"Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja,
que un rico entre en el Reino de los Cielos". (Mt 19, 24).
que un rico entre en el Reino de los Cielos". (Mt 19, 24).
¿Te causa impresión esta frase?
Creo que tienes razón al quedarte perplejo y pensando qué es lo más oportuno hacer. Jesús no dijo las cosas por decir. Por lo tanto, hay que tomar estas palabras en serio, sin querer atenuarlas.
Pero tratemos de comprender por su modo de comportarse con los ricos el verdadero sentido que Jesús les daba. Él también se relacionó con personas adineradas. A Zaqueo, que sólo dio la mitad de sus bienes, le dijo: la salvación ha entrado en esta casa.
Los Hechos de los Apóstoles atestiguan, además, que en la Iglesia primitiva la comunión de los bienes era libre y que, por lo tanto, no se pedía que se renunciara concretamente a todo lo que se poseía.
Jesús no tenía, pues, la intención de fundar solamente una comunidad de personas llamadas a seguirlo [...] que dejan a un lado todas sus riquezas. Y sin embargo, dice:
"Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos".
Entonces, ¿qué es lo que condena Jesús? Sin duda, no los bienes de esta tierra en sí mismos, sino al rico apegado a ellos.
Y ¿por qué?
Está claro; porque todo pertenece a Dios y el rico, en cambio, se comporta como si las riquezas fueran suyas.
El hecho es que las riquezas ocupan fácilmente el lugar de Dios en el corazón humano, ciegan y posibilitan cualquier vicio. Pablo, el apóstol, escribía: "Los que quieren enriquecerse caen en la tentación, en el lazo y en muchas codicias insensatas y perniciosas, que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque la raíz de todos los males es el afán de dinero y algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con muchos dolores".
Ya Platón había afirmado: "Es imposible que un hombre extraordinariamente bueno sea a la vez extraordinariamente rico".
Entonces, ¿cuál debe ser la actitud del que posee? Tiene que tener el corazón libre, totalmente abierto a Dios, tiene que sentirse administrador de sus bienes y saber que, como dice Juan Pablo II, sobre ellos pesa una hipoteca social.
Los bienes de esta tierra, al no ser un mal en sí mismos, no hay que despreciarlos, sino que hay que usarlos bien.
Lo que debe estar lejos de ellos no es la mano, sino el corazón. Se trata de saber utilizarlos para el bien de los demás.
El que es rico lo es para los demás.
"Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos".
Pero tal vez dirás: yo, en realidad, no soy rico; por lo tanto, estas palabras no me atañen.
¡Cuidado! La pregunta que los discípulos consternados le hicieron a Cristo inmediatamente después de esta afirmación suya fue: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?".
Esta pregunta nos dice claramente que estas palabras iban dirigidas a todos.
Incluso alguien que lo ha dejado todo para seguir a Cristo puede tener el corazón apegado a mil cosas. Incluso un pobre que blasfema porque le tocan la talega puede ser rico delante de Dios.
Creo que tienes razón al quedarte perplejo y pensando qué es lo más oportuno hacer. Jesús no dijo las cosas por decir. Por lo tanto, hay que tomar estas palabras en serio, sin querer atenuarlas.
Pero tratemos de comprender por su modo de comportarse con los ricos el verdadero sentido que Jesús les daba. Él también se relacionó con personas adineradas. A Zaqueo, que sólo dio la mitad de sus bienes, le dijo: la salvación ha entrado en esta casa.
Los Hechos de los Apóstoles atestiguan, además, que en la Iglesia primitiva la comunión de los bienes era libre y que, por lo tanto, no se pedía que se renunciara concretamente a todo lo que se poseía.
Jesús no tenía, pues, la intención de fundar solamente una comunidad de personas llamadas a seguirlo [...] que dejan a un lado todas sus riquezas. Y sin embargo, dice:
"Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos".
Entonces, ¿qué es lo que condena Jesús? Sin duda, no los bienes de esta tierra en sí mismos, sino al rico apegado a ellos.
Y ¿por qué?
Está claro; porque todo pertenece a Dios y el rico, en cambio, se comporta como si las riquezas fueran suyas.
El hecho es que las riquezas ocupan fácilmente el lugar de Dios en el corazón humano, ciegan y posibilitan cualquier vicio. Pablo, el apóstol, escribía: "Los que quieren enriquecerse caen en la tentación, en el lazo y en muchas codicias insensatas y perniciosas, que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque la raíz de todos los males es el afán de dinero y algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con muchos dolores".
Ya Platón había afirmado: "Es imposible que un hombre extraordinariamente bueno sea a la vez extraordinariamente rico".
Entonces, ¿cuál debe ser la actitud del que posee? Tiene que tener el corazón libre, totalmente abierto a Dios, tiene que sentirse administrador de sus bienes y saber que, como dice Juan Pablo II, sobre ellos pesa una hipoteca social.
Los bienes de esta tierra, al no ser un mal en sí mismos, no hay que despreciarlos, sino que hay que usarlos bien.
Lo que debe estar lejos de ellos no es la mano, sino el corazón. Se trata de saber utilizarlos para el bien de los demás.
El que es rico lo es para los demás.
"Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos".
Pero tal vez dirás: yo, en realidad, no soy rico; por lo tanto, estas palabras no me atañen.
¡Cuidado! La pregunta que los discípulos consternados le hicieron a Cristo inmediatamente después de esta afirmación suya fue: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?".
Esta pregunta nos dice claramente que estas palabras iban dirigidas a todos.
Incluso alguien que lo ha dejado todo para seguir a Cristo puede tener el corazón apegado a mil cosas. Incluso un pobre que blasfema porque le tocan la talega puede ser rico delante de Dios.
Chiara Lubich
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