Dada la polémica suscitada a raíz del
título del libro "Cásate y sé sumisa", de la periodista italiana
Constanza Miriano, creemos que será de interés conocer el comunicado que ha
escrito D. Javier Martínez, nuestro Arzobispo, y ha sido divulgado hoy por el Secretariado
de Medios de Comunicación del Arzobispado.
Comunicado del Arzobispo de
Granada
15
de noviembre de 2013
Las tareas propias de
mi misión me han impedido seguir la artificiosa polémica generada con la
publicación del libro “Cásate y sé sumisa. Experiencia radical para mujeres sin
miedo“, de la periodista italiana Costanza Miriano, editado en España por la
Editorial Nuevo Inicio.
No es mi intención
defender el libro, que se defiende por sí solo, ni justificar su título o
el del que le sigue (que será publicado en breve), que forma un díptico con él
y que lleva por título “Cásate y da la vida por ella. Hombres de verdad para
mujeres sin miedo”. Eso es prerrogativa propia de su autora, que lo ha
explicado ya reiteradamente dentro y fuera del libro. ¿Será preciso recordar
que ambos títulos se inspiran casi literalmente en un pasaje de la
Epístola a los Efesios (Ef. 5, 21), y que la sumisión y la donación —el amor—
de que se habla en ese pasaje tienen poco o nada que ver con las relaciones de
poder que envenenan las relaciones entre hombre y mujer (y no sólo las
relaciones entre hombre y mujer) en el contexto del nihilismo contemporáneo?
Tampoco pretendo
justificar la posición de la Editorial, que tiene voz propia y que entiendo ha
realizado su labor difundiendo una obra que —me consta— está ayudando a muchas
personas.
Desde el ámbito
pastoral y eclesial que a mí me corresponde sólo quiero señalar que la obra ha
sido positivamente reconocida como “evangelizadora” por “L´Observatore Romano”
y que su autora, Dña. Constaza Miriano, ha sido invitada a participar en el
reciente Seminario organizado por el Pontificio Consejo para los Laicos con la
ocasión del XXV aniversario de la publicación de la Carta Apostólica del Beato
Juan Pablo II “Mulieris Dignitatem”, sobre la dignidad de la mujer. Los dos
libros han sido recomendados por el Consejo Pontificio para los Laicos y por el
Consejo Pontificio para la Familia.
Estos parámetros
indican, con mayor claridad que cualquier comentario de prensa, que la posición
de la editorial en estos dos libros es acorde con las enseñanzas de la Iglesia,
y que otras colecciones de la misma, en las que a veces se publican libros también
de autores no católicos, tratan de ser “areópagos” para la nueva
evangelización, espacios de diálogo y de reflexión sobre la fe cristiana en el
contexto del mundo contemporáneo. Por todo ello, la editorial constituye un
humilde, pero precioso instrumento pastoral al servicio de la Nueva
Evangelización. Sus publicaciones están marcadas por el amor a lo humano, cuya
plenitud se revela y se da en Cristo, y por una libertad grande con respecto a
la dogmática de la cultura dominante. En ese contexto, la polémica generada por
este libro —que entiendo acorde en su contenido con las enseñanzas sobre el
amor esponsal de Juan Pablo II, pero que no pretende más que ser el precioso
testimonio de amor y de libertad de una mujer cristiana de hoy—, resulta tan
ridícula y tan hipócrita. Las personas medianamente informadas saben
perfectamente, a estas alturas, que el libro, y hasta mi pobre persona, no
somos más que una excusa. Quienes promueven y agitan esta polémica tienen otros
intereses y otros motivos que no son precisamente la defensa de la mujer o la
preocupación por su dignidad. Se trata, más bien, de dañar a la única
institución —al único sector de la sociedad, al único trozo de pueblo vivo— que
se resiste a ser domesticado por el rodillo de la cultura dominante: el pueblo
cristiano. Ése es el estorbo, y todo lo demás son excusas. Hasta el tiempo
elegido para montar todo este ruido está en función de ese fin.
Tanto la historia de
la literatura, como, en este momento, los anaqueles de las librerías, están
llenos de libros que, de manera irónica, o con toda seriedad —verdadera o
pretendida—, insultan o hacen burla de realidades sagradas, desde el matrimonio
hasta la maternidad, desde la libertad de educación en cualquier sentido
profundo, hasta las realidades de la fe que profesa una gran parte de nuestro
pueblo. Y esos insultos y esas burlas están protegidos por la libertad de
expresión. Libertad de expresión que, permítaseme decirlo, es un invento
cristiano. Sólo en terreno cristiano podrían haber florecido las grandes
críticas a la religión que se hicieron en el siglo XIX —Feuerbach, Nietzsche,
Comte, Feud, Marx, por señalar sólo algunas de las más importantes-, de las que
la Iglesia siempre está dispuesta a aprender con gratitud en la medida en que
buscan la verdad. Fuera de los ámbitos a los que todavía puedan llegar algunos
hilillos de esas aguas, aunque sean residuales, del gran río de la Tradición
cristiana, el futuro de la libertad en nuestro mundo es más bien negro.
La valoración y la
opinión personal sobre la obra que ha desatado la polémica, como sobre
cualquier obra literaria, de cualquier tipo, o sobre cualquier pronunciamiento
humano, es, por supuesto, libre y legítima, pero no lo son la ofensa, el
insulto o la calumnia. Ni esta obra, ni ninguna declaración mía jamás, ha
justificado o excusado, y menos aún, promovido, ningún acto de violencia a la
mujer. Sí que favorece y facilita la violencia a las mujeres, en cambio, la
legislación que liberaliza el aborto, al igual que todas las medidas que debiliten
o eliminen el matrimonio, en la medida en que tienden a hacer recaer toda la
responsabilidad de un eventual embarazo sobre la mujer dejada a sí misma, sin
responsabilidad alguna por parte del varón.
Como sé que ya ha
pedido la autora, quien realice tales acusaciones con respecto al libro
deberá ser riguroso y especificar la página y el párrafo en que aparezca
la más mínima justificación o excusa de ningún tipo de violencia, porque,
aparte de descalificaciones gratuitas que cualquiera puede hacer, o de manipulaciones
groseras, no las encontrará. Como tampoco las encontrará en mis palabras.
Sencillamente porque esos pensamientos que algunos gratuitamente me atribuyen
no son ni han sido nunca míos, ni de mi entorno eclesial, ni de la Tradición cristiana.
Quien me acuse de ellos sólo podrá hacerlo tergiversando mis palabras, cuyo
contenido es notorio y público, puesto que mi ministerio de predicación tiene
lugar siempre en público en la cátedra episcopal que la Iglesia ha confiado.
FRANCISCO
JAVIER MARTÍNEZ FERNÁNDEZ
ARZOBISPO
DE GRANADA
15
de noviembre de 2013
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