Sin
lugar a dudas, decirle sí a la vocación del matrimonio es uno de los pasos más
importantes.
Publicado el 19 ENERO 2017 CATHOLIC.NETFAMILIA Y VIDA
El día de nuestra boda, ese día donde
decimos sí a nuestra unión de amor ante Dios y ante los hombres, es un momento
transformador en nuestra jornada de vida. Podemos decir que de alguna manera la
historia del ser humano de divide en antes y después de casarse ya que es ese
instante cuando dejamos de ser un solo ser, una sola persona, para convertirnos
en un solo ser y tres personas. ¿Cuáles son esas tres personas? El esposo, la
esposa y Dios. Ese es el plan de Dios para el matrimonio. Dios nos creó hombre
y mujer para que uniéndonos en una sola carne en mutuo amor y sellados y unidos
en el amor de Dios, nuestro matrimonio sea el reflejo del Amor de Dios en la
Tierra. En otras palabras, nos convertimos en la imagen de la Trinidad Santa en
este mundo.
Sin lugar a dudas, decirle sí a la
vocación del matrimonio es uno de los pasos más importantes –si no el más
importante- que daremos en nuestra vida. Las implicaciones para la pareja,
la familia que formarán, la sociedad y la Iglesia son enormes. Por ello, cuando
preparamos nuestra boda, debemos tener en claro lo que implica esta verdad. De
no hacerlo, corremos el peligro de pensar que el matrimonio, el Sacramento, se
reduce a la planificación del día de nuestra boda. Hoy en día son muchos los
que dedican más tiempo, esfuerzo, atención y aun estrés a buscar la iglesia más
bonita, el vestido más bello, el lugar de recepción más elaborado, los arreglos
florales más vistosos, la comida más elegante, el fotógrafo mejor y más
profesional y un sinfín de cosas y gastos para asegurarse de que nuestra boda
“sea la mejor”.
Boda - ©Pixabay |
Es triste ver cuántas parejas gastan sin
medida y pasan cientos de horas y miles de dólares planeando su boda, pero
recienten que la Iglesia les pida uno o dos días de preparación matrimonial,
cuando se ha demostrado que las parejas que viven una buena preparación
matrimonial reducen drásticamente la incidencia de divorcio y disfrutan de
matrimonios más sanos y felices. Es impresionante ver cuántas parejas se unen
simplemente por pasión, por no sentirse que están sin pareja (como sus
amistades), para llenar el vacío de la soledad o para tener quien les sirva,
sin tener un concepto claro de lo que verdaderamente es el matrimonio, según el
plan de Dios, o de lo que el amor conyugal verdadero y maduro implica: un amor
total, libre, fiel y fructífero.
Notamos con frecuencia que cuando las
parejas comienzan a vivir la realidad de la vida diaria, cuando enfrentan el
proceso de adaptación de dos vidas con diferentes pasados y trasfondos, cuando
se dan cuenta que el amor conyugal exige sacrificios y no es solo disfrutar de
compañía y beneficios, cuando se dan cuenta que el amor maduro implica no
buscar egoístamente el bien propio sino el bien del ser amado, muchos terminan
separándose y aun divorciándose, reduciendo así al Sacramento a poco más que un
experimento para encontrar una felicidad que es vana y pasajera. Procuremos
pues durante el tiempo de nuestro compromiso nupcial, centrarnos en lo que de
verdad importa. Busquemos entender el verdadero significado y compromiso de
esta unión, comprometernos a esta maravillosa vocación de vida que es el matrimonio,
creado y diseñado por Dios para la felicidad de los cónyuges y la continuación
de la vida humana. Recordemos que la boda dura un día, pero el matrimonio,
¡toda la vida!
FUENTE: ZENIT
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