En la tercera
catequesis sobre la familia, el Papa Francisco reflexiona sobre la oración en
familia, una oración que nace de un amor consciente hacia Dios, un amor
concreto y que nos lleva a descubrir el gozo de la presencia de Dios en nuestra
vida de familia.
Texto completo
de la catequesis del Papa del 26 de agosto
FUENTE ZENIT
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Después
de haber reflexionado sobre cómo la familia vive los tiempos de la fiesta y del
trabajo, consideramos ahora el tiempo de la oración. La queja más frecuente de
los cristianos tiene que ver precisamente con el tiempo: “Debería rezar más…;
quisiera hacerlo, pero a menudo me falta tiempo”. Escuchamos esto
continuamente. El disgusto es sincero, ciertamente, porque el corazón humano
busca siempre la oración, incluso sin saberlo; y no tiene paz si no la
encuentra. Pero para que se encuentre, es necesario cultivar en el corazón un
amor “cálido” por Dios, un amor afectivo.
Podemos
hacernos una pregunta muy simple. Está bien creer en Dios con todo el corazón,
está bien esperar que nos ayude en las dificultades, está bien sentir el deber
de agradecerle. Todo bien. Pero, ¿lo queremos algo también al Señor? ¿El
pensamiento de Dios nos conmueve, nos asombra, nos enternece?
Pensemos
a la formulación del gran mandamiento, que sostiene a todos los demás: “Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu
espíritu”. La fórmula usa el lenguaje intenso del amor, derramándolo sobre
Dios. Entonces, el espíritu de oración vive principalmente aquí. Y si vive
aquí, vive todo el tiempo y no se va nunca. ¿Podemos pensar en Dios como la
caricia que nos mantiene con vida, antes de la cual no hay nada? ¿Una caricia
de la cual nada, ni siguiera la muerte, nos puede separar? ¿O lo pensamos solo
como el gran Ser, el Todopoderoso que ha creado todas las cosas, el Juez que
controla cada acción? Todo es verdad, naturalmente.
Pero
solo cuando Dios es el afecto de todos nuestros afectos, el significado de
estas palabras se hace pleno. Entonces nos sentimos felices, y también un poco
confundidos, porque Él piensa en nosotros ¡y sobretodo nos ama! ¿No es
impresionante esto? ¿No es impresionante que Dios nos acaricie con amor de
padre? Es muy hermoso, muy hermoso. Podía simplemente darse a conocer como el
Ser supremo, dar sus mandamientos y esperar los resultados. En cambio Dios ha
hecho y hace infinitamente más que eso. Nos acompaña en el camino de la vida,
nos protege, nos ama.
Si
el afecto por Dios no enciende el fuego, el espíritu de la oración no calienta
el tiempo. Podemos también multiplicar nuestras palabras, “como hacen los
paganos”, decía Jesús; o también mostrar nuestros ritos, “como hacen los
fariseos”. Un corazón habitado por el amor a Dios convierte en oración incluso
un pensamiento sin palabras, o una invocación delante de una imagen sagrada, o
un beso enviado hacia la iglesia.
Es
hermoso cuando las madres enseñan a los hijos pequeños a mandar un beso a Jesús
o a la Virgen. ¡Cuánta ternura hay en eso! En aquel momento el corazón de los
niños se transforma en lugar de oración. Y es un don del Espíritu Santo. ¡No olvidemos
nunca pedir este don para cada uno de nosotros! El Espíritu de Dios tiene su
modo especial de decir en nuestros corazones “Abbà”, “Padre”, nos enseña a
decir padre precisamente como lo decía Jesús, un modo que no podremos nunca
encontrar solos. Este don del Espíritu es en familia donde se aprende a pedirlo
y a apreciarlo. Si lo aprendes con la misma espontaneidad con la que aprendes a
decir “papá” y “mamá”, lo has aprendido para siempre. Cuando esto sucede, el
tiempo de la entera vida familiar viene envuelto en el vientre del amor de
Dios, y busca espontáneamente el tiempo de la oración.
El
tiempo de la familia, lo sabemos bien, es un tiempo complicado y concurrido,
ocupado y preocupado. Siempre es poco, no basta nunca. Siempre hay tantas cosas
que hacer. Quien tiene una familia aprende pronto a resolver una ecuación que
ni siquiera los grandes matemáticos saben resolver: ¡dentro de las veinticuatro
horas consigue que haya el doble! Es así ¿eh? ¡Existen mamás y papás que
podrían ganar el Nobel por esto! ¿eh? ¡De 24 horas hacen 48! No sé cómo lo
hacen, pero se mueven y hacen. Hay tanto trabajo en la familia.
El
espíritu de la oración restituye el tiempo a Dios, sale de la obsesión de una
vida a la que le falta siempre el tiempo, reencuentra la paz de las cosas
necesarias y descubre la alegría de los dones inesperados. Unas buenas guías
para esto son las dos hermanas Marta y María, de quienes habla el Evangelio que
hemos escuchado; ellas aprendieron de Dios la armonía de los ritmos familiares:
la belleza de la fiesta, la serenidad del trabajo, el espíritu de oración. La
visita de Jesús, a quien querían mucho, era su fiesta. Un día, sin embargo,
Marta aprendió que el trabajo de la hospitalidad, si bien es importante, no lo
es todo, sino que escuchar al Señor, como hacía María, era la cosa
verdaderamente esencial, la “parte mejor” del tiempo.
Que
la oración brote de la escucha de Jesús, de la lectura del Evangelio, no
olviden... cada día leer un pasaje del Evangelio. La oración brote de la
confianza con la Palabra de Dios. ¿Hay esta confianza en nuestra familia?
¿Tenemos en casa el Evangelio? ¿Lo abrimos alguna vez para leerlo juntos? ¿Lo
meditamos rezando el Rosario? El Evangelio leído y meditado en familia es como
un pan bueno que nutre el corazón de todos. Y por la mañana y por la noche, y
cuando nos sentamos en la mesa, aprendamos a decir juntos una oración, con
mucha sencillez: es Jesús el que viene entre nosotros, como iba en la familia
de Marta, María y Lázaro.
Una
cosa que tengo en el corazón, que he visto en las ciudades... ¡Hay niños que no
han aprendido a hacer la señal de la cruz! Tú, mamá, papá, enseña a tu niño a
rezar, a hacer la señal de la cruz. Esta es una tarea hermosa de las mamás y de
los papás.
En
la oración de la familia, en sus momentos fuertes y en sus pasos difíciles,
somos confiados los unos a los otros, para que cada uno de nosotros en la
familia sea custodiado por el amor de Dios. Gracias.
CATEQUESIS SOBRE LA FAMILIA: LA FIESTA
CATEQUESIS SOBRE LA FAMILIA: EL TRABAJO
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