“El Señor es compasivo y
misericordioso, lento a la ira, rico en clemencia”
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy
comenzamos las catequesis sobre la misericordia según la perspectiva bíblica,
para aprender la misericordia escuchando eso que Dios mismo nos enseña con su
palabra. Empezamos por el Antiguo Testamento, que nos prepara y nos conduce a
la revelación llena de Jesucristo, en quien lo lleva a cabo y se revela la
misericordia del Padre. En la Sagrada Escritura, el Señor es presentado como
“Dios misericordioso”. Este es su nombre, a través del cual Él nos revela, por
así decir, su rostro y su corazón. Él mismo, como narra el Libro del Éxodo,
revelándose a Moisés se autodefine así: “El Señor es compasivo y
misericordioso, lento a la ira, rico en clemencia”. También en otros textos
encontramos esta fórmula, con alguna variante, pero siempre la insistencia se
pone en la misericordia y sobre el amor de Dios que no se cansa nunca de
perdonar. Vemos juntas, una por una, estas palabras de la Sagrada Escritura que
nos hablan de Dios.
El Señor es “misericordioso”: esta palabra evoca una actitud de ternura
como la de una madre en lo relacionado con el hijo. De hecho, el término hebreo
usado por la Biblia hace pensar en las entrañas o también al vientre materno.
Por eso, la imagen que sugiere es la de un Dios que se conmueve y se enternece
por nosotros como una madre cuando toma en brazos a su niño, deseosa solo de
amar, proteger, ayudar, preparada para donar todo, también a sí misma. Esa es
la imagen que sugiere este término. Un amor, por tanto, que se puede definir en
buen sentido como “visceral”.
Después está escrito que el Señor es
“bondadoso”, en el sentido que hace gracia,
tiene compasión y, en su grandeza, se inclina sobre quien es débil y pobre,
siempre listo para acoger, comprender, perdonar. Es como el padre de la
parábola del Evangelio de Lucas: un padre que no se cierra en el resentimiento
por el abandono del hijo menor, sino al contrario, continúa a esperarlo, lo ha
generado, y después corre a su encuentro y lo abraza, no lo deja ni siquiera
terminar su confesión, como si le cubriera la boca, qué grande es el amor y la
alegría por haberlo reencontrado; y después va también a llamar al hijo mayor,
que está indignado y no quiere hacer fiesta, el hijo que ha permanecido siempre
en la casa, pero viviendo como un siervo más que como un hijo. Y también sobre
él el padre se inclina, lo invita a entrar, trata de abrir su corazón al amor,
para que ninguno quede excluido de la fiesta de la misericordia. La
misericordia es una fiesta.
De este Dios
misericordioso se dice también que es “lento
a la ira”, literalmente, “largo de respiración”, es decir, con la
respiración amplio de la paciencia y de la capacidad de soportar. Dios sabe
esperar, sus tiempos no son aquellos impacientes de los hombres; Es como un
sabio agricultor que sabe esperar, da tiempo a la buena semilla para que
crezca, a pesar de la cizaña.
Y por
último, el Señor se proclama “grande en
el amor y en la fidelidad”. ¡Qué hermosa es esta definición de Dios! Aquí
está todo porque Dios es grande y poderoso. Pero esta grandeza y poder se
despliegan en el amarnos, nosotros así de pequeños, así de incapaces. La
palabra “amor”, aquí utilizada, indica el afecto, la gracia, la bondad. No es
un amor de telenovela. Es el amor que da el primer paso, que no depende de los
méritos humanos sino de una inmensa gratuidad. Es la solicitud divina que nada la
puede detener, ni siquiera el pecado, porque sabe ir más allá del pecado,
vencer el mal y perdonarlo.
Una
“fidelidad” sin límites: he aquí la última palabra de la revelación de Dios a
Moisés. La fidelidad de Dios nunca falla, porque el Señor es el Custodio que,
como dice el Salmo, no se duerme sino que nos vigila continuamente para
llevarnos a la vida:
«El no
dejará que resbale tu pie, dice el Salmo,
¡tu guardián
no duerme!No, no duerme ni dormita
el guardián de Israel.
[...]
El Señor te protegerá de todo mal
y cuidará tu vida.
Él te protegerá en la partida y el regreso,
ahora y para siempre».
Y este Dios
misericordioso es fiel en su misericordia. Y Pablo dice algo bello: si tú,
delante a Él, no eres fiel, Él permanecerá fiel porque no puede renegarse a sí
mismo, la fidelidad en la misericordia es el ser de Dios. Y por esto Dios es
totalmente y siempre fiable. Una presencia sólida y estable. Es esta la certeza
de nuestra fe. Y entonces, en este Jubileo de la Misericordia, confiemos
totalmente en Él, y experimentemos la alegría de ser amados por este “Dios
misericordioso y bondadoso, lento a la ira y grande en el amor y en la
fidelidad”.
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