Del
pobre Lazaro sabemos el nombre, del rico de púrpura no. ¿Tengo un nombre o me
llamo yo, me, conmigo, para mí, solamente yo?
El hombre que confía en
sí mismo, en las propias riquezas, en las ideologías, está destinado a la
infelicidad. Sin embargo, quien se fía del Señor da frutos también en el tiempo
de la sequía. Es la idea que el Santo Padre ha desarrollado esta mañana en la
homilía de Santa Marta.
"Maldito el hombre
que confía en el hombre" y "el hombre que confía en sí
mismo": será como "un arbusto en el desierto", condenado por la
sequía a permanecer sin frutos y a morir. A partir de la primera lectura, el
papa Francisco ha recordado sin embargo "bendito el hombre que confía en
el Señor" porque "es como un árbol plantado junto a un arroyo"
que en tiempo de sequía "no deja de producir frutos". El Papa ha
afirmado que "solamente en el Señor está nuestra confianza segura. Otras
confianzas no sirven, no nos salvan, no nos dan vida, no nos dan alegría".
Reconoció entretanto
que "nos gusta confiar en nosotros mismo, confiar en ese amigo o
confiar en esa situación buena que tengo o en esa ideología" y en esos
casos "el Señor queda un poco de lado". El Pontífice ha recordado que
el hombre, así actuando se cierra en sí mismo "sin horizontes, sin puertas
abiertas, sin ventanas" y entonces "no tendrá salvación, no puede
salvarse a sí mismo". El Papa ha explicado que esto es lo que le sucede al
rico del Evangelio: "tenía todo: llevaba vestidos de púrpura, comía todos
los días, grandes banquetes". Estaba muy contento pero, no se daba cuenta
de que en la puerta de su casa, cubierto de llagas, había un pobre. El Papa ha
subrayado que el Evangelio dice el nombre del pobre: se llamaba Lázaro.
Mientras que el rico no tiene nombre.
Francisco ha afirmado
que "esta es la maldición más fuerte del que confía en sí mismo o en las
fuerzas, en las posibilidades de los hombres y no en Dios: perder el nombre.
¿Cómo te llamas? Cuenta número tal, en el banco tal. ¿Cómo te llamas? Tantas propiedades,
tantos palacios, tantas... ¿Cómo te llamas? Las cosas que tenemos, los ídolos.
Y tú confías en eso, y este hombre está maldito".
El Pontífice ha
subrayado que todos nosotros tenemos esta debilidad, esta fragilidad de poner
nuestras esperanzas en nosotros mismo o en los amigos o en las posibilidades
humanas solamente y nos olvidamos del Señor. Y esto nos lleva al camino... de
la infelicidad.
Y así lo ha explicado:
"Hoy, en este día de cuaresma, nos hará bien preguntarnos: ¿dónde está mi
confianza? ¿En el Señor o soy un pagano, que confía en las cosas, en los ídolos
que yo he hecho? ¿Todavía tengo un nombre o he comenzado a perder el nombre y
le llamo 'Yo'? ¿Yo, me, conmigo, para mí, solamente yo? Para mí, para mí...
siempre ese egoísmo: 'yo'. Esto no nos da la salvación".
Pero al final hay una
puerta de esperanza, ha indicado el Santo Padre, para cuantos confían en sí
mismo y "han perdido el nombre".
Francisco ha concluido
recordando que "al final, al final, al final, siempre hay una posibilidad.
Y este hombre, cuando se da cuenta que había perdido el nombre, había perdido
todo, todo, alza los ojos y dice solo una palabra: 'Padre'.
Y la respuesta de Dios
es una sola palabra: '¡Hijo!' Si algunos de nosotros en la vida, de tanto tener
confianza en el hombre y en nosotros mismo, terminamos por perder el nombre,
por perder esta dignidad, todavía hay la posibilidad de decir esta palabra que
es más que mágica, es más, es fuerte: 'Padre'. Él siempre nos espera para abrir
la puerta que nosotros no vemos y nos dirá: 'Hijo'. Pidamos al Señor la gracia
que a todos nos dé la sabiduría de tener confianza solamente en Él, no en las
cosas, en las fuerzas humanas, solamente en Él".
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