Había una boda en Caná de Galilea, y la Madre de Jesús estaba
allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Jn. 1,1-2
ORACIÓN DE LOS MATRIMONIOS A
MARÍA.
Virgen
María Inmaculada, Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Reina de las familias:
A ti
que estabas desposada con José, queremos ponerte en tus manos nuestro
matrimonio y consagrarte nuestra familia para que Tú la protejas y la bendigas
con tu presencia, como hiciste junto con tu Hijo en aquella boda de Caná de
Galilea.
Tú que
eres la “llena de gracia” renueva cada día en nosotros la gracia del sacramento
del matrimonio para que, conscientes de ser un don el uno para el otro y
viviendo gozosos las promesas de fidelidad y entrega que hicimos el día de
nuestra boda, seamos realmente signo y sacramento del amor de tu Hijo por la
Iglesia.
Ayúdanos
a vivir cada jornada con renovada ilusión, alegría y gozo nuestra vocación al
amor y haz que el Espíritu Santo, que vino sobre ti el día de la Encarnación,
siga derramando el Amor de Dios sobre nosotros para que nos purifique de todo
egoísmo, nos fortalezca y nos haga crecer, madurar y perseverar en el verdadero
y auténtico amor mutuo.
Tú,
que tuviste que huir a Egipto porque peligraba la vida del Niño, ayúdanos a
huir siempre del pecado y de todo aquello que pueda poner en peligro o dañar la
identidad y la integridad de nuestra familia.
Ayúdanos
a ser profundamente respetuosos y comprensivos el uno con el otro y a descubrir
el diálogo sereno, profundo y sincero entre nosotros como fuente de crecimiento
mutuo, de consolidación de nuestro proyecto común de vida, y como terapia para
curar las heridas que puedan surgir en nuestra relación. No permitas que ningún
día nos retiremos a descansar sin habernos pedido perdón y perdonado en caso de
que haya habido alguna ofensa, enfado, discusión o pelea. Asimismo danos
humildad para reconocer los fallos y errores que podamos cometer, y sabiduría
para aprender de ellos.
Te
pedimos que, conscientes de “ser los dos una sola carne”, desarrollemos y
vivamos gozosos la dimensión esponsal de nuestro cuerpo para que, comprometidos
en la paternidad responsable tal como nos enseña la Iglesia, crezcamos en
auténtica comunión entre nosotros y nos sintamos cooperadores de la obra
creadora de Dios.
Tú que
junto con José presentaste a tu Hijo en el Templo, ayúdanos a ser una verdadera
iglesia doméstica en la que se vive y se educa la fe, y nuestros hijos van
creciendo, como el tuyo, “en estatura, sabiduría y gracia” para que,
conscientes de que son hijos de Dios, maduren como personas íntegras que,
conociendo y siguiendo a tu Hijo que es el Camino, la Verdad y la Vida, vivan y
crezcan en la fe, se fortalezcan en la esperanza y den razón de ella, y
descubran, respondan y realicen su verdadera su vocación al amor. Asimismo
queremos ser una auténtica comunidad de vida y amor en la que cada uno se
sienta respetado, valorado y querido por sí mismo. Que, recordando cada día las
palabras de tu Hijo “hay mayor alegría en dar que en recibir”, la gratitud y la
gratuidad impregnen siempre las relaciones entre toda la familia.
Tú que
fuiste proclamada dichosa por escuchar la Palabra y cumplirla, haz que en
nuestro hogar se escuche y se medite la Palabra de tu Hijo para que ilumine
nuestra vida cotidiana y nos llene de la sabiduría necesaria para educar a
nuestros hijos, sabiendo hacer de ellos la tierra buena en la que la semilla de
la Palabra pueda germinar, echar raíces profundas, crecer y dar fruto. Que
vivamos esta tarea educativa de nuestros hijos como la misión más importante
que Dios nos encomienda, la realicemos con entusiasmo, dedicación y esmero, y
no permitas que escatimemos nada en ella.
Conscientes
de que la cruz, escándalo para unos, necedad para otros, pero fuerza y
sabiduría de Dios, ha de formar parte de nuestras vidas, danos fortaleza y
perseverancia para afrontar con esperanza y a la luz del Evangelio los
problemas, las dificultades y los contratiempos que puedan venir, y haz que, convencidos de que “todo sirve para el bien de aquellos
que aman a Dios”, nos sirvan para madurar y compenetrarnos más entre nosotros.
Tú que
saliste a visitar y ayudar a tu prima Isabel, no permitas que nos encerremos en
nosotros mismos sino que salgamos a celebrar y compartir nuestra fe con otras
familias sintiéndonos siempre en comunión con nuestra diócesis y con toda la
Iglesia universal. Asimismo, haznos acogedores y sensibles a las necesidades de
los demás y generosos para poder ayudar y servir a quien nos necesite.
No
permitas que caigamos en la espiral del consumismo, del despilfarro y del
hedonismo que nos envuelve: enséñanos a usar las cosas sin apegarnos a ellas, a
ser austeros y generosos, y a mostrarle a nuestros hijos cuál es el verdadero
Tesoro que los puede hacer realmente felices.
Que
nuestra familia sepa discernir, como Tú, la voluntad de Dios, y así sea hoy y
siempre, en el seno de la Iglesia y en medio de la sociedad, lo que tu Hijo
espera de ella.
Madre de Dios y Madre nuestra: queremos ser un
matrimonio unido, feliz, compenetrado, lleno de paz, que al terminar cada
jornada proclame, como Tú, la grandeza del Señor y se alegre en Dios nuestro
Salvador, porque contemplamos que el Poderoso hace obras grandes en nuestra
familia.
Daniel García Miranda. Pbro.
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