«Vivid en el amor» (Ef 5, 2).
En estas palabras está contenida
toda la ética cristiana. El actuar humano, si quiere ser como Dios lo concibió
al crearnos, es decir, auténticamente humano, debe estar animado por el amor.
Para llegar a la meta, el camino -metáfora de la vida- debe estar guiado por el
amor, compendio de toda la ley.
El apóstol Pablo dirige esta
exhortación a los cristianos de Éfeso como conclusión y síntesis de lo que
acaba de escribirles sobre el modo de vivir cristiano: pasar del hombre viejo
al hombre nuevo, ser auténticos y sinceros unos con otros, no robar, saber
perdonarse, obrar el bien... En una palabra, «vivir en el amor».
Convendrá leer entera la frase de
la que está sacada esta incisiva palabra que nos va a acompañar durante todo el
mes: «Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como
Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave
olor».
Pablo está convencido de que todo
comportamiento nuestro debe tener como modelo el de Dios. Si el amor es la
señal distintiva de Dios, debe serlo también de sus hijos: en esto deben
imitarlo.
Pero ¿cómo podemos conocer el
amor de Dios? Para Pablo está clarísimo: este se revela en Jesús, quien muestra
cómo y cuánto ama Dios. El apóstol lo ha experimentado en primera persona: «Me
amó y se entregó por mí» (Ga 2,20), y ahora lo revela a todos para que se
convierta en la experiencia de toda la comunidad.
«Vivid en el amor».
¿Cuál es la medida del amor de
Jesús, sobre el cual debemos modelar nuestro amor?
Como sabemos, no tiene límites,
no excluye a nadie ni muestra preferencias por nadie. Jesús murió por todos,
incluidos sus enemigos, quienes lo estaban crucificando, tal como el Padre, que
con su amor universal hace salir el sol y manda la lluvia sobre todos, buenos y
malos, pecadores y justos. Jesús supo preocuparse sobre todo de los pequeños y
de los pobres, de los enfermos y de los excluidos; amó con intensidad a sus
amigos; estuvo especialmente cerca de sus discípulos... No escatimó su amor,
llegó al extremo de entregar la vida.
Y ahora llama a todos a compartir
su mismo amor, a amar como Él amó.
Puede damos miedo esta llamada
por demasiado exigente. ¿Cómo podemos ser imitadores de Dios, que ama a todos,
siempre, tomando la iniciativa? ¿Cómo amar con la medida del amor de Jesús? ¿Cómo
estar «en el amor», tal como nos requiere la Palabra de vida?
Solo es posible si antes hemos
hecho nosotros mismos la experiencia de ser amados. En la frase «vivid en el
amor como Cristo os amó», la expresión «como» puede significar también
«porque».
«Vivid en el amor».
Aquí caminar equivale a actuar, a
comportarse, como indicando que cualquier acción nuestra debe estar inspirada y
movida por el amor. Pero quizá no sea casual que Pablo utilice esta palabra
dinámica para recordarnos que a amar se aprende, que hay todo un camino por recorrer
para alcanzar la generosidad del corazón de Dios. Él usa también otras imágenes
para indicar la necesidad de progresar constantemente, como el crecimiento que
lleva a los recién nacidos hasta la edad adulta (cf. 1 Co 3, 1-2), el
desarrollo de una plantación, la construcción de un edificio, la carrera en el
estadio para conquistar el premio (cf. 1 Co 9, 24).
Nunca podemos decir que lo hemos
conseguido. Hace falta tiempo y constancia para alcanzar la meta, sin rendirse
ante las dificultades, sin dejarse nunca desanimar por los fracasos y errores,
dispuestos siempre a volver a empezar sin resignarse a la mediocridad.
Agustín de Hipona, quizá pensando
en su sufrido camino, escribía a propósito de esto: «Desagrádete siempre lo que
eres si quieres llegar a lo que aún no eres, pues donde hallaste complacencia
en ti, allí te quedaste. Mas si has dicho: "Es suficiente", también
pereciste. Añade siempre algo, camina continuamente, avanza sin parar; no te
pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Quien no avanza, queda parado».
«Vivid en el amor».
¿Cómo proceder con más celeridad
por el camino del amor?
Puesto que la invitación se
dirige a toda la comunidad -«vivid»- será útil ayudarse mutuamente. En verdad
es triste y difícil emprender un viaje uno solo.
Podríamos comenzar buscando la
ocasión de repetirnos de nuevo entre nosotros -amigos, familiares, miembros de
la misma comunidad cristiana...- la voluntad de caminar juntos.
Podríamos compartir las
experiencias positivas de cómo hemos amado, para aprender así unos de otros.
Podemos comunicar, a quienes
puedan comprendernos, los errores cometidos y las desviaciones del camino, para
corregimos.
También la oración en comunidad
podrá damos luz y fuerza para avanzar.
Unidos entre nosotros y con Jesús
en medio de nosotros -¡el Camino!- recorreremos hasta el final nuestro «santo
viaje»: sembraremos amor en tomo a nosotros y alcanzaremos la meta: el Amor.
Fabio Ciardi
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