una conquista cotidiana, un crecer constantemente en nuestra identidad de hijos de Dios. Sobre todo es un regalo del Padre que podemos y debemos pedirle a Él mismo.
«Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo».
Cuenta M., una joven filipina: «tenía solo 11 años cuando mataron a mi padre, pero no se hizo justicia porque éramos pobres. Cuando crecí, estudié derecho con el deseo de conseguir justicia por la muerte de mi padre. Pero Dios tenía otros planes para mí: un compañero me invitó a un encuentro de personas que se esforzaban seriamente en vivir el Evangelio. Y yo también me puse a hacerlo.
Un día le pedí a Jesús que me enseñase a vivir concretamente su Palabra: "Amad a vuestros enemigos" (Mt 5, 44; Lc 6, 27), pues sentía que odiar a las personas que habían matado a mi padre me seguía atormentando. Al día siguiente me encontré en el trabajo con el jefe del grupo. Lo saludé con una sonrisa y le pregunté cómo estaba su familia. Este saludo lo dejó desconcertado, y yo lo estaba aún más por lo que acababa de hacer. El odio estaba diluyéndose dentro de mí, transformándose en amor. Pero no era más que el primer paso: ¡el amor es creativo! Pensé que cada miembro del grupo debía recibir nuestro perdón. Fui con mi hermano a verlos para restablecer la relación con ellos y testimoniarles que Dios los ama. Uno de ellos nos pidió perdón por lo que había hecho y que rezásemos por él y su familia».
LETIZIA MAGRI

viernes, 1 de febrero de 2019

PALABRA DE VIDA DE FEBRERO DE 2019.


«Busca la paz y anda tras ella» (Sal 34, 15)
David expresa en este salmo su alegría y su agradecimiento ante la asamblea: ha conocido el peligro y la angustia pero ha invocado con confianza al Dios de Israel y ha recobrado la paz.
El protagonista de este himno es Dios con su misericordia, su presencia fuerte y decisiva junto al pobre y al oprimido que lo invoca.
Para que otros alcancen la misma salvación, David sugiere varias actitudes del corazón: evitar hacer el mal y en su lugar obrar siempre el bien. Y subraya la necesidad de no difamar al prójimo, pues las palabras pueden llevar a la guerra.
«Busca la paz y anda tras ella»
En el lenguaje bíblico, la paz tiene numerosos significados, como por ejemplo el bienestar físico y espiritual o el acuerdo entre individuos y entre pueblos. Pero en primer lugar es un don de Dios a través del cual descubrimos su rostro de Padre. Por eso es indispensable buscar intensamente y apasionadamente a Dios en nuestra vida, para experimentar la paz verdadera.
Es una búsqueda comprometida, que nos exige hacer nuestra parte siguiendo la voz de la conciencia, la cual siempre nos incita a escoger el camino del bien y no el del mal. En muchos casos sería suficiente con dejarnos alcanzar por Dios, que desde hace tiempo se dedica a buscarnos a cada uno de nosotros.
Como cristianos, tenemos ya una relación íntima con Jesús por el bautismo: Él es el Dios cercano que nos prometió la paz; Él es la paz. Y hemos recibido el don del Espíritu Santo, el Consolador, que nos ayuda también a compartir con los demás los frutos de la paz de Dios que hemos experimentado. Él nos indicará el camino para amar a las personas que tenemos alrededor y así superar los conflictos, evitando acusaciones infundadas, juicios superficiales y maledicencias, y abrir el corazón para acoger al otro.
Quizá no podamos hacer que callen todas las armas que tiñen de sangre tantas regiones de la tierra, pero podemos actuar cada uno personalmente y sanar relaciones heridas en la familia, en nuestra comunidad cristiana, en donde trabajamos o en el tejido social.
El compromiso de una pequeña o gran comunidad decidida a testimoniar la fuerza del amor puede reconstruir los puentes entre grupos sociales, iglesias o partidos políticos.
«Busca la paz y anda tras ella».
Además, el buscar la paz con convicción nos dirá cómo comportarnos adecuadamente para proteger la creación, que también es un regalo de Dios a sus hijos, así como una responsabilidad para con las nuevas generaciones.
Decía Chiara Lubich en 1990 a Nikkio Niwano, fundador del movimiento budista japonés Rissho Kosei-kai: «[...] Si el hombre no está en paz con Dios, la misma tierra no está en paz. Las personas religiosas perciben el "sufrimiento" de la tierra cuando el hombre no la usa siguiendo el plan de Dios, sino solo por egoísmo, por un deseo insaciable de poseer. Este egoísmo y este deseo contaminan el entorno aún más y antes que cualquier otra contaminación, que no es más que su consecuencia. [...] Si descubrimos que toda la creación es regalo de un Padre que nos quiere, será mucho más fácil establecer una relación armoniosa con la naturaleza. Y si además descubrimos que este regalo es para todos los miembros de la familia humana -y no solo para unos cuantos-, pondremos más cuidado y respeto en algo que pertenece a la humanidad entera, presente y futura».
LETIZIA MAGRI

miércoles, 2 de enero de 2019

PALABRA DE VIDA DE ENERO DE 2019.


«Justicia, solo justicia has de buscar» (Dt 16, 20).
El Libro del Deuteronomio se presenta como una serie de discursos pronunciados por Moisés al término de su vida. Este recuerda a las nuevas generaciones las leyes del Señor mientras contempla desde lejos la Tierra Prometida, hacia la cual ha guiado con valentía al pueblo de Israel.
En este libro se presenta la «ley» de Dios en primer lugar como la «palabra» de un Padre que se preocupa de todos sus hijos. Es un camino de vida que Él da a su pueblo para realizar un proyecto de Alianza. Si el pueblo la observa fielmente, por amor y gratitud más que por miedo a los castigos, seguirá disfrutando de la cercanía y la protección de Dios.
Uno de los modos de realizar concretamente esta Alianza, recibida como un regalo de Dios, consiste en perseguir con decisión la justicia. Quien es fiel la pone en práctica cuando recuerda con gratitud la elección que Dios ha hecho de su pueblo y evita adorar a cualquiera que no sea el Señor, pero también cuando rechaza beneficios personales que le ofuscan la conciencia ante las necesidades del pobre.
«Justicia, solo justicia has de buscan».
La experiencia cotidiana nos plantea muchas situaciones de injusticia, incluso graves, que afectan sobre todo a los más débiles, los que sobreviven al margen de nuestra sociedad. ¡Cuántos Caínes usan la violencia contra su hermano o su hermana!
Erradicar las desigualdades y los abusos es una exigencia de justicia fundamental, empezando por nuestro corazón y los lugares donde desarrollamos nuestra vida social.
Y sin embargo, Dios no lleva a cabo su justicia destruyendo a Caín, sino que se preocupa de protegerlo para que reanude el camino (cf. Gn 4, 8-16). La justicia de Dios consiste en dar nueva vida.
Los cristianos hemos conocido a Jesús. Con sus palabras y sus gestos, pero sobre todo con el don de la vida y la luz de la Resurrección, Él nos ha desvelado que la justicia de Dios es su amor infinito por todos sus hijos.
A través de Jesús se nos abre también a nosotros el camino para poner en práctica y difundir la misericordia y el perdón, que es también fundamento de la justicia social.
«Justicia, solo justicia has de buscar».
Este versículo de la Escritura ha sido elegido para celebrar la «Semana de oración por la unidad de los cristianos» de 2019, que en el hemisferio norte se celebra del 18 al 25 de enero. Si acogemos esta Palabra como se nos propone, podremos trabajar para buscar los caminos de la reconciliación, ante todo entre los cristianos. Luego, poniéndonos al servicio de todos, sanaremos eficazmente las heridas de la injusticia.
Así lo experimentan desde hace años cristianos de distintas Iglesias que se dedican conjuntamente a los presos de la ciudad de Palermo (Italia). La iniciativa partió de Salvatore, miembro de una asociación evangélica: «Me di cuenta de las necesidades espirituales y humanas de estos hermanos nuestros. Muchos de ellos no tenían familiares que pudiesen ayudarlas. Se lo confié a Dios y lo hablé con muchos hermanos de mi Iglesia y de otras Iglesias». Añade Christine, de la Iglesia anglicana: «Poder ayudar a estos hermanos necesitados nos da alegría porque hace efectiva la providencia de Dios, que quiere que su Amor llegue a todos a través de nosotros», Y Nunzia, católica: «Nos ha parecido una ocasión tanto para ayudar a estos hermanos necesitados como para contribuir a anunciar a Jesús incluso mediante las pequeñas cosas materiales».
Es un modo de realizar lo que expresó Chiara Lubich en 1998 en la iglesia evangélica de Santa Ana, en Augsburgo, durante un encuentro ecuménico:
«[...] Si los cristianos echamos un vistazo a nuestra historia [...], no podemos dejar de sentir dolor al darnos cuenta de que esta ha consistido en muchos casos en un sucederse de incomprensiones, disputas y luchas. Ciertamente, por culpa de circunstancias históricas, culturales, políticas, geográficas y sociales..., pero también porque ha faltado entre los cristianos su elemento unificador característico: el amor.»
«Un trabajo ecuménico será fecundo de verdad en la medida en que quienes se dedican a él vean en Cristo crucificado y abandonado que se vuelve a abandonar en el Padre, la clave para entender cualquier falta de unidad y para recomponerla. [...] Y la unidad vivida tiene un efecto [...]. Se trata de la presencia de Jesús entre varias personas, en la comunidad. "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre -dijo Jesús-, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20). Jesús entre un católico y un evangélico que se aman, entre anglicanos y ortodoxos, entre una armenia y una reformada que se aman. ¡Cuánta paz ya desde ahora, cuánta luz para un camino ecuménico recto!»,
LETIZIA MAGRI

sábado, 1 de diciembre de 2018

PALABRA DE VIDA DE DICIEMBRE DE 2018.


«Estad siempre alegres en el Señor» (Flp 4, 4).
El apóstol Pablo escribe a la comunidad de la ciudad de Filipo cuando él mismo es objeto de una persecución que lo pone en grave dificultad. Y sin embargo, a estos queridos amigos suyos él les aconseja -es más, casi les ordena- que estén «siempre alegres».
Pero ¿se puede dar semejante mandato? Si miramos a nuestro alrededor, no es fácil encontrar motivos de serenidad, ¡y mucho menos de alegría!
Ante las preocupaciones de la vida, las injusticias de la sociedad y las tensiones entre pueblos, es ya un gran esfuerzo no dejarnos llevar por el desánimo, darnos por vencidos y replegarnos en nosotros mismos.
Pero Pablo nos invita también a nosotros:
«Estad siempre alegres en el Señor».
¿Cuál es su secreto?
«[...] hay una razón por la que, a pesar de todas las dificultades, debemos estar siempre en la alegría. La vida cristiana tomada en serio es la que nos lleva a ello. Esta hace que Jesús viva plenamente dentro de nosotros, y con Él no podemos no estar en la alegría. Él es la fuente de la verdadera alegría, porque da sentido a nuestra vida, nos guía con su luz, nos libera de todo temor, tanto respecto al pasado como en relación con lo que nos espera; nos da la fuerza para superar todas las dificultades, tentaciones y pruebas que podamos encontrar».
La alegría del cristiano no radica en el puro optimismo, en la seguridad del bienestar material ni en la alegría de ser joven y tener salud; más bien es fruto del encuentro personal con Dios en lo profundo del corazón.
«Estad siempre alegres en el Señor».
Esta alegría, sigue diciendo Pablo, nos hace capaces de acoger a los demás con cordialidad, nos dispone a dedicar tiempo a quienes están a nuestro alrededor (cf. Flp 4, 5).
Es más, en otra ocasión Pablo repite con fuerza este dicho de Jesús: «Mayor felicidad hay en dar que en recibir» (Hch 20, 35).
De la compañía de Jesús brota también la paz del corazón, la única que puede contagiar a las personas de alrededor con su fuerza desarmada.
En Siria, a pesar de los graves peligros y estrecheces de la guerra, un numeroso grupo de jóvenes se reunió recientemente para compartir sus experiencias de vivir el Evangelio y experimentar la alegría del amor mutuo; de allí marcharon luego decididos a dar testimonio de que es posible la fraternidad.
Nos escriben algunos participantes: «Se suceden relatos de historias de amargo dolor y esperanza, de fe heroica en el amor de Dios. Unos lo han perdido todo y ahora viven con su familia en un campo de refugiados; otros han visto morir a sus seres queridos [...]. Es fuerte en estos jóvenes el compromiso de generar vida a su alrededor: organizan festivales por las calles implicando a miles de personas, reconstruyen en el centro de un pueblecito una escuela y un jardín que nunca se terminaron a causa de la guerra; ofrecen apoyo a decenas de familias de refugiados [...]. Vuelven a aflorar en el corazón las palabras de Chiara Lubich: "La alegría del cristiano es como un rayo de sol que brilla a través de una lágrima, una rosa florecida en una mancha de sangre, esencia de amor destilada del dolor [...] por eso tiene la fuerza apostólica de un retazo del Paraíso”. En nuestros hermanos y hermanas de Siria encontramos la fortaleza de los primeros cristianos, que en esta tremenda guerra testimonian su confianza y esperanza en Dios Amor y la transmiten a sus compañeros de viaje. ¡Gracias, Siria, por esta lección de cristianismo vivo!»,
LETIZIA MAGRI

jueves, 1 de noviembre de 2018

PALABRA DE VIDA DE NOVIEMBRE DE 2018.


«Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3, 20).
¿Cuántas veces oímos llamar a nuestra puerta? Puede ser el cartero, el vecino o un amigo de nuestro hijo, pero también un desconocido… ¿Qué querrá? ¿Será prudente abrir y dejar entrar en casa a alguien que no conocemos bien?
Esta Palabra de Dios, sacada del libro del Apocalipsis, nos invita a acoger a un huésped inesperado.
El autor de este libro tan instructivo para los cristianos habla aquí a la antigua Iglesia de Laodicea en nombre del Señor Jesús, muerto y resucitado por amor a toda criatura humana.
Habla con la autoridad que emana de este amor; alaba, corrige, invita a acoger la ayuda potente que el Señor mismo se prepara a ofrecer a esta comunidad de creyentes, siempre que estén disponibles a reconocer su voz y «abrirle la puerta».
«Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo».
Hoy como entonces, se invita a toda la comunidad cristiana a superar miedos, divisiones y falsas certezas para acoger la venida de Jesús. Él se presenta cada día con distintos «atuendos»: los sufrimientos cotidianos, las dificultades que implica el ser coherente, los retos que nos plantean las opciones importantes de la vida, pero sobre todo el rostro del hermano o de la hermana que se cruzan en nuestro camino.
Es también una invitación personal a «pararnos» con Jesús en un rato de intimidad, como con un amigo, en el silencio del atardecer, sentados a la misma mesa: el momento más propicio para un diálogo que requiere escucha y apertura. Acallar los ruidos es la condición para reconocer y oír su voz, su Espíritu, el único capaz de desbloquear nuestros miedos y hacer que abramos la puerta del corazón.
Chiara Lubich cuenta una experiencia suya: «Hay que hacer que todo calle en nosotros para descubrir en nuestro interior la Voz del Espíritu. Y hay que extraer esta Voz como se saca un diamante del fango: pulirla, exponerla y ofrecerla en el momento oportuno, porque es amor, y el amor hay que darlo: es como el fuego que, en contacto con paja y otras cosas, arde; de lo contrario se apaga. El amor debe crecer en nosotros y propagarse».
Dice el papa Francisco: «El Espíritu Santo es un don. […] Entra en nosotros y hace fructificar para que podamos darlo a los demás. […] Es propio del Espíritu Santo, por tanto, descentrarse de nuestro yo para abrirse al “nosotros” de la comunidad: recibir para dar. No estamos nosotros en el centro: nosotros somos un instrumento de ese don para los demás».
«Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo».
Por el amor recíproco propio del Evangelio, los cristianos, como Él y con Él, pueden ser testigos, también en nuestros días, de esta presencia de Dios en los avatares de la historia.
En pleno flujo migratorio en zonas fronterizas, hay quienes oyen llamar a su puerta. Delia nos cuenta: «Un caluroso domingo por la tarde vi sentadas en la acera delante de mi bar a un grupo de madres con sus hijos llorando de hambre. Las invité a entrar y les expliqué que iba a dar de comer gratis a los niños. Las madres sentían vergüenza porque no tenían dinero, pero insistí y aceptaron. Se corrió la voz, y hoy se ha convertido en el bar de los migrantes, musulmanes en su mayoría. Muchos me llaman «Mamá África». Mi clientela de antes se ha ido perdiendo poco a poco, así que la zona dedicada a que jugasen los ancianos se ha convertido en la sala de los niños, donde pueden pintar y jugar, con un pequeño cambiador para mudar a los recién nacidos y aliviar un poco a las madres; o también se transforma en clase para enseñar italiano. Lo mío no ha sido una opción, sino la exigencia de no mirar para otro lado. Gracias a los migrantes he conocido a muchas personas y asociaciones que me financian y me ayudan a seguir adelante. Si me viese ahora en las mismas, volvería a hacerlo. ¡A mí lo que me importa es dar!».
Todos estamos invitados a acoger al Señor que llama, para salir junto con Él al encuentro de quienes tenemos cerca.
Será el Señor mismo quien se abra paso en nuestra vida con su presencia.
LETIZIA MAGRI

miércoles, 3 de octubre de 2018

PALABRA DE VIDA DE OCTUBRE DE 2018.

«Pero si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley».  (Ga 5, 18).
El apóstol Pablo escribe una carta a los cristianos de Galacia, una región en el centro de la actual Turquía que él mismo había evangelizado y a la que tiene mucho afecto. Algunos de esta comunidad sostenían que los cristianos debían observar las prescripciones de la ley de Moisés para ser gratos a Dios y alcanzar la salvación.
Pero Pablo afirma más bien que ya no estamos «bajo la ley», porque, con su muerte y resurrección, el propio Jesús, Hijo de Dios y Salvador de la humanidad, se ha convertido para todos en Camino hacia el Padre. La fe en Él abre nuestro corazón a la acción del Espíritu de Dios, que nos guía y nos acompaña por los caminos de la vida.
Es decir, según Pablo no se trata de «no observar la ley», sino más bien de llevarla a su raíz última y más exigente dejándonos guiar por el Espíritu. De hecho, unas líneas más arriba, Pablo escribe: «Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Ga 5, 14).
En efecto, en el amor cristiano a Dios y al prójimo encontramos la libertad y la responsabilidad de los hijos: a ejemplo de Jesús, estamos llamados a amar a todos, a ser los primeros en amar y a amar al otro como a nosotros mismos, incluso a quienes percibimos como enemigos.
«Pero si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley».
El amor que procede de Dios nos empuja a ser personas responsables en la familia, en el trabajo y dondequiera que nos movamos. Estamos llamados a construir relaciones de paz, de justicia y legalidad.
La ley del amor es el fundamento más sólido de nuestro ser social, como cuenta María: «Doy clases en la periferia de París, en una zona desfavorecida y con una población escolar multicultural. Llevo a cabo proyectos interdisciplinares para trabajar en equipo, vivir la fraternidad entre los compañeros y así ser creíbles cuando proponemos este modelo a los alumnos. He aprendido a no esperar resultados inmediatos, incluso cuando un chaval no cambia. Lo importante es seguir creyendo en él y acompañarlo, valorándolo y gratificándolo. A veces me parece que no consigo cambiar nada, y otras veces, en cambio, tengo la prueba tangible de que las relaciones que hemos construido dan fruto, como sucedió con una alumna mía que durante las clases no participaba de modo constructivo. Le expliqué con calma y firmeza que, para vivir en armonía, cada cual debe hacer su parte. Y entonces me escribió: "Pido disculpas por mi comportamiento, no volverá a suceder. Sé que usted se espera de nosotros acciones concretas y no palabras, y quiero comprometerme a hacerlo. Usted es una persona que nos transmite a los alumnos valores justos y ganas de superarnos"».
«Pero si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley».
Vivir en el amor no es un simple fruto de nuestros esfuerzos. El Espíritu que se nos ha dado -y que podemos seguir pidiendo- es el que nos da la fuerza para ser cada vez más libres de la esclavitud del egoísmo y vivir en el amor.
Escribe Chiara Lubich: «Es el amor el que nos mueve, el que nos sugiere cómo responder a las situaciones y opciones que estamos llamados a vivir. El amor nos enseña a distinguir: esto está bien: lo hago; esto está mal: no lo hago. El amor nos mueve a actuar procurando el bien del otro. No somos guiados desde fuera, sino por ese principio de vida nueva que el Espíritu ha puesto dentro de nosotros. Fuerzas, corazón, mente y todas nuestras capacidades pueden "caminar según el Espíritu" porque están unificados por el amor y puestos a completa disposición del proyecto de Dios sobre nosotros y sobre la sociedad. Somos libres de amar».
LETIZIA MAGRI 

sábado, 1 de septiembre de 2018

PALABRA DE VIDA DE SEPTIEMBRE DE 2018.


«Recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas» (St 1,21).
La Palabra de este mes procede de un texto atribuido a Santiago -figura de relieve en la Iglesia de Jerusalén-, el cual recomienda al cristiano la coherencia entre el creer y el actuar.
En el comienzo del versículo se subraya una condición esencial: «desechar toda abundancia de mal» para recibir la Palabra de Dios y dejarse guiar por ella, y de ese modo caminar hacia la plena realización de la vocación cristiana.
La Palabra de Dios tiene una fuerza muy peculiar: es creadora, produce frutos buenos en la persona y en la comunidad, construye relaciones de amor entre cada uno de nosotros y Dios y entre las personas. y, según dice Santiago, ya ha sido «sembrada» en nosotros.
«Recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas».
¿Cómo es posible? Ciertamente, porque Dios pronunció ya en la creación una Palabra definitiva: el hombre es «imagen» de Él. De hecho cada criatura humana es el «tú» de Dios, llamado a la existencia para compartir la vida de amor y comunión de Dios. Pero, para los cristianos, es el sacramento del bautismo el que nos introduce en Cristo, Palabra de Dios que ha entrado en la historia humana.
Así pues, en cada persona Él ha depositado la semilla de su Palabra, la cual llama a la persona al bien, a la justicia, a la donación y a la comunión. Esta semilla, acogida y cultivada con amor en nuestra «tierra», es capaz de producir vida y frutos.
«Recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas»,
Un lugar claro donde Dios nos habla es la Biblia, que para los cristianos culmina en los Evangelios. Es preciso acoger su Palabra en la lectura amorosa de la Escritura; y si la vivimos, podemos ver sus frutos.
También podemos escuchar a Dios en lo profundo de nuestro corazón, donde con frecuencia sentimos la injerencia de muchas «voces» y «palabras»: eslóganes y ofertas de opciones y modelos de vida, o también preocupaciones y miedos... ¿Cómo reconocer la Palabra de Dios y hacerle espacio para que viva en nosotros?
Hace falta desarmar el corazón y «rendirnos» a la invitación de Dios de ponernos a escuchar con libertad y valentía su voz, que suele ser la más sutil y discreta. Y esta nos insta a salir de nosotros mismos y aventurarnos por los caminos del diálogo y del encuentro con Él y con los demás, nos invita a colaborar para hacer una humanidad más bella, en la que todos nos reconozcamos cada vez más hermanos.
«Recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas»,
En realidad la Palabra de Dios puede transformar nuestra vida cotidiana en una historia que nos libera de la oscuridad del mal personal y social, pero pide nuestra adhesión personal y consciente, aunque sea imperfecta, frágil y siempre en camino.
Nuestros sentimientos y nuestros pensamientos se parecerán cada vez más a los del propio Jesús, nuestra fe y nuestra esperanza en el Amor de Dios saldrán reforzadas, a la vez que nuestros ojos y brazos se abrirán a las necesidades de los hermanos.
Así lo sugería Chiara Lubich en 1992: «En Jesús veíamos una profunda unidad entre el amor que Él tenía por el Padre celestial y el amor a sus hermanos los hombres. Había una coherencia extrema entre sus palabras y su vida. Y esto fascinaba y atraía a todos. Así debemos ser también nosotros. Debemos acoger con la sencillez de los niños las palabras de Jesús y ponerlas en práctica con la pureza y luminosidad que tienen, con su fuerza y radicalidad, para ser discípulos como Él quiere, es decir, discípulos iguales a su Maestro: otros tantos Jesús dispersos por el mundo. ¿Podemos vivir una aventura más grande y más hermosa?».
LETIZIA MAGRI

miércoles, 1 de agosto de 2018

PALABRA DE VIDA DE AGOSTO DE 2018.


«Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti» (Jr 31,3)
El profeta Jeremías es enviado por Dios al pueblo de Israel, que está viviendo una dolorosa experiencia de exilio en tierra babilónica y ha perdido todo lo que había representado su identidad y su elección: la tierra, el templo, la ley...
Sin embargo, la palabra del profeta desgarra este velo de dolor y turbación. Es cierto: al entregarse a la destrucción, Israel se ha demostrado infiel al pacto de amor con Dios. Pero he aquí el anuncio de una nueva promesa de libertad, de salvación, de renovada alianza, que Dios, con su amor eterno y nunca revocado, prepara para su pueblo.
«Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti».
La dimensión eterna e irrevocable de la fidelidad de Dios es una cualidad de su amor: Él es el Padre de toda criatura humana, un Padre que toma la iniciativa en el amor y que se compromete para siempre. Su fidelidad alcanza a cada uno de nosotros y nos permite arrojar en Él cualquier preocupación que pueda frenarnos. Gracias a este Amor eterno y paciente podemos crecer y mejorar en la relación con Él y con los demás.
Somos muy conscientes de que no nos mantenemos firmes en nuestro compromiso, aunque sincero, de amar a Dios y a los hermanos. Pero la fidelidad de Él para con nosotros es gratuita, nos precede siempre, independientemente de nuestras «prestaciones». Con esta gozosa certeza podemos liberarnos de nuestro horizonte limitado, ponernos cada día de nuevo en camino y convertirnos también nosotros en testigos de esta ternura «materna».
«Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti».
Esta mirada de Dios sobre la humanidad pone de manifiesto también un gran designio de fraternidad, que encontrará en Jesús su pleno cumplimiento. Pues Él testimonió su confianza en el amor de Dios con la palabra y sobre todo con el ejemplo de toda su vida.
Nos abrió el camino para imitar al Padre en el amor a todos (cf. Mt 5, 43ss.) y nos desveló que la vocación de todo hombre y mujer es contribuir a edificar relaciones de acogida y diálogo en su entorno.
¿Cómo viviremos la Palabra de vida de este mes?
Chiara Lubich invita a tener un corazón de madre: «[…] Una madre acoge siempre, ayuda siempre, espera siempre, lo cubre todo. […] De hecho el amor de una madre es muy parecido a la caridad de Cristo, de la que habla el apóstol Pablo. Si tenemos el corazón de una madre o, para ser más exactos, si nos proponemos tener el corazón de la madre por excelencia, María, estaremos siempre dispuestos a amar a los demás en todas las circunstancias y, por tanto, a mantener vivo en nosotros al Resucitado. […] Si tenemos el corazón de esta Madre, amaremos a todos: no solo a los miembros de nuestra Iglesia, sino también a los de las demás; no solo a los cristianos, sino también a los musulmanes, a los budistas, a los hindúes, etc.; también a los hombres de buena voluntad y a todo hombre que habita la tierra […]».
«Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti».
Esto cuenta una joven esposa que comenzó a vivir el Evangelio en la familia: «Sentía una alegría que nunca antes había experimentado y el deseo de derramar este amor más allá de las cuatro paredes de casa. Recuerdo por ejemplo que corrí al hospital para acompañar a la mujer de un compañero de trabajo que había intentado suicidarse. Conocía desde hacía tiempo sus dificultades, pero, absorta en mis problemas, no me había preocupado de ayudarla. Ahora sí hice mío su dolor, y no me quedé tranquila mientras no se resolvió la situación que la había empujado a dar ese paso. Este episodio marcó para mí el inicio de un cambio de mentalidad. Me hizo comprender que, si amo, puedo ser para cada uno que pasa a mi lado un reflejo -aunque sea pequeñísimo- del mismo amor de Dios».
Y ¿qué pasaría si también nosotros, sostenidos por el amor fiel de Dios, nos pusiésemos libremente en esta actitud interior ante todos aquellos con quienes nos encontremos durante el día?
LETIZIA MAGRI

domingo, 1 de julio de 2018

PALABRA DE VIDA DE JULIO DE JULIO DE 2018.


«Mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza» (2 Co 12,9).
En su segunda carta a la comunidad de Corinto, el apóstol Pablo se mide con unos cuantos que ponen en cuestión la legitimidad de su actividad apostólica. Pero no se defiende enumerando sus méritos y sus logros; al contrario, pone de manifiesto la obra que Dios ha cumplido en él y a través de él.
Pablo alude a una experiencia mística suya de profunda relación con Dios (cf. 2 Co 11, 1-7), pero para compartir acto seguido su sufrimiento por una «espina» que lo atormenta. No explica de qué se trata exactamente, pero se entiende que es una dificultad grande que podría limitarlo en su tarea de evangelizador. Por ello, confiesa haberle pedido a Dios que lo libere de ese impedimento. Pero la respuesta que recibe del mismo Dios es perturbadora.
«Mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza».
Todos experimentamos continuamente las debilidades físicas, psicológicas y espirituales nuestras y de los demás, y vemos a nuestro alrededor una humanidad a menudo afligida y extraviada. Nos sentimos débiles e incapaces de resolver esas dificultades, incluso de hacerles frente, y como mucho nos limitamos a no hacer mal a nadie.
Sin embargo, esta experiencia de Pablo nos abre un horizonte nuevo: reconociendo y aceptando nuestra debilidad, podemos abandonarnos plenamente en brazos del Padre, que nos ama tal como somos y quiere ayudarnos en nuestro camino. Y de hecho, más adelante en esta carta, afirma: «cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Co 12, 10).
A propósito de esto, Chiara Lubich escribió: «[...] ante tal afirmación, nuestra razón se rebela, pues hay una contradicción flagrante o simplemente una audaz paradoja. En realidad esta expresa una de las verdades más altas de la fe cristiana. Jesús nos la explica con su vida y sobre todo con su muerte. ¿Cuándo cumplió la obra que el Padre le había encomendado? ¿Cuándo redimió a la humanidad? ¿Cuándo venció al pecado? Cuando murió en la cruz, reducido a nada, después de gritar: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?': Jesús fue más fuerte precisamente cuando era más débil. Jesús habría podido dar origen al nuevo pueblo de Dios solo con su predicación, o con más milagros, o con algún signo extraordinario. Pero no. No, porque la Iglesia es obra de Dios, y es en el dolor -y solo en el dolor- donde florecen las obras de Dios. Así pues, en nuestra debilidad, en la experiencia de nuestra fragilidad se esconde una ocasión única: la de experimentar la fuerza de Cristo muerto y resucitado [...]»,
«Mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza»,
Es la paradoja del Evangelio: a los mansos se les promete en herencia la tierra (cf. Mt 5, 5); María exalta en el Magníficat (cf. Lc 1, 46-55) el poder del Señor, que puede expresarse totalmente y definitivamente -en la historia personal y en la historia de la humanidad- precisamente en el espacio de la pequeñez y de la total confianza en la acción de Dios.
Comentando esta experiencia de Pablo, Chiara sugería además: «[...] la opción que los cristianos debemos hacer es de signo absolutamente contrario a la que se hace normalmente. En esto vamos en verdad a contracorriente. En general, el ideal de vida del mundo consiste en el éxito, el poder, el prestigio... Pablo, al contrario, nos dice que hay que gloriarse en la flaqueza [...] Fiémonos de Dios. Él actuará sobre nuestra debilidad, sobre nuestra nada. Y cuando Él actúa, podemos estar seguros de que realiza obras que valen, que irradian un bien duradero y responden a las necesidades auténticas de los individuos y de la colectividad».
LETIZIA MAGRI

viernes, 1 de junio de 2018

PALABRA DE VIDA DE JUNIO DE 2018.


«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9)
El Evangelio de Mateo inicia el relato de la predicación de Jesús con el sorprendente anuncio de las bienaventuranzas.
En ellas, Jesús proclama «bienaventurados», es decir, plenamente felices y realizados, a todos los que a los ojos del mundo son considerados perdedores o desventurados: los humildes, los afligidos, los mansos, los que tienen hambre y sed de la justicia, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz.
A ellos Dios les hace grandes promesas: serán saciados y consolados por Él mismo, serán herederos de la tierra y de su Reino.
Es, pues, una revolución cultural en toda regla, que trastoca nuestra visión, a menudo cerrada y miope, para la cual estas categorías son una parte marginal e insignificante de la lucha por el poder y el éxito.
«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios»,
Según la visión bíblica, la paz es fruto de la salvación que Dios realiza; o sea, es ante todo un don de Dios. Es una característica de Dios mismo, que ama a la humanidad y a toda la creación con corazón de Padre y tiene sobre todos un proyecto de concordia y armonía. Por eso, quien se prodiga por la paz demuestra cierta «semejanza» con Él, como un hijo.
Escribe Chiara Lubich: «Puede ser portador de paz quien la posee en sí mismo. Es necesario ser portador de paz ante todo en nuestro comportamiento de cada instante, viviendo de acuerdo con Dios y su voluntad. [...) “...serán llamados hijos de Dios": recibir un nombre significa convertirse en lo que ese nombre expresa. Pablo llamaba a Dios "el Dios de la paz" y saludaba a los cristianos diciéndoles: "EI Dios de la paz esté con todos vosotros”: Los que trabajan por la paz manifiestan su parentesco con Dios, actúan como hijos de Dios, dan testimonio de Dios, quien [...) ha imprimido en la sociedad humana el orden, que da como fruto la paz»,
Vivir en paz no es simplemente la ausencia de conflicto; tampoco es una vida sosegada, contemporizando con los valores para buscar la aceptación de los demás siempre y como sea; más bien es un estilo de vida exquisitamente evangélico que requiere la valentía de hacer opciones a contracorriente.
«Trabajar por la paz» es sobre todo crear ocasiones de reconciliación en la vida de uno mismo y de los demás, en todos los niveles: ante todo con Dios, y luego con quienes tenemos cerca, en la familia, en el trabajo, en clase, en la parroquia y en las asociaciones, en las relaciones sociales e internacionales. O sea, es un modo decisivo de amar al prójimo, una gran obra de misericordia que sanea todas las relaciones.
Eso es precisamente lo que Jorge, un adolescente de Venezuela, decidió hacer en el colegio: «Un día, al final de las clases, vi que mis compañeros se estaban organizando para una manifestación de protesta durante la cual tenían la intención de usar la violencia, incendiando coches y tirando piedras. Inmediatamente pensé que ese comportamiento no cuadraba con mi estilo de vida. Así que les propuse escribir una carta a la dirección del colegio: así podríamos pedir de otro modo lo mismo que ellos pensaban conseguir con la violencia. Entre unos cuantos la redactamos y se la entregamos al director».
«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios».
En este tiempo se revela especialmente urgente promover el diálogo y el encuentro entre personas y grupos diversos por historia, tradiciones culturales o puntos de vista, y así mostrar aprecio y acoger la variedad y riqueza que supone.
Como dijo recientemente el papa Francisco: «La paz se construye en el coro de las diferencias [...] Y a partir de esas diferencias uno aprende del otro, como hermanos... Uno es nuestro Padre, nosotros somos hermanos. Querámonos como hermanos. Y si discutimos entre nosotros, que sea como hermanos que enseguida se reconcilian, que siempre vuelven a ser hermanos».
También podremos esforzarnos por conocer los brotes de paz y fraternidad que ya hacen nuestras ciudades más abiertas y humanas. Preocupémonos de ellos y hagamos que crezcan; así contribuiremos a curar las fracturas y los conflictos que las invaden.
LETIZIA MAGRI

martes, 1 de mayo de 2018

PALABRA DE VIDA DE MAYO DE 2018.


«En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí» (Ga 5, 22-23).
El apóstol Pablo escribe a los cristianos de la región de Galacia, que habían recibido de él el anuncio del Evangelio, pero ahora les recrimina que no han comprendido el sentido de la libertad cristiana.
Para el pueblo de Israel, la libertad es un don de Dios: Él lo sacó de la esclavitud en Egipto, lo condujo hacia una nueva tierra y estipuló con él un pacto de fidelidad recíproca.
Del mismo modo, Pablo afirma con fuerza que la libertad cristiana es un don de Jesús, pues Él nos da la posibilidad de convertimos, en Él y como Él, en hijos de Dios, que es Amor. También nosotros, imitando al Padre como Jesús nos enseñó y mostró con su vida, podemos aprender la misma actitud de misericordia para con todos, poniéndonos al servicio de los demás.
Para Pablo, este aparente sinsentido de la «libertad de servir» se resuelve por el don del Espíritu que Jesús hizo a la humanidad con su muerte en la cruz.
En efecto, el Espíritu es el que nos da la fuerza de salir de la prisión de nuestro egoísmo --con su lastre de división, injusticia, traición y violencia- y nos guía hacia la verdadera libertad.
 «En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí».
La libertad cristiana, además de ser un regalo, es también un compromiso. En primer lugar, el compromiso de acoger al Espíritu en nuestro corazón, haciéndole sitio y reconociendo su voz en nosotros.
Escribía Chiara Lubich: «[...] Ante todo debemos ser cada vez más conscientes de la presencia del Espíritu Santo en nosotros; llevamos en lo más íntimo un tesoro inmenso, pero no nos damos cuenta de ello suficientemente. [...] Además, a fin de poder oír y seguir su voz, hemos de decir no [...] a las tentaciones, atajando de raíz sus insinuaciones; sí a las tareas que Dios nos ha encomendado; sí al amor a todos los prójimos; sí a las pruebas y a las dificultades que nos salen al paso... Si lo hacemos, el Espíritu Santo nos guiará y dará a nuestra vida cristiana ese sabor, ese vigor, esa garra, esa luminosidad que no puede tener si no es auténtica. De ese modo, también quienes están cerca se darán cuenta de que no solo somos hijos de nuestra familia humana, sino hijos de Dios».
Pues el Espíritu nos llama a apartar nuestro yo del centro de nuestras preocupaciones, para acoger, escuchar y compartir los bienes materiales y espirituales, perdonar o preocupamos de todo tipo de personas en las distintas situaciones que vivimos cada día.
Y esta actitud nos permite experimentar el fruto característico del Espíritu: el progreso de nuestra humanidad hacia la verdadera libertad, pues pone de manifiesto y hace que florezcan en nosotros capacidades y recursos que quedarían para siempre sepultadas y desconocidas si vivimos replegados en nosotros mismos.
Cada acción nuestra es, pues, una ocasión inexcusable para decir no a la esclavitud del egoísmo y sí a la libertad del amor.
«En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí».
Quien acoge de corazón la acción del Espíritu contribuye además a construir relaciones humanas positivas por medio de todas sus actividades cotidianas, tanto familiares como sociales.
Carlo Colombino es empresario, marido y padre, y tiene una empresa en el norte de Italia.
Una cuarta parte de sus sesenta empleados no son italianos, y algunos de ellos arrastran experiencias dramáticas. Al periodista que lo entrevista, le cuenta: «También el puesto de trabajo puede y debe favorecer la integración. Me dedico a actividades de extracción, de reciclado de material de construcción, y tengo responsabilidades con el entorno, con el territorio donde vivo. Hace unos años la crisis golpeó duramente: ¿salvamos la empresa, o a las personas? Trasladamos a varias personas, hablamos con ellas, buscamos la solución menos dolorosa, pero fue dramático, como para no dormir por las noches. Este trabajo podía hacerlo mejor o peor, y procuré hacerlo lo mejor posible. Aposté por el contagio positivo de ideas. Una empresa que solo piensa en la facturación, en los números, tiene un futuro de cortas miras: en el centro de toda actividad está el ser humano. Soy creyente y estoy convencido de que una síntesis entre empresa y solidaridad no es una utopía».
Activemos, pues, con valentía nuestra llamada personal a la libertad en el lugar donde vivimos y trabajamos.
Así permitiremos que el Espíritu alcance y renueve también la vida de muchas otras personas a nuestro alrededor, impulsando la historia hacia horizontes de «alegría, paz, paciencia, afabilidad...»,
LETIZIA MAGRI

miércoles, 4 de abril de 2018

PALABRA DE VIDA DE ABRIL DE 2018


«En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna» (Jn 6,47).
Esta frase de Jesús forma parte de un largo diálogo con el gentío que vio el signo de la multiplicación de los panes y que lo sigue, aunque solo sea para seguir recibiendo de Él alguna ayuda material. Jesús, a partir de su necesidad inmediata, poco a poco va llevando el discurso hacia su misión: ha sido enviado por el Padre para dar a los hombres la verdadera vida, la eterna, es decir, la misma vida de Dios, que es Amor.
Él se acerca a todos los que se le cruzan por los caminos de Palestina sin eludir las peticiones de comida, de agua, de curación ni de perdón; es más, comparte cualquier necesidad y devuelve la esperanza a cada uno. Por eso puede pedir luego un paso más, puede invitar a quienes lo escuchan a acoger la vida que nos ofrece, a entrar en relación con Él, a darle confianza, a tener fe en Él.
Comentando precisamente esta frase del Evangelio, Chiara Lubich escribió: «Jesús aquí responde a la aspiración más profunda del hombre. El hombre ha sido creado para la vida; la busca con todas sus fuerzas. Pero su gran error es buscarla en las criaturas o en las cosas creadas, las cuales, siendo limitadas y pasajeras, no pueden dar una verdadera respuesta a la aspiración del hombre. ... Solo Jesús puede saciar el hambre del ser humano. Solo Él puede darnos la vida que no muere, porque Él es la Vida».
«En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna».
La fe cristiana es ante todo fruto de un encuentro personal con Dios, con Jesús, que no desea otra cosa que hacernos partícipes de su misma vida.
La fe en Jesús es seguir su ejemplo y no vivir replegados en nosotros mismos, en nuestros miedos, en nuestros programas limitados, sino más bien dirigir nuestra atención a las necesidades de los demás: necesidades concretas a causa de la pobreza, la enfermedad o la marginación, pero sobre todo la necesidad de escucha, de comunión y de acogida.
De este modo podremos comunicar a los demás, con nuestra vida, el mismo amor que hemos recibido como don de Dios. Y para fortalecer nuestro camino, Él nos ha dejado también el gran don de la Eucaristía, signo de un amor que se da a sí mismo para dar vida al otro.
«En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna».
Cuántas veces al día damos confianza a las personas que nos rodean: al profesor que enseña a nuestros hijos, al taxista que nos lleva a nuestro destino, al médico que debe tratarnos... No se puede vivir sin confianza, y esta se consolida con trato, la amistad, la relación que se afianza con el tiempo.
Entonces, ¿cómo vivir la Palabra de vida de este mes?
Siguiendo con su comentario, Chiara Lubich nos invita a reavivar nuestra elección y adhesión total a Jesús: «... Y ya sabemos cuál es el camino para llegar allí: ... poner en práctica con especial ahínco esas palabras suyas que nos recuerdan las distintas circunstancias de la vida. Por ejemplo: ¿nos encontramos con un prójimo? «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (cf. Mt 22, 39). ¿Tenemos un sufrimiento? «Quien quiera venir en pos de mí... tome su cruz» (cf. Mt 16, 24), etc. Entonces las palabras de Jesús se iluminarán y Jesús entrará en nosotros con su verdad, su fuerza y su amor. Nuestra vida será cada vez más un vivir con Él, un hacer todo junto con Él. Y ni siquiera la muerte física que nos espera podrá asustarnos, porque con Jesús ya ha dado inicio en nosotros la vida verdadera, la vida que no muere»...
LETIZIA MAGRI

viernes, 2 de marzo de 2018

PALABRA DE VIDA DE MARZO DE 2018.


«Muéstrame tus caminos, Yahvé, enséñame tus sendas» (Sal 25,4)
El rey y profeta David, autor de este salmo, está agobiado por la angustia y la pobreza y se siente en peligro frente a sus enemigos. Querría encontrar un camino para salir de esta situación dolorosa, pero siente su impotencia.
Entonces eleva sus ojos hacia el Dios de Israel, que desde siempre ha protegido a su pueblo, y lo invoca con esperanza para que acuda en su ayuda.
La Palabra de vida de este mes subraya en particular su petición de conocer los caminos y las sendas del Señor, como luz para nuestras propias decisiones, sobre todo en los momentos difíciles.
«Muéstrame tus caminos, Yahvé, enséñame tus sendas».
También a nosotros nos sucede que tenemos que tomar decisiones en la vida que afectan a la conciencia y a toda nuestra persona; a veces tenemos muchos posibles caminos ante nosotros y no estamos seguros de cuál es el mejor; otras veces nos parece que no hay ninguno...

Buscar un camino por el que avanzar es profundamente humano, y a veces necesitamos pedirle ayuda a alguien a quien consideramos amigo.
La fe cristiana nos lleva a entrar en la amistad con Dios: Él es el Padre que nos conoce íntimamente y que gusta de acompañarnos en nuestro camino.
Todos los días Él nos invita a cada uno de nosotros a emprender libremente una aventura teniendo como brújula el amor desinteresado por Él y por todos sus hijos.
Los caminos y sendas son también ocasiones de conocer a otros viajeros, de descubrir nuevas metas que compartir. El cristiano nunca es una persona aislada, sino que forma parte de un pueblo en camino hacia el designio de Dios Padre sobre la humanidad, que Jesús nos reveló con sus palabras y con toda su vida: la fraternidad universal, la civilización de la unidad.
«Muéstrame tus caminos, Yahvé, enséñame tus sendas».
Y los caminos del Señor son audaces, a veces parecen llevarnos al límite de nuestras posibilidades, como puentes colgantes entre paredes de roca.
Estos caminos desafían hábitos egoístas, prejuicios, la falsa humildad, y nos abren horizontes de diálogo, encuentro y compromiso por el bien común. Sobre todo nos reclaman un amor siempre nuevo, arraigado en la roca del amor y de la fidelidad de Dios para con nosotros y capaz de llegar hasta el perdón. Es la condición irrenunciable para entablar relaciones de justicia y de paz entre personas y entre pueblos. También el testimonio de un gesto de amor sencillo pero auténtico puede iluminar el camino en el corazón de los demás. En Nigeria, durante un encuentro en el que jóvenes y adultos podían compartir sus experiencias de amor evangélico, una niña, Maya, contó: «Ayer, mientras estábamos jugando, un niño me empujó y me caí. Me dijo "perdón" y le perdoné».
Estas palabras abrieron el corazón de un hombre cuyo padre había sido asesinado por Boko Haram: «Miré a Maya. Si ella, que es una niña, puede perdonar, significa que también yo puedo hacer lo mismo».
«Muéstrame tus caminos, Yahvé, enséñame tus sendas».
Si queremos encomendarnos a un guía de confianza en nuestro camino, recordemos que el propio Jesús dijo de sí mismo: «Yo soy el camino...» (Jn 14,6). Dirigiéndose a los jóvenes en Santiago de Compostela en la Jornada Mundial de la Juventud de 1989, Chiara Lubich los animó con estas palabras:


«[...] Al definirse a sí mismo como "el Camino" quiso decir que debemos caminar como Él caminó [...]. Se puede decir que el camino que recorrió Jesús tiene un nombre: amor [...] El amor que Jesús vivió y llevó es un amor especial y único. [...] Es el mismo amor que arde en Dios. [...] Pero ¿a quién amar? Ciertamente, amar a Dios es nuestro primer deber. Y luego: amar a cada prójimo. [...]
»De la mañana a la noche, cada relación con los demás hay que vivirla con este amor. En casa, en la universidad, en el trabajo, en los campos de deporte, en vacaciones, en la iglesia o por la calle, debemos aprovechar las distintas ocasiones para amar a los demás como a nosotros mismos, viendo a Jesús en ellos, sin descuidar a nadie; es más, siendo los primeros en amar a todos. [...] Entrar lo más profundamente posible en el ánimo del otro; comprender de verdad sus problemas, sus exigencias, sus tropiezos y también sus alegrías, para poder compartir con ellos todo. [...] Hacerse, en cierto modo, el otro. Como Jesús, el cual, siendo Dios, por amor se hizo hombre como nosotros. Así el prójimo se siente comprendido y aliviado, porque hay alguien que lleva con él sus pesos, sus penas, y comparte sus pequeñas alegrías.
»"Vivir el otro": "vivir los otros": este es un gran ideal, es superlativo [...[».
LETIZIA MAGRI