«Muéstrame tus caminos, Yahvé, enséñame tus sendas» (Sal 25,4)
El rey y profeta David, autor de este salmo,
está agobiado por la angustia y la pobreza y se siente en peligro frente a sus
enemigos. Querría encontrar un camino para salir de esta situación dolorosa,
pero siente su impotencia.
Entonces eleva sus ojos hacia el Dios de
Israel, que desde siempre ha protegido a su pueblo, y lo invoca con esperanza
para que acuda en su ayuda.
La Palabra de vida de este mes subraya en
particular su petición de conocer los caminos y las sendas del Señor, como luz
para nuestras propias decisiones, sobre todo en los momentos difíciles.
«Muéstrame
tus caminos, Yahvé, enséñame tus sendas».
También a nosotros nos sucede que tenemos que
tomar decisiones en la vida que afectan a la conciencia y a toda nuestra
persona; a veces tenemos muchos posibles caminos ante nosotros y no estamos
seguros de cuál es el mejor; otras veces nos parece que no hay ninguno...
Buscar un camino por el que avanzar es
profundamente humano, y a veces necesitamos pedirle ayuda a alguien a quien
consideramos amigo.
La fe cristiana nos lleva a entrar en la
amistad con Dios: Él es el Padre que nos conoce íntimamente y que gusta de
acompañarnos en nuestro camino.
Todos los días Él nos invita a cada uno de
nosotros a emprender libremente una aventura teniendo como brújula el amor
desinteresado por Él y por todos sus hijos.
Los caminos y sendas son también ocasiones de
conocer a otros viajeros, de descubrir nuevas metas que compartir. El cristiano
nunca es una persona aislada, sino que forma parte de un pueblo en camino hacia
el designio de Dios Padre sobre la humanidad, que Jesús nos reveló con sus
palabras y con toda su vida: la fraternidad universal, la civilización de la
unidad.
«Muéstrame
tus caminos, Yahvé, enséñame tus sendas».
Y los caminos del Señor son audaces, a veces
parecen llevarnos al límite de nuestras posibilidades, como puentes colgantes
entre paredes de roca.
Estos caminos desafían hábitos egoístas,
prejuicios, la falsa humildad, y nos abren horizontes de diálogo, encuentro y
compromiso por el bien común. Sobre todo nos reclaman un amor siempre nuevo,
arraigado en la roca del amor y de la fidelidad de Dios para con nosotros y
capaz de llegar hasta el perdón. Es la condición irrenunciable para entablar
relaciones de justicia y de paz entre personas y entre pueblos. También el
testimonio de un gesto de amor sencillo pero auténtico puede iluminar el camino
en el corazón de los demás. En Nigeria, durante un encuentro en el que jóvenes
y adultos podían compartir sus experiencias de amor evangélico, una niña, Maya,
contó: «Ayer, mientras estábamos jugando, un niño me empujó y me caí. Me dijo
"perdón" y le perdoné».
Estas palabras abrieron el corazón de un
hombre cuyo padre había sido asesinado por Boko Haram: «Miré a Maya. Si ella,
que es una niña, puede perdonar, significa que también yo puedo hacer lo
mismo».
«Muéstrame
tus caminos, Yahvé, enséñame tus sendas».
Si queremos encomendarnos a un guía de
confianza en nuestro camino, recordemos que el propio Jesús dijo de sí mismo:
«Yo soy el camino...» (Jn 14,6). Dirigiéndose a los jóvenes en Santiago de
Compostela en la Jornada Mundial de la Juventud de 1989, Chiara Lubich los
animó con estas palabras:
«[...] Al definirse a sí mismo como "el
Camino" quiso decir que debemos caminar como Él caminó [...]. Se puede
decir que el camino que recorrió Jesús tiene un nombre: amor [...] El amor que
Jesús vivió y llevó es un amor especial y único. [...] Es el mismo amor que
arde en Dios. [...] Pero ¿a quién amar? Ciertamente, amar a Dios es nuestro
primer deber. Y luego: amar a cada prójimo. [...]
»De la mañana a la noche, cada relación con
los demás hay que vivirla con este amor. En casa, en la universidad, en el
trabajo, en los campos de deporte, en vacaciones, en la iglesia o por la calle,
debemos aprovechar las distintas ocasiones para amar a los demás como a
nosotros mismos, viendo a Jesús en ellos, sin descuidar a nadie; es más, siendo
los primeros en amar a todos. [...] Entrar lo más profundamente posible en el
ánimo del otro; comprender de verdad sus problemas, sus exigencias, sus
tropiezos y también sus alegrías, para poder compartir con ellos todo. [...]
Hacerse, en cierto modo, el otro. Como Jesús, el cual, siendo Dios, por amor se
hizo hombre como nosotros. Así el prójimo se siente comprendido y aliviado,
porque hay alguien que lleva con él sus pesos, sus penas, y comparte sus
pequeñas alegrías.
»"Vivir el otro": "vivir los
otros": este es un gran ideal, es superlativo [...[».
LETIZIA MAGRI
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