Texto
completo de la relación final del Sínodo de los Obispos sobre la familia.
La revista ECCLESIA -que pertenece
a la Conferencia Episcopal Española (CEE)- ha traducido y publicado
este viernes la Relatio Synodi de la III Asamblea General
Extraordinaria del Sínodo de los Obispos en español. El documento, fue votado y
aprobado por los Padres sinodales en la tarde del sábado 18 de octubre,
y servirá para seguir trabajando durante este año en preparación del
Sínodo Ordinario de 2015 sobre la familia. Por su interés, reproducimos
el texto íntegro
de la relación final.
***
«Relatio Synodi»
de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos.
INTRODUCCIÓN
1. El Sínodo de los Obispos, reunido
alrededor del Papa, dirige su pensamiento a todas las familias del mundo, con
sus alegrías, sus fatigas, sus esperanzas. Siente, en especial, la necesidad de
dar gracias al Señor por la generosa fidelidad con que tantas familias
cristianas responden a su vocación y misión. Lo hacen con alegría y con fe
incluso cuando el camino familiar las sitúa ante obstáculos, incomprensiones y
sufrimientos. A dichas familias va el aprecio, el agradecimiento y el aliento
de toda la Iglesia y de este Sínodo. Durante la vigilia de oración celebrada en
la plaza de San Pedro el sábado 4 de octubre de 2014 como preparación al Sínodo
sobre la Familia, el Papa Francisco evocó de manera sencilla y concreta la
centralidad de la experiencia familiar en la vida de todos, expresándose así:
«Cae ya la tarde sobre nuestra asamblea. Es la hora en que todos regresan
gustosamente a casa para volver a reunirse alrededor de la misma mesa, en la
consistencia de los afectos, del bien realizado y recibido, de los encuentros
que enardecen el corazón y lo hacen crecer: vino bueno que anticipa, en los
días del hombre, la fiesta sin ocaso. Es también la hora más gravosa para quien
se encuentra cara a cara con la propia soledad, en el crepúsculo amargo de
sueños y de proyectos rotos: ¡cuántas personas arrastran sus días por el
callejón sin salida de la resignación, del abandono, cuando no del rencor!; ¡en
cuántas casas se ha agotado el vino de la alegría y, con él, el sabor —la
sabiduría misma— de la vida...! De unos y de otros esta tarde nos hacemos voz
con nuestra oración, una oración por todos».
[Placet: 175 - Non placet: 1]
2. Regazo de alegrías y de tribulaciones, de
afectos pro- fundos y de relaciones en ocasiones heridas, la familia es
realmente «escuela del más rico humanismo» (cf. Gaudium et spes, n. 52),
cuya necesidad se siente poderosamente. Pese a las numerosas señales de
crisis de la institución familiar en los diversos contextos de la «aldea
global», el deseo de familia permanece vivo, particularmente entre los jóvenes,
y motiva a la Iglesia, exper- ta en humanidad y fiel a su misión, para anunciar
sin cesar y con convicción profunda el «Evangelio de la familia» que le fue
encomendado mediante la revelación del amor de Dios en Jesucristo e
ininterrumpidamente enseñado por los Padres, por los maestros de es-
piritualidad y por el magisterio de la Iglesia. La familia adquiere, para la
Iglesia, una importancia absolutamente es- pecial, y en el momento en que todos
los creyentes están invitados a salir de sí mismos es necesario que la familia
se redescubra como sujeto imprescindible para la evangelización. Nuestro
pensamiento va al testimonio misionero de tantas familias.
[Placet: 179 - Non placet: 0]
3. Sobre la realidad de la familia, decisiva
y preciosa, el Obispo de Roma ha llamado a reflexionar al Sínodo de los Obispos
en su Asamblea General Extraordinaria de octubre de 2014, para profundizar
después la reflexión en la Asamblea General Ordinaria que se celebrará en el
otoño de 2015, así como durante todo el año que mediará entre estos dos
acontecimientos sinodales. «El “convenire in unum” alrededor del Obispo de Roma
es ya un acontecimiento de gracia en el que la colegialidad episcopal se
manifiesta en un camino de discernimiento espiritual y pastoral»: así ha
descrito el Papa Francisco la experiencia sinodal, señalando como sus cometidos
la doble escucha de los signos de Dios y de la historia de los hombres y la
doble y única fidelidad que de ella dimana.
[Placet: 178 - Non placet: 1]
4. A la luz de este mismo discurso, hemos
recopilado los resultados de nuestras reflexiones y de nuestros diálogos en las
tres partes siguientes: la escucha, para contemplar la realidad de la familia
hoy, en la complejidad de sus luces y de sus sombras; la mirada puesta en
Jesús, para reconsiderar con frescura y entusiasmo renovados lo que la
Revelación, transmitida a través de la fe de la Iglesia, nos dice sobre la
belleza, sobre la misión y sobre la dignidad de la familia; la confrontación
bajo la luz del Señor Jesús, para discernir los caminos por los que renovar la
Iglesia y la sociedad en su compromiso por la familia basada en el matrimonio
entre hombre y mujer.
[Placet: 180 - Non placet: 2]
PRIMERA PARTE
LA ESCUCHA: EL CONTEXTO Y LOS DESAFÍOS
PARA LA FAMILIA
El contexto sociocultural
5. Fieles a la enseñanza de Cristo,
contemplamos la realidad de la familia actual en toda su complejidad, con sus
luces y con sus sombras. Pensamos en los padres, en los abuelos, en los
hermanos y en las hermanas, en los parientes cercanos y lejanos, y en ese vínculo
entre dos familias que todo matrimonio teje. El cambio antropológico-cultural
influye hoy en día en todos los aspectos de la vida, y exige un enfoque
analítico y diversificado. Hay que subrayar, ante todo, los aspectos positivos:
una mayor libertad de expresión y un mejor reconocimiento de los derechos de la
mujer y de los niños, por lo menos en algunas regiones. Por otra parte, sin
embargo, hay que considerar también el peligro creciente constituido por un
individualismo exasperado que desnaturaliza los lazos familiares y acaba
considerando a cada miembro de la familia como una isla, haciendo que
prevalezca, en determinados casos, la idea de un sujeto que se construye de
acuerdo con sus propios deseos, considerados como un absoluto. A ello se añade
también la crisis de fe que ha afectado a tantos católicos, y que
frecuentemente está en el origen de las crisis del matrimonio y de la familia.
[Placet: 177 - Non placet: 3]
6. Una de las mayores pobrezas de la cultura
actual es la soledad, fruto de la ausencia de Dios en la vida de las personas y
de la fragilidad de las relaciones. Existe también una sensación general de
impotencia ante una situación socioeconómica que a menudo acaba aplastando a
las familias. Ello se debe a la pobreza y a la precariedad laboral crecientes,
que se viven a veces como una auténtica pesadilla, o a una fiscalidad demasiado
gravosa que, ciertamente, no impulsa a los jóvenes al matrimonio. Con
frecuencia, las familias se sienten abandonadas por el desinterés y la poca
atención que les prestan las instituciones. Las consecuencias negativas desde
el punto de vista de la organización social resultan evidentes: desde la crisis
demográfica hasta las dificultades educativas, desde la dificultad para acoger
la vida naciente hasta la percepción de la presencia de los ancianos como un
peso y la difusión de un malestar afectivo que, en ocasiones, llega a la
violencia. Es responsabilidad del Estado crear las condiciones legislativas y
laborales para garantizar el porvenir de los jóvenes y ayudarlos a realizar su
proyecto de fundar una familia.
[Placet: 175 - Non placet: 5]
7. Hay contextos culturales y religiosos que
plantean desafíos especiales. En algunas sociedades aún está vigente la
práctica de la poligamia, y en algunos ambientes tradicionales la costumbre del
«matrimonio por etapas». En otros ambientes, persiste la práctica de los
matrimonios concertados. En los países en los que la presencia de la Iglesia
católica es minoritaria, son numerosos los matrimonios mixtos y de disparidad
de culto, con todas las dificultades que estos acarrean en relación con la
configuración jurídica, con el bautismo y con la educación de los hijos y el
respeto recíproco desde el punto de vista de la diversidad de la fe. En estos
matrimonios puede darse el peligro del relativismo o de la indiferencia, pero
también la posibilidad de favorecer el espíritu ecuménico y el diálogo
interreligioso a través de una convivencia armoniosa de comunidades que habitan
en el mismo lugar. En muchos ambientes —y no solo occidentales— se va
extendiendo ampliamente la praxis de la convivencia que precede al matrimonio,
o incluso la de convivencias no encaminadas a adoptar la forma de un vínculo
institucional. A ello se añade a menudo una legislación civil que pone en peligro
el matrimonio y la familia. Debido a la secularización, en muchas partes del
mundo la referencia a Dios se ha reducido considerablemente, y la fe ya no es
compartida socialmente.
[Placet: 170 - Non placet: 9]
8. Son muchos los niños que nacen fuera del
matrimonio, particularmente en algunos países, y numerosos los que crecen
después con uno solo de sus progenitores o en un ambiente familiar ampliado o
reconstituido. Aumenta el número de divorcios, y no es raro el caso de
decisiones determinadas únicamente por factores de carácter económico. A menudo
los niños son objeto de disputa entre los padres, y los hijos son las
verdaderas víctimas de los desgarros familiares. Los progenitores masculinos
están a menudo ausentes, no solo por cuestiones económicas, mientras, por el
contrario, se siente la necesidad de que asuman con más claridad su
responsabilidad en relación con los hijos y con la familia. La dignidad de la
mujer necesita aún ser defendida y fomentada. Y es que hoy, en muchos
ambientes, ser mujer es objeto de discriminación, e incluso el don de la
maternidad se penaliza con frecuencia, en vez de presentarse como valor.
Tampoco cabe olvidar los fenómenos crecientes de violencia de los que las
mujeres son víctimas —a veces, por desgracia, también en el seno de las
familias—, ni la grave y extendida mutilación genital de la mujer practicada en
algunas culturas. Asimismo, la explotación sexual de la infancia constituye uno
de los fenómenos más escandalosos y perversos de la sociedad actual. También
las sociedades azotadas por la violencia debida a la guerra, al terrorismo o a
la presencia de la criminalidad organizada, atraviesan por situaciones
familiares deterioradas, y sobre todo en las grandes metrópolis y en sus
periferias crece el fenómeno de los así llamados «niños de la calle». Las
migraciones constituyen, además, otro signo de los tiempos que hay que afrontar
y comprender, con toda su carga de consecuencias para la vida familiar.
[Placet: 179 - Non placet: 1]
La importancia de la vida
9. Ante el contexto social que queda trazado,
se detecta en muchas partes del mundo, en los individuos, una mayor necesidad
de ocuparse de su propia persona, de conocerse interiormente, de vivir en mayor
sintonía con sus propias emociones y con sus propios sentimientos, de buscar
relaciones afectivas de calidad; tan justa aspiración puede abrir al deseo de
comprometerse en la construcción de relaciones de entrega y de reciprocidad
creativas, responsabilizadoras y solidarias como las familiares. El peligro
individualista y el riesgo de vivir en clave egoísta resultan considerables. El
desafío para la Iglesia estriba en ayudar a las parejas a madurar su dimensión
emocional y su desarrollo afectivo fomentando el diálogo, la virtud y la
confianza en el amor misericordioso de Dios. El compromiso pleno que exige el
magisterio cristiano puede constituir un fuerte antídoto contra la tentación de
un individualismo egoísta.
[Placet: 171 - Non placet: 8]
10. En el mundo actual no faltan tendencias
culturales que parecen imponer una afectividad sin límites, de la que se
quieren explorar todas las vertientes, incluso las más complejas. De hecho, la
cuestión de la fragilidad afectiva es de gran actualidad: una afectividad
narcisista, inestable y cambiante que no ayuda siempre a los individuos a
alcanzar una madurez mayor. Preocupa cierta difusión de la pornografía y de la
comercialización del cuerpo, favorecida también por un empleo distorsionado de
Internet, y hay que denunciar la situación de aquellas personas que se ven
obligadas a ejercer la prostitución. En este contexto, las parejas están a
menudo perplejas, titubean y les cuesta encontrar la forma de crecer. Son
muchos los que tienden a permanecer en las etapas primarias de la vida
emocional y sexual. La crisis de la pareja desestabiliza a la familia, y, a
través de las separaciones y de los divorcios, puede llegar a acarrear graves
consecuencias a los adultos, a los hijos y a la sociedad, debilitando al
individuo y los lazos sociales. También el declive demográfico, debido a una
mentalidad antinatalista y fomentado por las políticas mundiales de salud
reproductiva, no solo determina una situación en la que no se asegura ya la
sucesión de las generaciones, sino que amenaza con conducir, con el paso del
tiempo, a un empobrecimiento económico y a una pérdida de esperanza en el
porvenir. También el desarrollo de las biotecnologías ha ejercido un gran
impacto en la natalidad.
[Placet: 174 - Non placet: 8]
El desafío para la pastoral
11. En este contexto, la Iglesia siente la
necesidad de decir una palabra de verdad y de esperanza. Hay que partir de la
convicción de que el hombre procede de Dios y que, por consiguiente, una
reflexión capaz de replantear las grandes preguntas sobre el significado del
ser humano puede hallar un terreno fértil en las expectativas más profundas de
la humanidad. Los grandes valores del matrimonio y de la familia cristiana se
corresponden con la búsqueda que caracteriza a la existencia humana, incluso en
un tiempo marcado por el individualismo y por el hedonismo. Es preciso acoger a
las personas con su existencia concreta, saber sustentar su búsqueda, alentar
el deseo de Dios y la voluntad de sentirse plenamente parte de la Iglesia
incluso en quien ha experimentado el fracaso o se encuentra en las situaciones
más diversas. El mensaje cristiano lleva siempre en sí la realidad y el
dinamismo de la misericordia y de la verdad, que convergen en Cristo.
[Placet: 173 - Non placet: 6]
SEGUNDA PARTE
LA MIRADA FIJA EN CRISTO: EL EVANGELIO DE LA
FAMILIA
La mirada fija en Jesús y la pedagogía
divina en la historia de la salvación
12. Para «comprobar nuestro paso por el
terreno de los desafíos contemporáneos, la condición decisiva es mantener fija
la mirada en Jesucristo, permanecer en la contemplación y en la adoración de su
rostro. [...] Y es que cada vez que volvemos a la fuente de la experiencia
cristiana se abren nuevos caminos y posibilidades impensadas» (Papa Francisco,
Discurso del 4-10-2014). Jesús miró con amor y ternura a las mujeres y a los
hombres con los que se encontró, acompañando sus pasos con verdad, paciencia y
misericordia al anunciar las exigencias del Reino de Dios.
[Placet: 176 - Non placet: 3]
13. Dado que el orden de la creación está
determinado por su orientación hacia Cristo, hay que distinguir, sin separarlos,
los diferentes grados con los que Dios comunica a la humanidad la gracia de la
alianza. En virtud de la pedagogía divina, según la cual el orden de la
creación evoluciona hacia el de la redención mediante etapas sucesivas, es
preciso comprender la novedad del sacramento nupcial cristiano en continuidad
con el matrimonio natural de los orígenes. Así se entiende aquí la forma de
actuar salvífica de Dios, tanto en la creación como en la vida cristiana.
En la creación: como todo fue creado por Cristo y para él (cf. Col 1, 16), los
cristianos descubren «con gozo y respeto las semillas de la Palabra que en ella
laten» y atienden, al propio tiempo, «a la profunda transformación que se
realiza entre las gentes» (Ad gentes, n. 11). En la vida cristiana: ya que con
el bautismo el creyente queda insertado en la Iglesia mediante esa Iglesia
doméstica que es su familia, él mismo emprende ese «proceso dinámico, que
avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios» (Familiaris
consortio, n. 9), por medio de la conversión continua al amor que salva del
pecado y da plenitud de vida.
[Placet: 174 - Non placet: 7]
14. Jesús mismo, refiriéndose al designio
primigenio sobre la pareja humana, reafirma la unión indisoluble entre el
hombre y la mujer, aun diciendo que «por la dureza de vuestro corazón os
permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres; pero, al principio, no era así»
(Mt 19, 8). La indisolubilidad del matrimonio («Pues lo que Dios ha unido, que
no lo separe el hombre», Mt 19, 6) no ha de entenderse, ante todo, como «yugo»
impuesto a los hombres, sino como «don» hecho a las personas unidas en
matrimonio. De esta manera, Jesús muestra cómo la condescendencia divina
acompaña siempre el camino humano, sana y transforma con su gracia el corazón
endurecido, orientándolo hacia su principio, a través del camino de la cruz. En
los Evangelios surge claramente el ejemplo de Jesús, que resulta paradigmático
para la Iglesia. Y es que Jesús asumió una familia, dio inicio a sus signos
durante la fiesta nupcial en Caná, anunció el mensaje concerniente al
significado del matrimonio como plenitud de la Revelación que recupera el
proyecto originario de Dios (Mt 19, 3). Pero, al mismo tiempo, puso en práctica
la doctrina enseñada, manifestando así el verdadero significado de la
misericordia. Ello aparece claramente en sus encuentros con la samaritana (Jn
4, 1-30) y con la adúltera (Jn 8, 1-11), en los que Jesús, con una actitud de
amor hacia la persona pecadora, la induce al arrepentimiento y a la conversión
(«Anda, y en adelante no peques más»), condición para el perdón.
[Placet: 164 - Non placet: 18]
La familia en el designio salvífico de
Dios
15. Las palabras de vida eterna que Jesús
dejó a sus discípulos incluían la enseñanza sobre el matrimonio y la familia.
Dicha enseñanza de Jesús nos permite distinguir en tres etapas fundamentales el
proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia. Al principio, está la
familia de los orígenes, cuando Dios creador instituyó el matrimonio primordial
entre Adán y Eva como fundamento sólido de la familia. Dios no solo creó al ser
humano varón y mujer (Gén 1, 27), sino que también los bendijo para que fueran fecundos
y se multiplicaran (Gén 1, 28). Por eso «abandonará el varón a su padre y a su
madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne» (Gén 2, 24). Esta
unión quedó dañada por el pecado y se convirtió en la forma histórica de
matrimonio en el Pueblo de Dios, al que Moisés brindó la posibilidad de expedir
un acta de divorcio (cf. Dt 24, 1ss). Dicha forma era la que predominaba en
tiempos de Jesús. Con su advenimiento y con la reconciliación del mundo caído
gracias a la redención por él realizada, terminó la era inaugurada por Moisés.
[Placet: 167 - Non placet: 13]
16. Jesús, que reconcilió en sí todas las
cosas, recondujo el matrimonio y la familia a su forma original (cf. Mc 10, 1-
12). La familia y el matrimonio fueron redimidos por Cristo (cf. Ef 5, 21-32),
restaurados a imagen de la Santísima Trinidad, misterio del que todo amor
verdadero dimana. La alianza nupcial, inaugurada en la creación y revelada en
la historia de la salvación, recibe su plena revelación de su significado en
Cristo y en su Iglesia. De Cristo a través de la Iglesia, el matrimonio y la
familia reciben la gracia necesaria para testimoniar el amor de Dios y vivir la
vida de comunión. El Evangelio de la familia atraviesa la historia del mundo
desde la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios (cf. Gén 1, 26-27)
hasta la culminación del misterio de la Alianza en Cristo al final de los
siglos con las bodas del Cordero (cf. Ap 19, 9; Juan Pablo II, Catequesis sobre
el amor humano).
[Placet: 171 - Non placet: 8]
La familia en los documentos de la
Iglesia
17. «A lo largo de los siglos, la Iglesia no
ha dejado de ofrecer su enseñanza constante sobre el matrimonio y la familia.
Una de las expresiones más altas de este magisterio la propuso el Concilio
Ecuménico Vaticano II, en la Constitución pastoral Gaudium et spes, que
dedica un capítulo entero a la promoción de la dignidad del matrimonio y la
familia (cf.Gaudium et spes, nn. 47-52). Define el matrimonio como comunidad de
vida y de amor (cf.Gaudium et spes, n. 48), situando al amor en el centro de la
familia, mostrando, al mismo tiempo, la verdad de ese amor ante las diversas
formas de reduccionismo presentes en la cultura contemporánea. El “verdadero
amor entre marido y mujer” (Gaudium et spes, n. 49) implica la entrega mutua,
incluye e integra la dimensión sexual y la afectividad, conformemente al
designio divino (cf. Gaudium et spes, nn. 48-49). Además, Gaudium et
spes 48 subraya el arraigo en Cristo de los esposos: Cristo Señor “sale al
encuentro de los esposos cristianos en el sacramento del matrimonio”, y
permanece con ellos. En la Encarnación, él asume el amor humano, lo purifica,
lo lleva a plenitud, y dona a los esposos, con su Espíritu, la capacidad de
vivirlo, impregnando toda su vida de fe, esperanza y caridad. De este modo, los
esposos son consagrados y, mediante una gracia propia, edifican el Cuerpo de
Cristo y constituyen una Iglesia doméstica (cf. Lumen gentium, n. 11), de
manera que la Iglesia, para comprender plenamente su misterio, mira a la
familia cristiana, que lo manifiesta de modo genuino» (Instrumentum laboris, n.
4).
[Placet: 174 - Non placet: 6]
18. «Siguiendo las huellas del Concilio
Vaticano II, el magisterio pontificio ha ido profundizando la doctrina sobre el
matrimonio y la familia. En particular Pablo VI, con la Encíclica Humanæ
vitæ, puso de relieve el vínculo íntimo entre amor conyugal y engendramiento de
la vida. San Juan Pablo II dedicó especial atención a la familia mediante
sus catequesis sobre el amor humano, la Carta a las familias (Gratissimam sane)
y sobre todo con la exhortación apostólica Familiaris consortio. En esos
documentos, el Pontífice definió a la familia “vía de la Iglesia”; ofreció una
visión de conjunto sobre la vocación al amor del hombre y la mujer; propuso las
líneas fundamentales para la pastoral de la familia y para la presencia de la
familia en la sociedad. En particular, tratando de la caridad conyugal (cf.Familiaris
consortio, n. 13), describió el modo como los cónyuges, en su mutuo amor,
reciben el don del Espíritu de Cristo y viven su llamada a la santidad» (Instrumentum
laboris, n. 5).
[Placet: 175 - Non placet: 5]
19. «Benedicto XVI, en la encíclica Deus
caritas est, retomó el tema de la verdad del amor entre hombre y mujer, que se
ilumina plenamente solo a la luz del amor de Cristo crucificado (cf. Deus
caritas est, n. 2). Él recalca que: “El matrimonio basado en un amor exclusivo
y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y,
viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano” (Deus
caritas est, n. 11). Además, en la encíclica Caritas in veritate, pone de
relieve la importancia del amor como principio de vida en la sociedad (cf. Caritas
in veritate, n. 44), lugar en el que se aprende la experiencia del bien común»
(Instrumentum laboris, n. 6).
[Placet: 176 - Non placet: 5]
20. «El Papa Francisco, en la encíclica Lumen
fidei, al afrontar el vínculo entre la familia y la fe, escribe: “El encuentro
con Cristo, el dejarse aferrar y guiar por su amor, amplía el horizonte de la
existencia, le da una esperanza sólida que no defrauda. La fe no es un refugio
para gente pusilánime, sino que ensancha la vida. Hace descubrir una gran
llamada, la vocación al amor, y asegura que este amor es digno de fe, que vale
la pena ponerse en sus manos, porque está fundado en la fidelidad de Dios, más
fuerte que todas nuestras debilidades” (Lumen fidei, n. 53)» (Instrumentum
laboris, n. 7).
[Placet: 178 - Non placet: 3]
La indisolubilidad del matrimonio y la
alegría de vivir juntos
21. La entrega recíproca constitutiva del
matrimonio sacramental está enraizada en la gracia del bautismo, que establece
la alianza fundamental de cada persona con Cristo en la Iglesia. En la acogida
recíproca y con la gracia de Cristo, los novios se prometen entrega total,
fidelidad y apertura a la vida; reconocen como elementos constitutivos del
matrimonio los dones que Dios les ofrece, tomando en serio su compromiso mutuo,
en su nombre y ante la Iglesia. Ahora bien: en la fe, resulta posible asumir
los bienes del matrimonio como compromisos que pueden cumplirse mejor mediante
la ayuda de la gracia del sacramento. Dios consagra el amor de los esposos y
confirma su indisolubilidad ayudándolos a vivir la fidelidad, la integridad
recíproca y a la apertura a la vida. Por lo tanto, la mirada de la Iglesia se
vuelve a los esposos como al corazón de la familia entera, que a su vez fija
también su mirada en Jesús.
[Placet: 181 - Non placet: 1]
22. En esta misma perspectiva, haciendo
nuestra la enseñanza del Apóstol según la cual toda la creación fue concebida
en Cristo y con vistas a él (cf. Col 1, 16), el Concilio Vaticano II quiso
expresar aprecio por el matrimonio natural y por los elementos válidos
presentes en las demás religiones (cf. Nostra ætate, n. 2) y en las culturas,
pese a sus límites e insuficiencias (cf. Redemptoris missio, n. 55). La
presencia de las «semina Verbi» en las culturas (cf. Ad gentes, n. 11)
podría aplicarse, en algunos aspectos, también a la realidad matrimonial y
familiar de tantas culturas y de personas no cristianas. Existen, pues,
elementos válidos también en algunas formas ajenas al matrimonio cristiano
—basado, en cualquier caso, en la relación estable y verdadera entre un hombre
y una mujer—, que en todo caso consideramos que están orientadas hacia él. Con
la mirada puesta en la sabiduría humana de los pueblos y de las culturas, la
Iglesia reconoce también esa familia como célula básica necesaria y fecunda de
la convivencia humana.
[Placet: 160 - Non placet: 22]
Verdad y belleza de la familia y misericordia
hacia las familias heridas y frágiles
23. Con íntima alegría y profunda
consolación, la Iglesia mira a las familias que permanecen fieles a las
enseñanzas del Evangelio, dándoles las gracias y alentándolas por el testimonio
que ofrecen. Y es que gracias a ellas resulta creíble la belleza del matrimonio
indisoluble y fiel para siempre. En la familia, «especie de Iglesia doméstica»
(Lumen gentium, n. 11), madura la primera experiencia eclesial de la comunión
entre personas, en la que se refleja, por gracia, el misterio de la Santa
Trinidad. «Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor
fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino
por medio de la oración y la ofrenda de la propia vida» (Catecismo de la
Iglesia Católica, n. 1657). La Sagrada Familia de Nazaret es su modelo
admirable, y «aquí, en esta escuela, se comprende la necesidad de tener una
disciplina espiritual, si se quiere llegar a ser alumnos del Evangelio y
discípulos de Cristo» (Pablo VI, Discurso en Nazaret, 5-1-1964). El Evangelio
de la familia alimenta también las semillas aún pendientes de madurar, y ha de
curar los árboles que se han secado y que precisan que no se los desatienda.
[Placet: 169 - Non placet: 10]
24. La Iglesia, como maestra segura y madre
solícita, aun reconociendo que para los bautizados no hay más vínculo nupcial
que el sacramental, y que toda ruptura de este va contra la voluntad de Dios,
es consciente también de la fragilidad de muchos de sus hijos, a los que les
cuesta recorrer el camino de la fe. «Por lo tanto, sin disminuir el valor del
ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas
posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día.
[...] Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más
agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus
días sin enfrentar importantes dificultades. A todos debe llegar el consuelo y
el estímulo del amor salvífico de Dios, que obra misteriosamente en
cada persona, más allá de sus defectos y caídas» (Evangelii gaudium, n.
44).
[Placet: 170 - Non placet: 11]
25. Con vistas a un acercamiento pastoral a
las personas que han contraído matrimonio civil, a las que están divorciadas y
se han vuelto a casar, o a las que simplemente conviven, corresponde a la
Iglesia revelarles la divina pedagogía de la gracia en sus vidas y ayudarlas a
alcanzar la plenitud del plan de Dios en ellas. Siguiendo la mirada de Cristo,
cuya luz alumbra a todo hombre (cf. Jn 1, 9; Gaudium et spes, n. 22), la
Iglesia se vuelve con amor hacia quienes participan en su vida de manera
incompleta, reconociendo que la gracia de Dios actúa también en sus vidas,
dándoles el valor necesario para hacer el bien, para cuidar con amor uno de
otro y para estar al servicio de la comunidad en la que viven y trabajan.
[Placet: 140 - Non placet: 39]
26. La Iglesia contempla aprensión la
desconfianza de muchos jóvenes hacia el compromiso conyugal y sufre por la
precipitación con la que muchos fieles deciden poner fin al vínculo contraído,
instaurando otro. Estos fieles, que forman parte de la Iglesia, necesitan una
atención pastoral misericordiosa y alentadora, que distinga adecuadamente las
situaciones. Hay que animar a los jóvenes bautizados a no titubear ante la
riqueza que aporta a sus proyectos de amor el sacramento del matrimonio, junto
con la fuerza del apoyo que reciben de la gracia de Cristo y de la posibilidad
de participar plenamente en la vida de la Iglesia.
[Placet: 166 - Non placet: 14]
27. En este sentido, una dimensión nueva de
la pastoral familiar actual consiste en prestar atención al fenómeno de los
matrimonios civiles entre hombre y mujer, a los matrimonios tradicionales, y,
con las debidas diferencias, también a las convivencias. Cuando la unión
alcanza una estabilidad considerable a través de un vínculo público y se
caracteriza por un afecto profundo, por su responsabilidad para con la prole y
por su capacidad de superar las pruebas, puede considerarse como una ocasión a
la que hay que acompañar en su camino hacia el sacramento del matrimonio.
Muchas veces, por el contrario, se establece la convivencia no con vistas a un
posible matrimonio, sino sin ninguna intención de establecer una relación
institucional.
[Placet: 147 - Non placet: 34]
28. Conforme a la mirada misericordiosa de
Jesús, la Iglesia debe acompañar con atención y solicitud a sus hijos más
frágiles, marcados por el amor herido y extraviado, devolviendo confianza y
esperanza, como la luz del faro de un puerto o la de una antorcha llevada entre
la gente para alumbrar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en medio
de la tormenta. Conscientes de que la misericordia más grande consiste en decir
la verdad con amor, vayamos más allá de la compasión. El amor misericordioso,
tal como atrae y une, así transforma y eleva. Invita a la conversión. Así, de
esta misma manera, concebimos la actitud del Señor, que no condena a la mujer
adúltera, pero que le pide que no peque más (cf. Jn 8, 1-11).
[Placet: 152 - Non placet: 27]
TERCERA PARTE
LA CONFRONTACIÓN: PERSPECTIVAS
PASTORALES
Anunciar el Evangelio de la familia
hoy, en los diferentes contextos
29. El diálogo sinodal ha examinado algunas
instancias pastorales más urgentes, a encomendar a la concreción de cada
Iglesia local, en la comunión «cum Petro et sub Petro». El anuncio del
Evangelio de la familia constituye una urgencia para la nueva evangelización.
La Iglesia está llamada a llevarlo a cabo con ternura de madre y claridad de
maestra (cf. Ef 4, 15), en fidelidad a la kénosis misericordiosa de Cristo. La
verdad se encarna en la fragilidad humana no para condenarla, sino para
salvarla (cf. Jn 3, 16-17).
[Placet: 176 - Non placet: 7]
30. Evangelizar es responsabilidad de todo el
Pueblo de Dios, según el propio ministerio y carisma de cada uno de sus
miembros. Sin el testimonio gozoso de los cónyuges y de las familias, Iglesias
domésticas, el anuncio, aun siendo correcto, corre el peligro de ser
incomprendido o de quedar ahogado en ese mar de palabras que caracteriza a nuestra
sociedad (cf. Novo millennio ineunte, n. 50). Los Padres sinodales han
subrayado en varias ocasiones que las familias católicas, en virtud de la
gracia del sacramento nupcial, están llamadas a ser ellas mismas sujetos
activos de la pastoral familiar.
[Placet: 178 - Non placet: 2]
31. Resultará decisivo poner de relieve la
primacía de la gracia, y, por consiguiente, las posibilidades que el Espíritu
da en el sacramento. Se trata de dar a experimentar que el Evangelio de la
familia es alegría que «llena el corazón y la vida entera», porque en Cristo
somos «liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del
aislamiento» (Evangelii gaudium, n. 1). A la luz de la parábola del sembrador
(cf. Mt 13, 3), nuestra tarea consiste en cooperar en la siembra: lo restante,
es obra de Dios. Tampoco hay que olvidar que la Iglesia que predica sobre la
familia es signo de contradicción.
[Placet: 175 - Non placet: 4]
32. Para ello se requiere, de parte de toda
la Iglesia, una conversión misionera: es preciso no quedarse en un anuncio
meramente teórico y desconectado de los problemas reales de las personas. No
hay que olvidar jamás que la crisis de la fe ha acarreado una crisis del
matrimonio y de la familia, y que, por consiguiente, a menudo ha quedado
interrumpida la transmisión de la propia fe de padres a hijos. Ante una fe
fuerte, la imposición de algunas perspectivas culturales que debilitan el
matrimonio y la familia no tiene incidencia.
[Placet: 176 - Non placet: 5]
33. La conversión afecta también al lenguaje,
para que este resulte efectivamente significativo. El anuncio debe dar a
experimentar que el Evangelio de la familia es respuesta a las expectativas más
profundas de la persona humana: a su dignidad y a su realización plena en
la reciprocidad, en la comunión y en la fecundidad. No se trata tan solo de
presentar una normativa, sino de proponer valores, respondiendo a la necesidad
de estos que se detecta hoy en día, incluso en los países más secularizados.
[Placet: 175 - Non placet: 7]
34. La Palabra de Dios es fuente de vida y de
espiritualidad para la familia. Toda la pastoral familiar deberá dejarse
plasmar interiormente y formar a los miembros de la Iglesia doméstica mediante
la lectura orante y eclesial de la Sagrada Escritura. La Palabra de Dios no es
solo una buena nueva para la vida privada de las personas, sino también un
criterio de juicio y una luz para el discernimiento de los diferentes desafíos
a los que se enfrentan los cónyuges y las familias.
[Placet: 180 - Non placet: 1]
35. Al mismo tiempo, muchos Padres sinodales
han insistido en un acercamiento más positivo a las riquezas de las diferentes
experiencias religiosas, sin silenciar sus dificultades. En esas diferentes
realidades religiosas y en la gran diversidad cultural que caracteriza a las
naciones, resulta oportuno apreciar en un primer momento sus posibilidades
positivas y, a la luz de estas, valorar sus limitaciones y carencias.
[Placet: 164 - Non placet: 17]
36. El matrimonio cristiano es una vocación
que se acoge mediante una preparación adecuada en un itinerario de fe, con un
discernimiento maduro, y no ha de considerarse tan solo una tradición cultural
o una exigencia social o jurídica. Hay que realizar, pues, recorridos que
acompañen a la persona y a la pareja de manera que a la comunicación de los
contenidos de la fe se una la experiencia de vida que ofrece toda la comunidad
eclesial.
[Placet: 177 - Non placet: 1]
37. Se ha recordado repetidamente la
necesidad de una renovación radical de la praxis pastoral a la luz del
Evangelio de la familia, superando las visiones individualistas que aún la
caracterizan. Por eso se ha insistido en varias ocasiones en la renovación
de la formación de los presbíteros, de los diáconos, de los catequistas y de
los demás agentes pastorales, mediante una mayor implicación de las propias
familias.
[Placet: 175 - Non placet: 2]
38. Se ha subrayado, asimismo, la necesidad
de una evangelización que denuncie con franqueza los condicionamientos
culturales, sociales, políticos y económicos —como el excesivo espacio dado a
la lógica del mercado— que impiden una vida auténticamente familiar,
determinando discriminaciones, pobrezas, exclusiones, violencia. Para ello hay
que emprender un diálogo y una cooperación con las estructuras sociales, y hay
que alentar y apoyar a los laicos que se comprometen, como cristianos, en los
ámbitos cultural y sociopolítico.
[Placet: 178 - Non placet: 1]
Guiar a los novios por el camino de
preparación al matrimonio
39. La compleja situación social y los
desafíos que hoy en día la familia está llamada a afrontar requieren un mayor
compromiso de toda la comunidad cristiana en la preparación de los novios al
matrimonio. Es preciso recordar la importancia de las virtudes. Entre estas, la
castidad resulta condición muy valiosa para un crecimiento genuino del amor
interpersonal. Respecto a esta necesidad, los Padres sinodales han sido
concordes en subrayar la exigencia de una mayor implicación de toda la
comunidad que privilegie el testimonio de las propias familias, amén de la de
una radicación de la preparación al matrimonio en el camino de iniciación
cristiana, subrayando el nexo del matrimonio con el bautismo y con los demás
sacramentos. Asimismo, se ha puesto de relieve la necesidad de programas
específicos para la preparación próxima al matrimonio que constituyan una
experiencia auténtica de participación en la vida eclesial y ahonden en los
diferentes aspectos de la vida familiar.
[Placet: 176 - Non placet: 4]
Acompañar los primeros años de la vida
matrimonial
40. Los primeros años de matrimonio son un
período vital y delicado durante el cual las parejas crecen en la toma de
conciencia de los desafíos y del significado del matrimonio. De ahí la
exigencia de un acompañamiento pastoral que prosiga después de la celebración
del sacramento (cf. Familiaris consortio, III parte). En esta pastoral,
resulta de gran importancia la presencia de parejas de esposos con experiencia.
La parroquia es considerada el lugar en el que parejas expertas pueden ponerse
a disposición de las más jóvenes, con la participación eventual de
asociaciones, movimientos eclesiales y nuevas comunidades. Hay que animar a los
esposos con vistas a que asuman una actitud fundamental de acogida del gran don
de los hijos. Hay que subrayar la importancia de la espiritualidad familiar, de
la oración y de la participación en la eucaristía dominical, impulsando a las
parejas a reunirse con regularidad para fomentar el crecimiento de la vida
espiritual y la solidaridad en las exigencias concretas de la vida. Liturgias,
prácticas devocionales y eucaristías celebradas para las familias,
particularmente en el aniversario del matrimonio, han sido mencionadas como
vitales para favorecer la evangelización a través de la familia.
[Placet: 179 - Non placet: 1]
Atención pastoral a quienes viven en el
matrimonio civil o en convivencias
41. Al tiempo que sigue anunciando y
promoviendo el matrimonio cristiano, el Sínodo alienta también el
discernimiento pastoral de las situaciones de tantos que no viven ya esta
realidad. Importa entablar un diálogo pastoral con estas personas, con el fin
de poner de relieve los elementos de su vida que puedan conducir a una mayor
apertura al Evangelio del matrimonio en su plenitud. Los pastores han de
identificar elementos que puedan favorecer la evangelización y
el crecimiento humano y espiritual. Una sensibilidad nueva de la pastoral
actual consiste en captar los elementos positivos presentes en los matrimonios
civiles y, con las debidas diferencias, en las convivencias. Es preciso que en
la propuesta cristiana, aun afirmando con claridad el mensaje cristiano,
señalemos también elementos constructivos en aquellas situaciones que no se
corresponden aún o ya con él.
[Placet: 125 - Non placet: 54]
42. Se ha advertido, también, que, en muchos
países, un «número creciente de parejas [...] conviven ad experimentum,
sin matrimonio ni canónico ni civil» (Instrumentum laboris, n. 81). En algunos
países, esto sucede especialmente en el matrimonio tradicional, concertado
entre familias y celebrado a menudo en diferentes etapas. En otros países, en
cambio, crece continuamente el número de quienes, tras vivir juntos durante
largo tiempo, piden la celebración del matrimonio en la iglesia. A menudo se
opta por la simple convivencia, debido a una mentalidad general contraria a las
instituciones y a los compromisos definitivos, pero también a la espera de una
seguridad existencial (trabajo y sueldo fijo). Por último, en otros países las
uniones de hecho son muy numerosas, no solo por el rechazo de los valores de la
familia y del matrimonio, sino, sobre todo, por el hecho de que casarse es
percibido como un lujo, debido a los condicionamientos sociales, por lo que la
miseria material impulsa a vivir uniones de hecho.
[Placet: 143 - Non placet: 37]
43. Todas estas situaciones han de afrontarse
de manera constructiva, intentando transformarlas en oportunidad de camino
hacia la plenitud del matrimonio y de la familia a la luz del Evangelio. Se
trata de acogerlas y de acompañarlas con paciencia y delicadeza. Para ello
resulta importante el testimonio atractivo de auténticas familias cristianas
como sujetos de la evangelización de la familia.
[Placet: 162 - Non placet: 14]
Curar las familias heridas (separados,
divorciados no casados de nuevo, divorciados casados de nuevo, familias
monoparentales)
44. Cuando los esposos sufren problemas en
sus relaciones, han de poder contar con la ayuda y con el acompañamiento de la
Iglesia. La pastoral de la caridad y la misericordia tienden a recuperar a las
personas y las relaciones. La experiencia enseña que, con una ayuda adecuada y
con la acción de reconciliación de la gracia, un gran porcentaje de crisis
matrimoniales se superan de manera satisfactoria. Saber perdonar y sentirse perdonado
constituyen una experiencia fundamental en la vida familiar. El perdón entre
los esposos permite experimentar un amor que es para siempre y que no pasa
nunca (cf. 1 Cor 13, 8). Con todo, a quien ha recibido el perdón de Dios le
resulta a veces difícil tener la fuerza necesaria para ofrecer un perdón
auténtico que regenere a la persona.
[Placet: 171 - Non placet: 7]
45. En el Sínodo ha resonado con claridad la
necesidad de tomar decisiones pastorales valientes. Confirmando una vez más con
fuerza la fidelidad al Evangelio de la familia y reconociendo que separación y
divorcio son siempre una herida que provoca profundos sufrimientos a los
cónyuges que los viven y a sus hijos, los Padres sinodales han percibido la
urgencia de caminos pastorales nuevos que partan desde la realidad efectiva de
las fragilidades familiares, sabiendo que estas, a menudo, son más «soportadas»
con sufrimiento que escogidas en plena libertad. Se trata de situaciones que
difieren tanto en factores personales como en culturales y socioeconómicos. Es
precisa una mirada diferenciada, tal como sugería San Juan Pablo II (cf. Familiaris
consortio, n. 84).
[Placet: 165 - Non placet: 15]
46. En primer lugar, hemos de escuchar a toda
familia con respeto y amor, haciéndonos compañeros de camino como Cristo con
los discípulos en el camino de Emaús. Valen de especial manera para estas
situaciones las palabras del Papa Francisco: «La Iglesia tendrá que
iniciar a sus hermanos —sacerdotes, religiosos y laicos— en este “arte del
acompañamiento”, para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante
la tierra sagrada del otro (cf. Éx 3, 5). Tenemos que darle a nuestro camino el
ritmo sanador de la projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión
pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana»
(Evangelii gaudium, n. 169).
[Placet: 171 - Non placet: 8]
47. Un discernimiento especial resulta
indispensable para acompañar pastoralmente a los separados, a los divorciados,
a los abandonados. Hay que acoger y que valorizar, sobre todo, el sufrimiento
de quienes han sufrido injustamente la separación, el divorcio o el abandono, o
bien se han visto obligados por los malos tratos del cónyuge a romper la
convivencia. El perdón de la injusticia sufrida no es fácil, pero es un camino
que la gracia hace posible. De ahí la necesidad de una pastoral de la
reconciliación y de la mediación, también a través de centros especializados a
establecer en las diócesis. Análogamente, hay que subrayar siempre que resulta
indispensable hacerse cargo de manera leal y constructiva de las consecuencias
de la separación o del divorcio para los hijos, en cualquier caso víctimas
inocentes de la situación. Estos no pueden ser un «objeto» de litigio, y hay
que buscar las formas mejores para que puedan superar el trauma de la escisión
familiar y crecer de la manera más serena posible. En todo caso, la Iglesia
deberá poner siempre de relieve la injusticia que con mucha frecuencia se
deriva de la situación de divorcio. Particular atención hay que prestar al
acompañamiento de las familias monoparentales; hay que ayudar de manera
especial a las mujeres que deben hacerse cargo solas de la responsabilidad del
hogar y de la educación de sus hijos.
[Placet: 164 - Non placet: 12]
48. Un gran número de Padres ha subrayado la
necesidad de hacer más accesibles y ágiles —y, a ser posible, totalmente
gratuitos— los procedimientos para el reconocimiento de los casos de
nulidad. Entre las diferentes propuestas se han indicado: la superación de la
necesidad de la doble sentencia conforme; la posibilidad de determinar una vía
administrativa bajo la responsabilidad del obispo diocesano; un
procedimiento sumario en los casos de nulidad notoria. Algunos Padres, sin
embargo, se declaran contrarios a estas propuestas porque no garantizarían
un juicio fiable. Hay que reiterar que en todos estos casos se trata de la
comprobación de la verdad acerca de la validez del vínculo. Según otras
propuestas, habría que considerar también la posibilidad de dar relieve a la
función de la fe de los novios con vistas a la validez del sacramento del
matrimonio, sin perjuicio de que entre los bautizados todos los matrimonios
válidos sean sacramento.
[Placet: 143 - Non placet: 35]
49. Respecto a las causas matrimoniales, la
agilización del procedimiento, que muchos solicitan, exige, amén de la
preparación de suficientes agentes, clérigos y laicos, con dedicación
prioritaria, subrayar la responsabilidad del obispo diocesano, quien, en su
diócesis, podría nombrar a asesores debidamente preparados que puedan aconsejar
gratuitamente a las partes acerca de la validez de su matrimonio. Dicha función
puede ser ejercida por un servicio o por personas cualificadas (cf. Dignitas
connubii, art. 133, § 1).
[Placet: 154 - Non placet: 23]
50. Las personas divorciadas y no casadas de
nuevo, que con frecuencia son testigos de la fidelidad matrimonial, han de ser
alentadas a hallar en la eucaristía el alimento que las sostenga en su estado.
La comunidad local y los pastores deben acompañar a estas personas de manera
solícita, sobre todo cuando hay hijos o cuando es grave su situación de
pobreza.
[Placet: 169 - Non placet: 8]
51. También las situaciones de los
divorciados casados de nuevo exigen un discernimiento atento y un
acompañamiento muy respetuoso, debiéndose evitar todo lenguaje y toda actitud
que hagan que se sienten discriminados y fomentar su participación en la vida
de la comunidad. Cuidar de ellos no supone para la comunidad cristiana una
debilitación de su fe y de su testimonio acerca de la indisolubilidad
matrimonial; antes al contrario, precisamente con ese desvelo expresa la misma
su caridad.
[Placet: 155 - Non placet: 19]
52. Se ha reflexionado sobre la posibilidad
de que los divorciados y casados de nuevo accedan a los sacramentos de la
penitencia y de la eucaristía. Varios Padres sinodales han insistido a favor de
la disciplina actual, en virtud de la relación constitutiva entre la
participación en la eucaristía y la comunión con la Iglesia y con su enseñanza
sobre el matrimonio indisoluble. Otros se han expresado a favor de una acogida
no generalizada en el banquete eucarístico, en algunas situaciones particulares
y bajo condiciones muy precisas, sobre todo cuando se trata de casos
irreversibles y relacionados con obligaciones morales para con los hijos, que
acabarían padeciendo sufrimientos injustos. El acceso eventual a los
sacramentos debería ir precedido de un itinerario penitencial bajo la
responsabilidad del obispo diocesano. Hay que profundizar aún en esta cuestión,
teniendo muy presente la distinción entre situación objetiva de pecado y
circunstancias atenuantes, dado que «la imputabilidad y la responsabilidad de una
acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas» debido a diferentes
«factores psíquicos o sociales» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1735).
[Placet: 104 - Non placet: 74]
53. Algunos Padres han sostenido que las
personas divorciadas y casadas de nuevo o convivientes pueden recurrir
provechosamente a la comunión espiritual. Otros Padres se han preguntado por
qué, entonces, no pueden acceder a la sacramental. Se solicita, por lo tanto,
una profundización en esta temática que sea capaz de poner de relieve la
peculiaridad de las dos formas de comunión y su conexión con la teología
del matrimonio.
[Placet: 112 - Non placet: 64]
54. Las problemáticas relacionadas con los
matrimonios mixtos han aflorado a menudo en las intervenciones de los Padres
sinodales. La diversidad de la disciplina matrimonial de las Iglesias ortodoxas
plantea, en algunos contextos, problemas sobre los que es necesario reflexionar
en el ámbito ecuménico. Análogamente, para los matrimonios interreligiosos será
importante la aportación del diálogo con las diferentes religiones.
[Placet: 145 - Non placet: 29]
La atención pastoral a las personas con
orientación homosexual
55. Algunas familias viven la experiencia de
tener en su seno a personas con orientación homosexual. A este respecto, nos
hemos preguntado qué atención pastoral resulta oportuna ante esta situación,
con referencia a lo que enseña la Iglesia: «No existe ningún fundamento para
asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones
homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia». No
obstante, los hombres y las mujeres con tendencias homosexuales han de ser
acogidos con respeto y delicadeza. «Se evitará, respecto a ellos, todo signo de
discriminación injusta» (Congregación para la Doctrina de la Fe,
Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones
entre personas homosexuales, n. 4).
[Placet: 118 - Non placet: 62]
56. Resulta totalmente inaceptable que los
pastores de la Iglesia sufran presiones en esta materia y que los organismos
internacionales condicionen las ayudas económicas a países pobres a la
introducción de leyes que instituyan el «matrimonio» entre personas del mismo
sexo.
[Placet: 159 - Non placet: 21]
La transmisión de la vida y el desafío
de la desnatalidad
57. No resulta difícil comprobar la difusión
de una mentalidad que reduce la generación de la vida a una variable de la
planificación individual o de pareja. Los factores de carácter económico
ejercen un peso en ocasiones determinante, contribuyendo al fuerte descenso de
la natalidad, que debilita el tejido social, pone en peligro la relación entre
generaciones y hace más incierto el panorama futuro. La apertura a la vida es
exigencia intrínseca del amor conyugal. Bajo esta luz, la Iglesia apoya a las
familias que acogen, educan y rodean de cariño a sus hijos discapacitados.
[Placet: 169 - Non placet: 5]
58. También en este ámbito, es preciso partir
de la escucha de las personas y dar razón de la belleza y de la verdad de una
apertura incondicional a la vida como aquello que el amor necesita para ser
vivido en plenitud. Este puede ser el fundamento de una enseñanza adecuada
acerca de los métodos naturales para una procreación responsable, enseñanza que
ayuda a vivir de manera armoniosa y consciente la comunión entre los cónyuges,
en todas sus dimensiones, junto con su responsabilidad en relación con la
generación. Hay que redescubrir el mensaje de la encíclica Humanæ vitæ de
Pablo VI, que subraya la necesidad de respetar la dignidad de la persona en la
valoración moral de los métodos de regulación de la natalidad. La adopción de
niños huérfanos y abandonados, acogidos como hijos propios, constituye una
forma específica de apostolado familiar (cf. Apostolicam actuositatem,
III, n. 11) recordada y alentada en varias ocasiones por el Magisterio
(cf. Familiaris consortio, III, II; Evangelium vitæ, IV, n. 93). La
elección de la adopción o de la custodia temporal expresa una fecundidad
especial de la experiencia conyugal, y ello no solo cuando esta se ve marcada
por la esterilidad. Dicha elección es signo elocuente del amor familiar,
ocasión para testimoniar la propia fe y para reintegrar en la dignidad filial a
quien se ha visto privado de ella.
[Placet: 167 - Non placet: 9]
59. Es preciso ayudar a vivir la afectividad,
también en el seno del vínculo conyugal, como un camino de maduración, en una
acogida cada vez más profunda del otro y en una entrega cada vez más plena. En
este sentido, hay que reiterar la necesidad de ofrecer itinerarios formativos
que alimenten la vida conyugal, así como la importancia de un laicado que
proporcione un acompañamiento hecho de testimonio vivo. Resulta de gran ayuda
el ejemplo de un amor fiel y profundo, hecho de ternura, de respeto, capaz de
crecer con el paso del tiempo y que, en su apertura concreta a la generación de
la vida, experimente un misterio que nos trasciende.
[Placet: 172 - Non placet: 5]
El desafío educativo y el papel de la familia
en la evangelización
60. Uno de los desafíos fundamentales a los
que hoy en día se enfrentan las familias es seguramente el educativo, desafío
que la situación cultural actual y la gran influencia que ejercen los medios
hacen más arduo y complejo. Hay que tener en la debida consideración las
exigencias y las expectativas de unas familias capaces de ser, en su vida
diaria, lugares de crecimiento, de transmisión concreta y esencial de las
virtudes que forjan la existencia. Ello implica que los padres puedan escoger
libremente el tipo de educación a impartir a sus hijos, de acuerdo con sus
propias convicciones.
[Placet: 174 - Non placet: 4]
61. La Iglesia desempeña un papel muy valioso
de apoyo a las familias, partiendo de la iniciación cristiana, mediante unas
comunidades acogedoras. A ella se le pide, hoy aún más que ayer, tanto en situaciones
complejas como en las ordinarias, que apoye a los padres en su labor educativa,
acompañando a niños, muchachos y jóvenes en su crecimiento mediante itinerarios
personalizados capaces de introducirlos en el sentido pleno de la vida y de
suscitar en ellos decisiones y responsabilidades vividas a la luz del
Evangelio. María, con su ternura, misericordia y sensibilidad maternal, puede
alimentar el hambre de humanidad y de vida, y es invocada a este respecto por
las familias y por el pueblo cristiano. La pastoral y una devoción mariana
constituyen un punto de partida oportuno para anunciar el Evangelio de la
familia.
[Placet: 178 - Non placet: 1]
CONCLUSIÓN
62. Las reflexiones aquí propuestas, fruto de
una labor sinodal llevada a cabo con gran libertad y con un estilo de escucha
recíproca, pretenden plantear cuestiones e indicar perspectivas que habrán de
madurarse y precisarse mediante la reflexión de las Iglesias locales en el año
que nos separa de la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos,
prevista para octubre de 2015 y dedicada a la vocación y misión de la familia
en la Iglesia en el mundo contemporáneo. No se trata de decisiones ya tomadas
ni de perspectivas fáciles. Con todo, el camino colegial de los obispos y la
implicación de todo el Pueblo de Dios bajo la acción del Espíritu Santo, con la
mirada puesta en el modelo de la Sagrada Familia, podrán guiarnos al encuentro
de sendas de verdad y de misericordia para todos. Este es el auspicio que,
desde el principio de nuestros trabajos, el Papa Francisco nos ha expresado,
invitándonos a la valentía de la fe y a la acogida humilde y honrada de la
verdad en la caridad.
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