«Sed
buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo» (Ef 4, 32).
Este programa de vida es concreto y esencial.
Bastaría por sí solo para crear una sociedad diferente, más fraterna, más
solidaria. Está sacado de un amplio proyecto propuesto a los cristianos de Asia
Menor.
En aquellas comunidades se había alcanzado la
«paz» entre judíos y gentiles, los dos pueblos que representan a la humanidad,
divididos hasta entonces.
La unidad, don de Cristo, hay que reavivarla
siempre y traducirla en comportamientos sociales concretos, enteramente
inspirados en el amor recíproco. De ahí las indicaciones sobre cómo plantear
nuestras relaciones:
«Sed
buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo»
Benevolencia: querer el bien del otro. Es
«hacerse uno» con él, acercamos a él completamente vacíos de nosotros mismos,
de nuestros intereses, de nuestras ideas, de tantos prejuicios que nos nublan
la mirada, para cargar con sus pesos, sus necesidades, sus sufrimientos, para
compartir sus alegrías.
Es entrar en el corazón de aquellos a quienes
nos acercamos para comprender su mentalidad, su cultura, sus tradiciones, y
hacerlas, en cierto modo, nuestras; para entender de verdad lo que necesitan y
saber acoger esos valores que Dios ha depositado en el corazón de cada persona.
En una palabra: vivir por quien tenemos al lado.
Misericordia: acoger al otro tal como es, no
como quisiéramos que fuese, con un carácter distinto, con nuestras mismas ideas
políticas, nuestras convicciones religiosas y sin esos defectos o esos modos de
hacer que tanto nos irritan. No; hay que dilatar el corazón y hacerlo capaz de
acoger a todos con su diversidad, sus limitaciones y miserias.
Perdón: ver al otro siempre nuevo. Ni siquiera
en las convivencias más bellas y serenas -en la familia, en la escuela, en el
trabajo- faltan momentos de fricción, divergencias, enfrentamientos. Llegamos a
no dirigirnos la palabra, a evitar encontrarnos, por no hablar de cuando se
arraiga en el corazón el odio en toda regla hacia quien no piensa como
nosotros. El compromiso fuerte y exigente es tratar de ver cada día al hermano
y a la hermana como si fuesen nuevos, novísimos, sin recordar en absoluto las
ofensas recibidas, sino cubriéndolo todo con el amor, con una amnistía completa
del corazón, a imitación de Dios, que perdona y olvida.
Además, la paz verdadera y la unidad llegan
cuando la benevolencia, la misericordia y el perdón se viven no sólo
individualmente, sino juntos, en la reciprocidad.
Y así como, en una chimenea encendida, hace
falta de vez en cuando mover las brasas para que la ceniza no las cubra,
también es necesario, de vez en cuando, reavivar expresamente el amor
recíproco, reavivar las relaciones con todos, para que no queden recubiertas
por las cenizas de la indiferencia, de la apatía y del egoísmo.
«Sed
buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo»
Es necesario que estas actitudes se traduzcan
en hechos, en acciones concretas.
El propio Jesús demostró lo que es el amor
cuando sanó a los enfermos, cuando dio de comer a la muchedumbre, cuando
resucitó a los muertos, cuando les lavó los pies a sus discípulos. Hechos,
hechos: esto es amar.
Recuerdo una madre de familia africana: había
tenido que sufrir la pérdida de un ojo de su hija Rosangela, víctima de un
chico agresivo que la había herido con un palo y seguía burlándose de ella. Ni
el padre ni la madre del chico habían pedido disculpas. El silencio y la falta
de relación con aquella familia la amargaban. «¡Consuélate -decía Rosangela,
que había perdonado-, tengo la suerte de poder ver con el otro ojo!»,
«Una mañana -cuenta la madre de Rosangela-, la
madre de aquel chico me mandó llamar porque se sentía mal. Mi primera reacción
fue: "¡Mira ésta, ahora viene a pedirme ayuda, con tantos vecinos como
hay, precisamente a mí, después de lo que nos ha hecho su hijo!".
Pero inmediatamente recordé que el amor no
tiene barreras. Corrí a su casa. Ella me abrió la puerta y se desmayó entre mis
brazos. La acompañé al hospital y me quedé a su lado hasta que los médicos la
atendieron. Al cabo de una semana, ya fuera del hospital, vino a mi casa a
darme las gracias. La recibí con todo el corazón. He conseguido perdonarle.
Ahora la relación se ha reanudado; es más, es completamente nueva».
También nosotros podemos llenar el día de
gestos concretos, humildes e inteligentes, como expresión de nuestro amor.
Veremos crecer alrededor de nosotros la fraternidad y la paz.
Chiara Lubich
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