«Vivid en paz unos con otros» (Mc 9, 50).
¡Qué entonada esta invitación de Jesús a la
paz en medio de los conflictos que desgarran a la humanidad en tantas partes
del mundo! Mantiene viva la esperanza, sabiendo que Él es la paz y ha prometido
darnos su paz.
El Evangelio de Marcos recoge esta palabra de
Jesús al término de una serie de dichos que dirige a sus discípulos, reunidos
en casa en Cafarnaúm, en los que explica cómo debería vivir su comunidad. La
conclusión es clara: todo debe llevar a la paz, la cual contiene todo bien.
Y esta paz estamos llamados a experimentarla
en la vida cotidiana: en la familia, en el trabajo, con quien piensa distinto
en política. Una paz que no teme encontrarse con opiniones discordantes, de las
que hay que hablar abiertamente si queremos una unidad cada vez más verdadera y
profunda. Una paz que exige al mismo tiempo que estemos atentos a que la
relación de amor nunca falte, porque el otro vale más que las diferencias que
pueda haber entre nosotros.
«Dondequiera que llega la unidad y el amor
recíproco -afirmaba Chiara Lubich-, llega la paz, la paz verdadera. Porque
donde hay amor recíproco, está presente en cierta medida Jesús en medio de
nosotros, y Él es la paz, la paz por excelencia».
Su ideal de unidad había nacido durante la
segunda guerra mundial, y enseguida se reveló como un antídoto al odio y a la
aflicción. Desde entonces, ante cualquier nuevo conflicto, Chiara siguió
proponiendo con tenacidad la lógica evangélica del amor. Por ejemplo, cuando
estalló la guerra de Irak en 1990, expresó su amarga sorpresa al oír «palabras
que creía sepultadas, como "el enemigo'; "los enemigos';
"comienzan las hostilidades': además de los partes de guerra, los
prisioneros, las derrotas [...]. Nos dimos cuenta con consternación de que se
hería en lo más profundo el principio fundamental del cristianismo, el
"mandato" por excelencia de Jesús, el mandamiento "nuevo': [...]
En lugar de amarse mutuamente, en lugar de estar dispuestos a morir el uno por
el otro», la humanidad volvía a caer «en el abismo del odio»: desprecio,
torturas, matanzas. ¿Cómo salir de ahí?, nos preguntábamos. «Debemos tejer,
donde sea posible, relaciones nuevas, o profundizar en las ya existentes, entre
los cristianos y los fieles de las otras religiones monoteístas: los musulmanes
y los judíos», o sea, entre quienes estaban entonces en conflicto.
Lo mismo vale para cualquier tipo de
conflicto: tejer entre personas y pueblos relaciones de escucha, de ayuda
recíproca, de amor, diría Chiara, hasta «estar dispuestos a morir el uno por el
otro». Hace falta dejar de lado nuestras propias razones para entender las del
otro, aun sabiendo que no siempre llegaremos a entenderlo hasta el fondo.
También el otro hará probablemente lo mismo que yo y quizá tampoco él me
entenderá a mí ni mis razones. Sin embargo, queremos permanecer abiertos al
otro, aunque persistan las diferencias y la incomprensión, y salvar ante todo
la relación con él.
El Evangelio lo plantea como un imperativo:
«Vivid en paz», señal de que requiere un compromiso serio y exigente. Es una de
las expresiones más esenciales del amor y de la misericordia que estamos
llamados a vivir unos con otros.
FABIO CIARDI
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