martes, 12 de enero de 2016

EL PADRE CORRIA...

“Reclamar lo nuestro”, creernos dueños y señores de la vida, amos del mundo, poseedores del derecho a todo lo que nos provoca el deseo, y sin responsabilidad ante nadie ni ante nada, eso es siempre en cierto modo el pecado. Y ése es sobre todo el pecado, o más bien el engaño fundamental del hombre moderno. A la miseria de vida que resulta de ese engaño, hecha de soledad y de desesperanza, hecha de sumisión a mil amos que explotan sin misericordia nuestras pobres pasiones, la llamamos “libertad”.
Todos hemos salido de casa. Todos nos hemos alimentado de las sobras de los animales. Todos hemos sentido la vergüenza y el temor de ser regañados al volver. El hermano mayor lo haría, lo sigue haciendo, se sigue escandalizando de la misericordia de Dios. La justicia, una justicia sin amor, es su única categoría, su única razón. ¡El mal debe ser apartado, el honor restablecido! O más bien su única excusa, la única excusa del hermano mayor. Porque el apedrear a la adúltera ha generado siempre esa ceguera cuya utilidad mayor es la de olvidar las propias miserias.
La enseñanza de Jesús no está ahí, sin embargo. Un anciano oriental no corre nunca, ni aunque esté su casa ardiendo. Un buen padre judío nunca habría recibido en su casa a un hijo así. Pero en la parábola el Padre corría... el Padre corría, y le abrazó, y le cubrió de besos.
† Javier Martínez
Arzobispo de Granada
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